La hora de los radicales

Cuando empecé mi vida profesional hace casi cincuenta años, en pleno franquismo, aún se oían el eco posbélico de que había que ser “de derechas de toda la vida” para no tener problemas. Y vaya si los tenías caso de no estar considerado como “afecto al régimen”. Para ser periodista, además, antes de empezar la carrera debías probar que carecías de antecedentes penales y otro tanto tras terminarla.

Así se las gastaba aquel régimen y algunos hemos tenido la pertinente ficha policial que lo evidencia.

Ahora, por fortuna, gozamos de una libertad política que, en un golpe pendular de ideologías y costumbres, viene a potenciar las actitudes radicales de signo contrario. Así se explica el menosprecio de la ley hasta por mismas las autoridades encargadas de hacerla cumplir, como en el caso de la Generalitat catalana.

Pero no sólo ella. En esta sociedad está bien visto el escrache o acoso a los enemigos, mientras éstos sean de izquierdas, claro está, el movimiento okupa, el reventar mítines de conferenciantes de centroderecha, etcétera, etcétera.

La moda, digo, nos lleva a considerar culpable a cualquier tipo conservador acusado de corrupción o lo que sea antes siquiera de ser juzgado, a defender sin más a cualquier desahuciado sin conocer si tiene otros cuatro pisos o qué ha hecho con el dinero de la hipoteca, a dar por bueno el cambio de nombre de las calles sin saber quiénes fueron los personajes relevados ni quiénes los reemplazan.

Se trata de una moda, digo. Muchísimo mejor, por supuesto, que aquel régimen ominoso que algunos padecimos. Pero es una moda de radicalidad y no de mesura, de prejuicios y no de sensatez. Claro que conseguir la ecuanimidad y el equilibrio parece hoy día una utopía muy alejada de los tiempos que corren.

Artículo de Enrique Arias Vega

Ir arriba