La jauría humana

El período de finales de los 60, con sus excentricidades y esperanzas libertarias, nos deparó una excelente película magistralmente dirigida por Arthur Penn, con un reparto estelar que suma interpretaciones soberbias para encumbrar a la categoría de obra de arte este drama, cuyo principal mensaje es retratarnos la degradación de una sociedad y el caos que se puede provocar cuando determinados elementos se combinan de forma explosiva, dejando al descubierto la mezquindad y ruindad a las que puede llegar el ser humano.

En los últimos tiempos asistimos impávidos a una cascada de acontecimientos que denotan también esa degradación moral que Penn nos presenta en su película, con experiencias aisladas que van sucediéndose de forma vertiginosa hasta convertirlas en una ola devastadora espoleada por un relativismo que lo justifica todo en el tan manido “no pasa nada” , en una actitud irresponsable de terribles consecuencias si no reaccionamos a tiempo ya que estamos alimentando una convivencia llena de artificio, donde la podredumbre moral campa por doquier bajo el eslogan y la pancarta reclamando una falsa Libertad bajo un ideal de Justicia a la carta.

Estamos asistiendo a una verdadera crisis de legalidad, donde la impunidad es aclamada por las hordas que proclaman una salvación cooperativa, subvirtiendo las mínimas normas de convivencia y violentando al mismo Estado de Derecho donde todos estamos sometidos al imperio de la Ley. La doctrina nos determina el Estado de Derecho como toda organización política de la sociedad que reposa sobre normas fundamentales cuyo imperio se impone y sobrepasa toda voluntad. Lo que caracteriza al Estado de Derecho es imperio inexcusable de un determinado orden jurídico. Por lo que tanto gobernantes como gobernados deben inexcusablemente respetar la ley.

Ese axioma establece pues determinadas líneas rojas que todos debemos respetar, porque entrar en ese peligroso juego de relativizar determinados comportamientos viene a marcar de forma inexorable la diferencia entre la horda, la jauría y las sociedades cosmopolitas, ya que nos estamos jugando ya no solo una coexistencia pacífica sino la ruptura de un modelo de convivencia que nos hemos dado, por la exaltación de la violencia como elemento determinante para alcanzar un fin, y aquí no valen medias tintas. La sociedad no puede abstenerse de la ética de la responsabilidad, de la cultura del esfuerzo, del espíritu de sacrificio por mor de artificios que buscan el camino fácil, la vulgaridad, la ley del mínimo esfuerzo y una exigencia desmedida de Derechos apoyada en un “yo” idolatrado, olvidando descaradamente las obligaciones que comporta la convivencia en sociedades complejas.

La responsabilidad aquí es de todos los actores políticos, gobernantes y gobernados, partidos y sociedad civil, todos debemos hacer un ejercicio de reflexión y no ponerse de perfil cuando me interesa para sacar rédito político, porque una vez la jauría está en marcha ya no distingue a unos de otros, pudiendo revolverse también contra quien la ha alimentado.

La legitimidad de la defensa de las ideas y de los modelos de sociedad no puede ponerse en cuestión por actitudes libertarias que buscan subvertir los cánones establecidos, buscando atajos emboscados en decimonónicas argumentaciones que han fracasado estrepitosamente allí donde se han puesto en valor, por mucho que sus vociferantes defensores quieran negar.

La oscuridad de lo mediocre viene a cubrir las luces que la Ilustración aportaron al mundo y que tan bien nos describió Kant:

La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismos de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tú propia razón!

No podemos permitir que la jauría se imponga a la razón, que el griterío de unos calle la serena reflexión de muchos, que la indignación sea un arma para azuzar la jauría para cobrarse su pieza y no como vínculo de unión que nos permita sumar voluntades en positivo para superar las dificultades, porque es una tarea de todos, todos debemos implicarnos y aportar lo mejor de nosotros mismos. Es una tarea colectiva que debe alejar los negros presagios de los augures de turno, que espoleados por sus ejércitos mediáticos repiten hasta la saciedad,buscando una alienación colectiva estratégicamente desarrollada.

La mayoría silenciosa que asiste resignada a la usurpación de su espacio por aquellos que dicen hablar en su nombre, debe sobreponerse a esta devastación en lo moral que socava los cimientos de la propia convivencia. Nadie puede erigirse en Juez y parte, en Mesías de la oportunidad, estableciendo categorías morales a su albur y enajenado la realidad a beneficio de inventario. La verdadera voz de la sociedad establece sus sentencias de forma categórica a través de los mecanismos que el propio Estado de Derecho nos proporciona, mecanismos que podemos y debemos mejorar día a día para eliminar esa desafección de la sociedad, propiciando una regeneración democrática  que anteponga la virtud cívica al relativismo moral.

 

Ir arriba