Juan Ramón Rallo. Leyendo a Piketty: la auténtica relación entre capital y renta

La MMT: una mala teoría económica

Warren Mosler considera que la administración estadounidense es incapaz de comprender sus instituciones monetarias debido a los siete fraudes mortalmente inocentes que denuncia a lo largo de su libro y que en los precedentes artículos tuvimos ocasión de estudiar. A su juicio, es una desgracia que los políticos estadounidenses se nieguen a comprender adecuadamente el funcionamiento de su monopolio monetario porque, al hacerlo, le están disparando en el pie a toda la nación: en concreto, la están condenando a una tasa de desempleo real cercana al 20% y a que su PIB sea un tercio inferior al que podría ser.

La visión general de Mosler puede resumirse del siguiente modo: el desempleo es consecuencia del insuficiente gasto agregado y el Estado puede gastar cuanto necesite imprimiendo nuevos billetes. En este sentido, el Estado no debe preocuparse por su posible insolvencia —ya que siempre puede imprimir suficiente moneda como para pagar sus deudas— sino simplemente por mantener la demanda agregada en un nivel de pleno empleo no inflacionario: los impuestos no son una herramienta para pagar las deudas o incluso para hacer frente a los desembolsos corrientes, sino la palanca con la que cuenta el Estado para retirar dinero de la circulación y enfriar la demanda.

Así las cosas, el economista de la MMT constata que en la actualidad la economía de EEUU adolece de una carencia de demanda agregada, lo que debería llevar al Gobierno a incrementar el gasto. Para ello, Mosler propone recurrir tanto a la política fiscal como a la monetaria: en materia de política monetaria, sugiere que la Reserva Federal fije los tipos de interés a los que financia a la banca permanentemente en el 0%, así como subvencionar los tipos de interés hipotecarios; en materia fiscal, recomienda que el Estado incremente el gasto (creando programas masivos de empleo público, mediante los cuales proporcionar ocupación a cualquier parado) y decrete unas vacaciones fiscales en materia de IRPF y Seguridad Social: el gigantesco déficit presupuestario que de ahí surgiría podría financiarse íntegramente con la impresión de nueva moneda.

En resumen, de acuerdo con Mosler, el Estado puede determinar el nivel general de precios al establecer cuánto quiere pagar por los bienes que adquiere al sector privado (ya que el sector privado necesita de la moneda fiat que él imprime para pagar los impuestos que él exige) y, por tanto, no hay ninguna razón para que tolere niveles altos de desempleo manteniendo a medio gas la demanda agregada. De hecho, Mosler llega a sostener que, al igual que en el s. XIX el Estado determinaba el nivel general de precios a través de la fijación del precio del oro, hoy el Estado determina indirectamente el nivel general de precios a través de la fijación de la tasa de desempleo; ése es el escenario que Mosler considera inaceptable (que el Gobierno acepte tasas de desempleo gigantescas con tal de mantener a raya la inflación) y contra el que dirige su libro.

A modo de resumen de nuestras críticas anteriores al planteamiento de Warren Mosler, procedemos a sintetizar los dos principales errores que cometen los seguidores de la MMT: cuentan con una mala teoría sobre los medios de pago y con una mala teoría de la producción agregada.

Una mala teoría de los medios de pago

La teoría monetaria de Mosler es deficiente en dos extremos: cuenta con una mala teoría del dinero y con una mala teoría de los medios de pago alternativos al dinero.

En cuanto al primero, Mosler no duda en denominar “dinero” a la moneda fiat que imprime el Estado y en la que éste nos obliga a pagar sus impuestos. Más allá de que la nomenclatura, el problema de fondo es otro: considerar que los principios que regulan el funcionamiento y el valor de la moneda fiat son los mismos que los que regulan el funcionamiento y el valor de, por ejemplo, el oro. La moneda fiat —la llamemos dinero o no— es una forma de crédito que los ciudadanos conceden al Estado: en particular, es una anticipación de su pago de impuestos futuros. De ahí que sea recomendable analizar el funcionamiento y el valor de la moneda fiat como el de cualquier otra forma de crédito, esto es, como el valor de un activo financiero.

