La excusa de los domingos

La polémica por la teórica apertura de la nueva tienda de Ikea en Alfafar, los domingos y festivos, ha abierto definitivamente la caja de los truenos en el sector comercial valenciano que, al margen de las apariencias, lleva años sufriendo las consecuencias de la crisis, especialmente en el ámbito de las grandes superficies.

En las últimas semanas hemos tenido la oportunidad de ir desglosando en estas líneas una especie de lucha sin cuartel entre una gran empresa, que defiende con legitimidad sus intereses, pero también la postura racional y lógica del Ayuntamiento de Alfafar, que como cualquier consistorio, debe hacer prevalecer las necesidades de sus vecinos ante la presión de las grandes compañías.

Es por ello, que este panorama dibuja una perspectiva de efecto dominó, que se ha ido agravando en los últimos años, y que pone de relieve las consecuencias de políticas comerciales que han funcionado durante una época, pero que empiezan a virar por los efectos colaterales de la crisis, y sobre todo por el cambio de hábitos en los consumidores.

Este último factor es el que realmente empieza a preocupar a la gran distribución, al margen de la alimentación, cuya cuota de crecimiento se ha comportado muy bien a pesar de la crisis, que asiste con cierta atonía y escepticismo a una posible ruptura de los exitosos conceptos comerciales de las últimas décadas.

Con este panorama, es previsible deducir que el problema de la gran distribución va mucho más allá de la apertura o no en domingos y festivos, ya que durante años el sector ha abierto durante ocho o nueve jornadas especiales durante el año en la Comunitat y ha ido aumentando progresivamente unos eficientes niveles de facturación.

Por tanto, que algunos históricos centros comerciales de Valencia o periferia argumenten que la apertura en domingos de centros vecinos les perjudica notablemente, suena en parte, a buscar pretextos para no reconocer la dura situación económica que llevan soportando en los últimos años.

Simplemente, basta con que cualquier consumidor acuda a alguna de estas superficies como Nuevo Centro o Gran Turia para observar no sin preocupación y cierta tristeza, como muchos de los locales comerciales se han ido vaciando progresivamente en un corto espacio de tiempo.

Las causas son muchas, como ya hemos comentado con anterioridad, pero sobre todo, la situación se puede atribuir más al cambio de hábitos de los consumidores, a la prolongación de la crisis y especialmente a la saturación de las grandes superficies.

Eso sin tener en cuenta un hándicap muy importante como son los costes elevados que deben soportar las marcas por instalarse en unas galerías comerciales explotadas por compañías que aplican unos precios desproporcionados por metro cuadrado más acordes con otros tiempos.

Esa presión económica solo consigue que progresivamente las galerías vayan perdiendo su equilibrio de comercios habituales, al margen de que exista una sobreoferta de productos equivalentes en múltiples centros también similares, al que se le suma el abaratamiento de marcas por el auge de las etiquetas blancas, que además se pueden consumir a través de plataformas electrónicas.

Un panorama nada halagador sin duda, el que presenta el comercio para los próximos años. Porque resulta evidente que para abrir la persiana en domingos y festivos muchas de las grandes empresas deberán hacer bien los números para no ser víctimas de su propia voracidad en un futuro no tan lejano.

Tal vez a Ikea y algunas firmas más si les pueden compensar estas aperturas, pero ante todo, deben tener claro que no se puede ni se debe llegar a un municipio con la intención de arrasar su comercio local.

El pequeño comercio ha sobrevivido durante décadas sin tener que abrir los domingos y festivos, aunque eso no signifique que ninguna empresa no pueda ejercer su derecho a abrir cuando lo considere oportuno, porque también es cierto que existe el libre mercado.

Pero una cosa es competir de manera libre y otra es hacerlo sin sentido. Porque si el mercado ha cambiado es entre otras cosas, por el empuje de la tecnología, lo que ha permitido sustancialmente el cambio de hábitos en los consumidores.

Es momento tal vez, de reflexionar sobre la conveniencia o no de seguir construyendo grandes moles de hormigón con miles de espacios comerciales por explotar, cuando las grandes áreas empiezan a flaquear.

Si las grandes superficies cambiaron los modelos comerciales en los albores del siglo XX, tal vez, cien años después, los consumidores tengan más que nunca el derecho a decidir cómo y cuándo quieren adquirir sus productos en un contexto más racional y maduro, que huya del crecimiento desproporcionado que marcó la pauta en los años previos a la crisis.

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