La maldición de Spotify y sus secuaces

Esta semana saltaba la nada sorprendente noticia de que Taylor Swift, una cantante muy conocida en el mundo anglosajón, retiraba sus álbumes del catálogo de Spotify. Una vez superados los argumentos esgrimidos por ambas partes, podemos ver el gravísimo problema que tiene esta compañía para resultar rentable a los artistas.

Pero, ¿el modelo en streaming no es el futuro de las empresas que quieren prestar un servicio digital? Muchos así lo piensan, pero este sistema tiene un gravísimo punto débil: apenas es rentable para los involucrados.

Spotify es una compañía que está a las órdenes de las discográficas, quienes dictan sus condiciones y licencian la música a placer. Según declaraciones de la propia empresa, un 70% de todos los ingresos van a parar a los bolsillos de las discográficas.

Spotify debe sobrevivir con un 30% de todo lo facturado a través de publicidad y suscripciones premium.

Con frecuencia argumentan que de los 10 millones de usuarios totales que tienen, muchos acabarán pasándose a uno de sus programas de suscripción mensuales para evitar la publicidad. Pero esto no resulta suficiente para nadie.

Se estima que cada vez que un usuario reproduce una canción se genera medio centavo de dólar (!), es decir, 0,005 dólares. Ahora bien, para que un artista generase la nada ambiciosa cifra de 20.000 dólares anuales, sus canciones deberían sonar un total de… ¡cuatro millones de veces!

Ningún artista que no sea Bruce Springsteen, Lady Gaga o los Rolling Stones podrían generar semejante movimiento en sus canciones. Mucho menos vivir de ello.

Los ingresos generados por Spotify no cubren más que una pequeña parte de lo que representan aún las ventas de discos físicos y digitales. No es de extrañar que Taylor Swift abandone el servicio de streaming. ¿Podemos culparle por ello?

Pero el problema de la rentabilidad y generación de ingresos se traslada también a los servicios similares a Spotify. Películas, ebooks, revistas y toda clase de entretenimiento susceptible de ser digitalizado está cayendo en las garras del streaming.

El caso de los libros es muy parecido al de la música. El volumen que mueven resulta tan ridículo que no compensa ni a los autores más reconocidos por el público.

Esta realidad convierte los servicios en streaming en meros sistemas de divulgación de contenido. A un artista o autor puede interesarles en un momento determinado dar a conocer su obra y a sí mismos a pesar de que la remuneración sea ínfima o inexistente. Sin embargo, empresas como Spotify no van a ser la salvación de unos sectores tradicionales que aún no se sabe cómo van a adaptarse a la sociedad digital.

La solución debe pasar por un beneficio mutuo de todas las partes implicadas: distribuidores, artistas y usuarios. Cuando las discográficas eran las únicas beneficiadas, la piratería corrigió sus excesos. Spotify pone todo el valor en manos del usuario extrayéndolo del artista. Una tercera solución debería ser posible.

Queda claro que el modelo de negocio del contenido en streaming no es el camino ni el futuro. Simplemente es un parche para una herida de un sector que sigue sangrando.

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