Así, el valor de un activo financiero no depende tanto de su oferta deudora cuanto de su demanda acreedora: es verdad que una mayor oferta/colocación de activos financieros puede provocar un incremento del tipo de interés al que son financiados y, por tanto, una reducción de su precio, pero en activos financieros a muy corto plazo y, en principio, con escaso riesgo, ese efecto es más bien marginal y poco relevante (el inversor en esos activos financieros suele, de facto, considerarlos como sustitutivos de la tesorería). Por el contrario, el elemento crucial que regula la demanda de los activos financieros es su demanda acreedora: mientras la demanda de un tipo de activos financieros por parte de los inversores se mantenga calmada, el valor de ese activos financiero no sufrirá variaciones importantes; pero si, en cambio, se desatan las dudas sobre la capacidad de repago del deudor, el valor de ese activo financiero se desplomará, incluso cuando su cantidad pudiera estar reduciéndose.

Siendo la moneda fiat un crédito fiscal que la ciudadanía concede al Estado, ¿puede el Estado incrementar indefinidamente sus deudas fiscales tal y como sugiera Mosler? A juicio del estadounidense, la capacidad del Estado para endeudarse en forma de moneda fiat en términos nominales es ilimitada, si bien en términos reales se halla contingentada por la depreciación de la moneda fiat (por la inflación). Y, en efecto, el Estado tiene una capacidad ilimitada de emitir moneda fiat en términos nominales: como todo deudor —incluso los insolventes— gozan de una capacidad ilimitada de imprimir pagarés a su nombre… cuestión distinta es que alguien los acepte salvo a descuentos estratosféricos. Asimismo, como también reconoce Mosler, la capacidad de un Estado para endeudarse en moneda fiat está contingentada en términos reales: el problema es que Mosler le concede a la moneda fiat un tratamiento similar al del oro y atribuye la inflación a un exceso de gasto agregado con respecto a la capacidad productiva de la economía. En realidad, la inflación que verdaderamente limita la colocación de moneda fiat en el mercado es la que deriva de su característica de activo financiero, esto es, la percepción sobre la solvencia del Estado. El economista de la MMT parece no contemplar la posibilidad de que una economía presente sobreabundancia de recursos ociosos y que, simultáneamente, la moneda fiat se esté depreciando a tasas altísimas (alta inflación) como consecuencia del desmoronamiento de su demanda acreedora ante la insolvencia creciente del Estado. Pero ésa debería ser la cuestión crucial para quien defiende la impresión potencialmente ilimitada de moneda fiat, esto es, el endeudamiento potencialmente ilimitado del Estado.

En suma, el Estado, como emisor moneda fiat —como emisor de deuda fiscal—, no se halla en una situación radicalmente distinta a la de cualquier otro deudor. En términos nominales, puede endeudarse cuanto desee y sin límite (serán los acreedores los que, al comprar la deuda, le apliquen el correspondiente descuento); en términos reales, su endeudamiento está limitado por su solvencia, no por la capacidad ociosa del resto de la economía. Mosler se niega a comprender este esencial aspecto porque, aun cuando reconoce que la moneda fiat es deuda, le otorga un tratamiento económico similar al de un bien real como el oro: mas la demanda inversora de oro no depende, en absoluto, de la solvencia de su emisor (el minero), sino de su utilidad marginal.

Ahora bien, el error de Mosler con respecto al sistema de pagos no termina en su caracterización de la moneda fiat. El economista de la MMT está asumiendo implícitamente que todas las compraventas de bienes y servicios se efectúan contra moneda fiat: solo así se entiende su ingenua idea de que el Estado pueda regular la inflación controlando la oferta de moneda fiat. Pero lo cierto es que existe una muy importante alternativa a comprar o vender bienes y servicios contra moneda fiat: comprarlos o venderlos a crédito y, ulteriormente, compensar todas las posiciones deudoras y acreedoras entre sí. En la actualidad, cada vez que pagamos con tarjeta de débito o girando un cheque contra nuestra cuenta bancaria estamos, justamente, pagando a crédito (usando el crédito del banco): es decir, no estamos usando directamente la moneda fiat del Estado.

En este sentido, la influencia de los intercambios a crédito sobre el sistema de pagos (y, por tanto, sobre qué se produce y a qué precio) no debería ser subestimada: en 2013, el importe medio diario de las transacciones en dólares dentro de la cámara de compensación más importante del ramo, Chips, fue de 1,5 billones de dólares y, sin embargo, el uso de moneda fiat (billetes de dólares o pasivos de la Reserva Federal) necesario para sustentar esas billonarias transacciones en dólares apenas fue de 3.000 millones diarios, es decir, el 0,2%. Por consiguiente, la moneda fiat dólar fue en 2013 un convidado de piedra en la inmensa mayoría de intercambios: ¿cómo regular la inflación o la producción a través de la oferta de un activo que, en circunstancias normales, tiene una nula participación en los intercambios?

