Soledad Soto Vicente - “La casa bonita. Una historia de maltrato”

“La casa bonita. Una historia de maltrato”

La casa bonita. Una historia de maltrato

Cuando yo era pequeña me llamaba la atención ver a mi vecino saliendo a pasear con su mujer; siempre la llevaba cogida, con su brazo echado sobre su hombro. Recuerdo que le decía a mi padre: “Tú nunca coges a la mamá”. Paseando, mi madre siempre andaba delante y mi padre quedaba atrás, y siempre llevaba las manos cruzadas detrás.

Cuando yo era pequeña me gustaba ver a mi vecina, que siempre que salía a la calle, llevaba puestas unas grandes gafas de sol. Yo le decía a mi madre que se comprara unas. Me gustaba ver a mi vecina con unas modernas gafas de sol.

Cuando yo era pequeña, los niños (tan crueles a veces), nos reíamos de la actitud de los dos hijos de mis vecinos. En el colegio no prestaban atención a nada, eran torpes y hablaban poco, nunca salían a jugar a la calle con nosotros y casi nadie quería trato con ellos, pues a veces, sin ton ni son, se volvían muy agresivos y pegaban y mordían a algún compañero.

Cuando yo era pequeña ansiaba atravesar el umbral de la puerta de mis vecinos, pues yo pensaba que era una casa muy divertida. Siempre tenían la música puesta muy alta. Yo le decía a mi madre que me gustaría vivir en esa casa; mi imaginación me llevaba a pensar que siempre estaban bailando.

Cuando me hice mayor, yo comprendí muchas cosas:

Mi vecino llevaba a su mujer siempre cogida, para dar la apariencia de un feliz matrimonio. Al atravesar la puerta, los golpes y las patadas eran la tónica dominante. Mi vecina usaba siempre gafas de sol, aun estando nublado, para tapar toda la ira cobarde que su marido le proporcionaba, sí, ese que tanto la quería cuando salían a la calle. Sus hijos, sus pobre hijos, eran también protagonistas en esa cruel película de celos, rabia e ira que el maltratador repartía. Pobre niños…todos los días me acuerdo del infierno que estaban pasando.

Cuando me hice mayor, comprendí, que la música que salía todos los días de la casa feliz, estaba destinada a un baile cruel y maldito que un desdichado desgraciado ensayaba día a día con su pobre y atemorizada familia.

La rabia que me da es que ni sabía ni comprendía nada de la realidad, de lo que sucedía al otro lado de esa puerta tan bonita, con el nombre de los dos grabado en una pequeña placa, con un Corazón de Jesús situado arriba y un bonito felpudo para limpiarse los zapatos en el umbral.

Lo más terrible, la sociedad callaba.

Hasta que una mañana…bajábamos los niños por la escalera para ir al colegio, y un señor regordete vestido de policía, nos hizo subir, nos dijo que ese día no había cole, que teníamos que estar dentro de nuestras casas.

El cuerpo de mi vecina… (La que su marido la quería tanto, la que él la abrazaba cuando paseaban, la que llevaba siempre unas gafas de sol muy modernas, la que tenía unos niños que apenas hablaban y, si…esa que, me creía yo, que era muy divertida, que bailaba tanto dentro de casa, la del tercero)… Yacía hecha pedazos en el asfalto, en una bonita mañana cerca del final de curso… La tirara él…o se tirara ella…

Cuando me hice mayor…siempre pensé los mismo: “MALDITO ASESINO”…

A finales de los años 60, la violencia de género era un problema de pareja, era un asunto privado y punto. La justificación al golpe siempre era lo mismo: “Algo habrá hecho” (ella, claro).

Este Es mi pequeño homenaje a todas esas mujeres que sufren en silencia el maltrato físico o psíquico. La sociedad nunca, nunca, nunca, debería callar ante tal cobardía.

Soledad Soto Vicente.

Mujeres por Elche activas.

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