La “magia” de Sant Joan era poder trabajar

 

 

Un año se vuelve a apelar a una “tradición” que por lo general se inventa. Porque en los libros, en las revistas, en novelas o periódicos de la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX no aparecen referencias hacia el hecho de que los valencianos encendieran hogueras en la orilla del mar y luego saltaran sobre las brasas. Si eso se hacía, era en otros lugares, no en Valencia. Porque los vecinos del Marítimo lo que hacían era ir a cenar a la playa y, como mucho, cumplir con un ritual –ese sí está comprobado– que consistía en mojarse con las olas, esa noche, por primera vez en la temporada de verano. La cosa, bien poco mágica, era poner los pies a remojo.

La “magia de San Juan”, pues, consistía, para los vecinos del Cabañal y la Malvarrosa, en que de nuevo empezaba la temporada de baños, venían a la playa los bañistas y había la posibilidad de sacarse un duro alquilando casetas para cambiarse ropa. Y en todo caso, dándoles de comer en los merenderos improvisados con cañizos y maderas. La “magia” era la del trabajo, que también entonces hacía mucha falta.

Algunos periodistas se han propuesto estos días bucear en los archivos gráficos en busca de unos valencianos que, en el pasado, saltaran hogueras durante la noche de Sant Joan. No han encontrado nada. Ni los generosos archivos de Huguet o Diez Arnal, ni en los de Solaz o Tívoli aparecen fotos, fielmente datadas y documentadas, en las que veamos a los valencianos de 1894 o 1917 festejar en las playas de la ciudad la noche de Sant Joan, y mucho menos hacerlo con hogueras. Frivolidades de ese tipo, por otra parte, estaban muy mal vistas por los guardias.

En los últimos días, la tradición más arraigada que se ha venido a recordar es la de los años ochenta, cuando la ciudad empezó a ser escenario de la Ruta del Bacalao, una época en la que se consintieron excesos de todo tipo en las discotecas y lugares de recreo de la playa y de la costa. No había horarios, no había controles de alcohol o drogas y en contrapartida hubo no pocos accidentes.

Fue en esa época cuando empezó la popularización, en la prensa, de algunos de los llamados “rituales” antiguos entre los que destacaba, sobre todo, ir a la playa y, después de cenar, mojarse los pies por primera vez en la temporada, a ser posible con olas. Unos hablan de tres olas y tres deseos; aunque otros las suben a siete e incluso a nueve. Se escribió sobre eso y se salpicó de conjuros; y se importaron viejas prácticas ligadas al fuego en la costa alicantina, también en Cataluña, pero que en Valencia en modo alguno tenían arraigo.

La tradición valenciana de la noche de San Juan, y de San Pedro, es la cena en familia y, en todo caso, la verbena. Las familias del Marítimo, del mismo modo que salían a cenar en la acera, a las puertas de casa, en busca de aire fresco, podían darse cita en la playa. San Juan era el momento en que comenzaba la temporada de baños de ola. Ese día, desde el siglo XVII, está descrito que cientos de personas comenzaban a frecuentar la playa para tomar sus novenas de baños y en cada época tomaron los medios de transporte más adecuados.

Algo que contribuyó a establecer una costumbre en torno al 24 de junio fue el hecho de que los tranvías y los ferrocarriles pusieran en vigor sus tarifas reducidas en ese momento, para favorecer el desplazamiento de la gente a la playa. Se propiciaba que los valencianos del casco central de la ciudad fueran a la playa. Y que lo hicieran también turistas procedentes de los pueblos, o incluso de Madrid, en los llamados “trenes botijo”. En esa tarea de atraer a los madrileños bañistas siempre rivalizaron, con la herramienta del ferrocarril, Valencia y Alicante.

Se alquilaban casas en el Cabañal, el Canyamelar y la Malvarrosa para poder tener una secuencia de baños de mar larga. El tropel de gente que acudía era tal, que es normal que en la noche anterior hubiera docenas de personas trabajando en la terminación de la instalación de los merenderos y barracones provisionales.  Normal sería, pues, que se cenara en la playa… donde por cierto vivía no poca gente entre las barcas varadas, o en barcas viejas, como nos testimonia Vicente Blasco Ibáñez.

 

*El inicio de la temporada de baños suponía instalar las casetas y merenderos para que estuvieran a punto el 24 de junio

 

Los “más viejos del lugar” hablan de cenas en las que se consumían caracoles y clóchinas. Pero en parte alguna hay reseñas de hogueras que arden y gentes que las saltan: la guardia urbana hubiera corregido esos excesos de inmediato, como es natural. Mientras tanto, en la ciudad de Valencia, como queda testimoniado por las reseñas de los periódicos, se hacían verbenas, bailes, con motivo de San Juan y de San Pedro. Igual que las sociedades recreativas organizaban los festejos de Carnaval, los ateneos, el Circulo de Bellas Artes y otras entidades recreativas hacían lo propio al llegar el verano.

Las verbenas al aire libre convocadas en 1909 con motivo de la Exposición Regional tuvieron un gran éxito: pero fueron verbenas formales, celebradas en la Gran Pista, con pago de entrada, farolillos, puestos de refrescos, etcétera. Y con todos los elementos necesarios: organillo cuando se quería recrear el ambiente madrileño del mantón y orquestina en el resto de ocasiones. Por descontado que en el Gran Casino, reservado para socios y de mucho mayor nivel, hubo otras verbenas y bailes de salón.

Con todo, he aquí que los datos se confunden, muchas veces interesadamente, y se quiere hablar de “tradición” en torno a elementos que nunca han estado presentes. No consta que se hicieran hogueras en la playa ni que se saltaran sus brasas; ni mucho menos consta que la gente fuera a la playa a beber o a bailar nada. Como mucho, algunas familias cenaban cerca del mar y se mojaban los pies en las olas.

 

PUCHE

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