Justamente por lo anterior, los economistas de la MMT como Mosler suelen afirmar que el sistema bancario privado tiene capacidad para “crear dinero” y defienden la necesidad de limitar ese privilegio, obligándoles a mantener un coeficiente de caja del 100% (en moneda fiat) sobre sus depósitos a la vista. Al parecer, con semejante medida el Estado recuperaría el control del monopolio de la creación de dinero y tendría una mayor capacidad de gestión macroeconómica. De lo que no se dan cuenta, en esta sede, es de que los bancos no tienen ninguna capacidad para crear dinero, pues lo único que hacen es crear créditos contra sí mismos que, posteriormente, son utilizados como medio de intercambio. Mientras los agentes económicos sigan disfrutando de la capacidad para comprar o vender a crédito, el Estado carecerá de un monopolio real sobre los medios de pago: las empresas podrían seguir otorgando crédito comercial a sus clientes y los clientes podrían seguir aplazando y compensando sus pagos. Impedir que los bancos creen crédito de manera autónoma a la moneda fiat (sin coeficiente de caja del 100%) no evitará las compras o ventas a crédito, simplemente excluirá de la buena gestión de ese mercado financiero a uno de sus principales intermediarios y arbitrajistas (los bancos).

En definitiva, ni el valor de la moneda fiat depende de su oferta estatal, ni el Estado goza de un monopolio en la oferta de medios de pago. Su poder monetario es infinitamente menor al que le atribuye Mosler: que un Estado puede anticipar su gasto emitiendo moneda fiat se explica, simplemente, por los mismos motivos que le permiten anticipar su gasto emitiendo deuda a 30 años. La diferencia entre la moneda fiat y la deuda a 30 años es que el pago de la primera se le puede exigir al Estado a corto plazo (cada vez que se pagan impuestos) y, en consecuencia, no se le abonan intereses al prestamista. Ahora bien, justamente por ello, si el monto de moneda fiat es muy superior al monto de los impuestos adeudados al Estado (es decir, si su tenedor no puede “cobrarse” ese crédito a corto plazo, teniendo que esperar a futuros pagos de impuestos), la moneda fiat tenderá a depreciarse (su demanda acreedora se reducirá). Ninguno de todos estos fundamentales fenómenos es considerado por Mosler cuando se limita a recomendar impresión de moneda fiat para aumentar el gasto.

Una mala teoría de la producción agregada

Pero la teoría monetaria de Warren Mosler no es sólo una teoría monetaria, sino también una teoría fiscal: como decimos, cuando el Estado imprime moneda fiat está, en realidad, emitiendo deuda fiscal y lo está haciendo para incrementar su gasto público. Y, en este sentido, su teoría fiscal no es sólo una teoría fiscal, sino una teoría sobre la producción agregada: cuando el Estado gasta está, a su vez, determinando qué debe y qué no debe producirse.

La teoría de la producción agregada de Mosler es harto simple: el Estado ha de gastar en lo que quiera y ha de proporcionarle un empleo a todo aquel que quiera trabajar y que no encuentre ocupación en un mercado libre. Básicamente, pues, Mosler no está respondiendo a la pregunta esencial con respecto a la producción, a saber, qué debe producirse. O, más bien, la respuesta que ofrece es del todo hueca: hay que producir cualquier cosa con tal de que se alcance el pleno empleo y se satisfaga la voluntad el Estado.

Pero al adoptar esta perspectiva, Mosler está abandonando la perspectiva económica. La Economía se encarga de estudiar cómo unos recursos que son escasos se destinan a los fines más valiosos. ¿Más valiosos para quién? Para los agentes económicos que participan voluntariamente en un esquema de división del trabajo. ¿Produciendo cualquier cosa que genere empleo y se ajuste a la voluntad del Estado se logra satisfacer los fines más urgentemente demandados por los agentes económicos? No necesariamente o, mejor dicho, no en casi ningún supuesto imaginable: el Estado es incapaz de efectuar cálculos económicos competitivos y, por tanto, es incapaz de darle un uso racional a gran escala a los recursos.

