La caída del muro

No tiene la misma trascendencia internacional que la caída de aquel Muro que separó antaño, en Berlín, un mundo libre de otro que no lo era, pero el inicio del derribo de las verjas que hasta la fecha separaban la playa de Valencia del recinto de su viejo puerto tiene mucho simbolismo para los valencianos.

Así lo ha venido entendiendo la alcaldesa Rita Barberá, que ha querido estar presente en ese momento y ha previsto que ese instante se diera. Porque en su empeño de que la ciudad se haga permeable en su relación con la Marina Juan Carlos I, las barreras deben ser eliminadas y las verjas que dificultan el acceso a la vieja dársena desde la playa no conviene que sigan existiendo.

En cuando pudo, si lo recordamos, la alcaldesa procuró que la vieja verja del puerto, instalada más o menos hace un siglo, fuera retirada. Se ubicó cuando el puerto de Valencia construyó los tinglados y comenzó a mostrar un rostro profesional que debía matizar la presencia de extraños. Se ubicó, claro está, cuando el control aduanero exigió que todo pasara –tanto mercancías como personas– por algunos puntos de control. Pero en 2004, cuando la vieja dársena comenzó a abrirse a la ciudad para la Copa América, el Ayuntamiento pidió la retirada de unas verjas –centenares de metros– que están guardadas en los almacenes portuarios.

La caída de aquella vieja verja fue un símbolo de apertura, muy claro y muy temprano, que ahora tiene continuidad con la desaparición del cierre que se instaló para cumplir los exigentes requisitos de aquella ACM (America’s Cup Management) capitaneada, si se recuerda, por el exigente Ernesto Bertarelli, patrón del “Alinghi” y tenedor del trofeo que perdió en el año 2010. Desde entonces, como es sabido, el Ayuntamiento ha pugnado por conseguir la titularidad de la antigua dársena portuaria, lo que no ha conseguido hasta este mismo año, al recibir la propiedad de manos del Estado.

Hacer permeable el puerto y la playa, hacer que se comuniquen los dos ámbitos de la ciudad, era un desafío que el Ayuntamiento presidido por Rita Barberá deseaba resolver cuanto antes. El deseo de la alcaldesa, tantas veces expresado, de que la Marina pase a ser “un barrio más de la ciudad”, empieza a hacerse realidad con estas medidas. Que en otro orden de cosas, aunque en principio no lo señalen de forma explícita, están empezando a decir también –o así lo interpreta quien firma estas líneas– que la ciudad no está muy volcada “por la labor” del circuito urbano de Fórmula 1, necesitado de cierres, vallas y dificultades de acceso como en su día la Copa América.

Hacer permeable el recinto portuario, facilitar el acceso de los valencianos a las instalaciones que se quieren potenciar, es la nueva, y muy clara, línea municipal. De ahí las consecuencias que ya están aplicando: el puerto necesita más transporte público, más vigilancia de la Policía Local y se supone que muy pronto quedará integrado en la red urbana general en lo que se refiere a servicios de limpieza, semaforización, mantenimiento de alumbrado y conservación de alcantarillado.

Apertura, pues. Trasparencia sin verjas, vallas y controles. Como cuando atravesamos la Gran Vía o la calle de Colón. Los valencianos pasaremos de un barrio a otro, de un ámbito a otro, sin notarlo: de esa playa de Valencia cargada de historia y predilecta de los vecinos, a la Marina Juan Carlos I, que es nuestro viejo y querido puerto.

Lo que ahora no se entiende bien es por qué fueron separados si lo uno no se comprende sin lo otro… 

Puche.

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