William Vansteenberghe, Experto en Inmigración. Aquarius, el frio cortante de las olas

La lengua

Órgano diminuto y escondido, sin embargo nadie puede negarle su gran importancia en la vida humana, con o sin frenillo. Ha sido causante de guerras, de paces, de memoria transmitiendo cultura, forma de hacer y pensar las cosas.

Es gracias a ella que los seres humanos nos diferenciamos de los demás mamíferos, a la hora de imbuirnos del traje de superioridad de especie. Si bien la ciencia descubre que ciertos mamíferos tienen habilidades muy similares a las nuestras, hasta en las ciencias de la comunicación, debemos aceptar que la nuestra supera en diversidad comunicativa a todas las demás. Si me dejase llevar por mi corazón de poeta, colocaría el alma humana en la misma punta de la lengua.

Por desgracia desde el idioma de chasquidos, aún practicados por bosquimanos en toda su riqueza y por nosotros en los vestigios encerrados en las onomatopeyas, mucha saliva inútil ha corrido por nuestros apéndices comunicadores.

Aún ahora creo que la gimnasia practicada a escondidas en la boca, debería ser el fiel reflejo de nuestra inteligencia y no de la estupidez que a la humanidad le encanta vehicular de boca a oído. Debería ser la mejor de las herramientas para alcanzar el entendimiento, la comprensión de lo ignoto, en definitiva el puente hacía el otro, la otra.

En muchas regiones donde hay dos formas de agitar el órgano que se esconde pudoroso tras los labios y dientes, se pelean por la mejor forma de escupir saliva, que es lo que a menudo hacemos cuando en vez de hablar de forma inteligente, vociferamos idioteces.

Agarrada por la política es cuando la lengua deja de ser lo que debe, una herramienta para entendernos, bien o mal , pero al menos comprender lo que nos decimos. Sabiamente cocinado por los mediocres, aparece el hijo del orgullo y la hija del miedo, o sea la ignorancia, la cual atrevida, como siempre, empieza a espetar: “mi lengua esta recortada en derechos y deben ser restituidos”.

A base de lanzar soflamas la lengua termina por mojar tanto la realidad, que esta se encoje al triste espacio de víctima y de verdugo, y como todos sabemos, a la víctima no se la deja hablar y el verdugo no se digna a hacerlo, por lo tanto se instituye un diálogo de sordos.

El más sordo es siempre el que gana ya que no atiende a razones. La Lengua solo dice lo que quiere no oír el sordo, y el que oye ya no entiende lo que la lengua dice.

Luego el tiempo pasa y un día, harta de hablar lo que se espera de ella, la lengua se libera del frenillo y con la ayuda de la mente reconoce, como en el caso de los países africanos, que lo único bueno que dejaron los invasores son sus lenguas, ya que antes habían tantas que nadie se entendía más allá del portal de la puerta. Nigeria con sus 150 lenguas consiguió comunicarse a través de un acto invasor, aceptando que hablar es útil en todos los casos, ya que hablando se entiende la gente. Aunque por desgracia no siempre, ya que los árabes hablan la misma lengua en millones de metros cuadrados y la mente que es traviesa les hace oír lo que quiere, y por ello a menudo se matan entre sí.

Luego está la familia atrevida, la de los dueños de las lenguas, políticos intelectuales, y otros libertos, que determinan que es lo que hay que decir, rebajando nuestra mentes al seguidismo más animal, ya no es la nuestra la que elige, es la suya, y entonces ya no hablamos nuestra lengua, sino la de ellos.

Pero que como la mente es vaga, y ello en todas las latitudes, nos limitamos a asentir, sin proferir sonido, no nos vayamos a pasar de lengua.

Entonces la lengua se hace bandera, preguntareis-¿Cómo es posible que tan diminuto órgano pueda ondear sin fin sobre la cabeza de sus gentes, convenciendo con sonido monocorde que todos debemos ser iguales en la lengua? En ese triste momento todos olvidamos que la lengua puede servir para pensar en voz alta, razonar a viva voz, y que hablar varias lenguas enriquece el frenillo de la lengua viva y sobre todo la mente que deja de jugar para pensar.

Se producen escenas curiosas en esos lugares, la gente habla “su” lengua, ya no para entenderse, sino para oírse a sí mismos, ya no es siquiera un diálogo de sordos, ya que oyen pero no quieren entenderse, porque al poder de comunicar ideas se le ha impuesto el derecho de menear el frenillo de cierta forma. En esas zonas entenderse es complicado, y la irritación que produce a menudo obliga a las manos a intentar poner orden en tal cacofonía. Estas, con el dedo de cierta justicia, ordenan al atrevido callar, a veces a mamporros, para que finalmente reine él espeso silencio, ya que la palabra dejó de ser harmonía.

Lo triste, es que la gente se acostumbra, agacha la cabeza y en silencio rumia las palabras no dichas. Esto en la mente del único que se cree con derecho a proferir palabras suena a aquiescencia y aceptación, hasta que un día se levanta sin palabras ya que le han cortado la lengua.

A algunos nos llama la atención este deseo de defender la lengua, ya que hablamos tanto que no nos calla nadie, ni los sordos, ni las manos. Hablamos de tantas formas que descubrimos que es como viajar, te vas siendo de una a forma y cuando regresas, descubres que has cambiado para siempre y todo ello por un poco de saliva. En ese momento la boca decide hablar la lengua de la concordia y del entendimiento, y para eso cualquier idioma sirve, sino más vale callar, lo cual a veces, solo a veces, es una de las formas de hablar más eficaces.

En todos los lugares que nos han abierto sus secretos, algunos aprendimos la lengua, y a pesar de todas las diferencias que algunos agitan sin cesar desde la punta de su frenillo, hemos descubierto con agrado, que la gente, fuese de donde fuese, habla siempre de lo mismo, y lo que quiere es que les hagan caso, que para ello sirve una lengua, lo demás es Museo y lengua en formol, y esa señores, no yace en boca alguna, ni vive atada a frenillo, por lo que por desgracia cualquiera puede atribuirse lo que quiere decir este órgano inerte que representa la patria y la bandera.

Los que se atreven a hablar como ella, hablan una lengua muerta, ya que tanta saliva aformolada agrede a oído sagaz. Hablan de tradición y de cultura hasta aburrir a todos los oyentes que están a la búsqueda de la libertad bien hablada.

Para terminar, en el mejor de los mundos, pediría saber tres lenguas y con ello tener en la punta de esta, tres almas al menos, y así comunicar con los demás de tres formas distintas, y alejarme del miedo a tener solo una y que ésta por descuido, se me caiga de la boca para siempre, obligándome por ello, a hablarla sin parar ante el temor de que si paro, se me olvide.

Por ello ordeno a los demás que también la hablen ante el temor de que se muera, olvidándome que en todas las bocas duerme la misma lengua a la espera de decirme Hola, en cualquiera de los idiomas que agite mi frenillo y mi alma.

Artículo de colaboración de William Vansteenberghe

 

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