Mas si el Estado no economiza recursos, ¿qué está haciendo cuando gasta? Despilfarrarlos, esto es, darles un uso subóptimo. No es que un mercado libre no pueda darle un uso subóptimo a los recursos escasos: es que cuando se lo da, se desata una tendencia que aboca al desempleo a aquellos factores que no están generando valor (quiebras empresariales y aumento del paro). Ése es el mecanismo último que permite que el mercado vaya —vía prueba, error y rectificación— ajustándose y reajustándose. El desempleo no es un mecanismo para estabilizar el valor de la moneda fiat —como dice Mosler— sino para interrumpir aquellos planes empresariales que destruyen valor. En cierto modo, podríamos decir que las quiebras y el desempleo son el mecanismo con los que —en términos popperianos— se falsan los planes productivos dentro del mercado. Pero si el Estado se arroga como cometido proporcionar un empleo a todo aquel que lo demanda y siempre que lo demanda, ¿cómo falsar la conveniencia de una decisión productiva que se mantiene inmutable mientras el Estado así lo quiera? Imposible. Por eso Mosler carece de una teoría sólida sobre la producción agregada: porque sólo se preocupa por que el gasto agregado maximice el empleo en cualquier actividad.

Pero los errores del economista de la MMT con respecto a la producción agregada no terminan aquí: no se trata sólo de que no considere relevante qué bienes deben producirse, es que tampoco considera relevante cuándo y con qué niveles de riesgo deben producirse esos bienes. Dicho de otra manera, Mosler no sólo pasa por alto la necesaria coordinación entre oferta y demanda (entre productos fabricados y productos deseados), sino también la coordinación entre una oferta cuyas condiciones productivas exhiben unas determinadas características de tiempo (cuándo estará disponible cada bien) y de riesgo (con qué probabilidad estará disponible cada bien) y entre una demanda que también exhibe unas determinadas preferencias de tiempo (cuándo quiero que esté disponible cada bien) y de riesgo (qué riesgos estoy dispuesto a asumir con respecto a cada bien).

Mosler ignora completamente el análisis de la compatibilidad entre el perfil temporal y de riesgo de la estructura de producción y las preferencias temporales y de riesgo de los consumidores. Por eso, por ejemplo, desea que el Estado subsidie el endeudamiento hipotecario (esto es, que los tipos de interés de las hipotecas no reflejen las preferencias de los ahorradores con respecto a su tiempo de espera y su nivel de riesgo deseados), piensa que la inversión crea el ahorro necesario para financiarla (sin plantearse cuál es el perfil temporal y de riesgo del ahorro y la inversión existentes), opina que la Seguridad Social no puede quebrar (ya que siempre será posible imprimir la suficiente moneda fiat para pagar las pensiones), sostiene que no existe problema alguno en los déficits exteriores, tengan éstos el nivel que tengan (esto es, que sobreendeudarse a corto plazo con el extranjero nunca acarrea ningún problema) y proclama que los déficits públicos no los soportan las generaciones venideras (creyendo que la deuda pública a corto y a largo plazo son completamente intercambiables).

Si Mosler no omitiera todos estos problemas, lo tendría mucho más complicado para defender que el Estado puede imprimir cuánta moneda fiat desee para gastar en lo que desee: en la medida en que el Estado desconozca las preferencias variadas y dinámicamente cambiantes de los agentes económicos a propósito de qué debe producirse, cuándo debe producirse y con qué nivel de riesgo debe producirse, el Estado no debería “promover la actividad económica” gastando, pues en realidad sólo estará despilfarrando. Tan sólo ocultando todas estas dificultades cruciales e insalvables puede defenderse que el Estado debe endeudarse (emitir moneda fiat) para producir cualquier cosa.

En definitiva, la versión de la MMT que defiende Warren Mosler es una mala teoría monetaria porque es una mala teoría fiscal y es una mala teoría fiscal porque es una mala teoría sobre la producción agregada. Y, claro, cuenta con una mala (o nula) teoría sobre la producción agregada por carecer de una teoría sobre la coordinación económica. Los siete fraudes mortalmente inocentes que denuncia Mosler no son fraudes, sino sensatas cautelas contra una irracionalidad antieconómica que Warren Mosler quiere restablecer a través del alocado intervencionismo monetario del Estado.

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