La mujer del pelo rojo

No, no se trata de Woman in red ni de la ‘narca’ de La banda del carro Rojo, aunque ha traficado con dineros de la res publica a cascoporro. Es doña Consuelo Císcar, aunque me dicen que se ha teñido el pelo de castaño oscuro, digo yo que por mor de pasar desapercibida, que la pelambrera de antes llamaba lo suyo la atención.

Anda tan de perfil bajo como la Doña Rita, que parece que ahora se hace la dormida en el AVE para que nadie la interpele. Como ella, Císcar está tan ‘apestada’ que ya ni dios le baila el agua. Ni siquiera todos aquellos artistas que reclutó para la causa del PP, los mismos que antes habían pastado en el pesebre socialista y que tampoco han tardado demasiado en pasarse a las filas de Compromís.

Yo misma la vi hace un tiempo, que se dejó caer por una vernissage de postín en la Fundación Bancaja y no se le acercó ni el tato. Y la verdad, no es la que señora en cuestión me diera lástima, pero me indignó la actitud ‘de judas’ del conventículo. Muchos de los asistentes bien que le habían lamido allí donde la espalda pierde su casto nombre a cambio de sinecuras artísticas ni merecidas ni meritorias.

Y es que la woman ha sido súper generosa con sus amiguetes y consigo misma. Su chalet en Aigües Vives es un verdadera pinacoteca de arte moderno, a rebosar de obras de artistas que han expuesto en el museo valenciano gracias a más que dudosos criterios selectivos. Por el IVAM no sólo han pasado infinidad de billetes de 500 euros, fruto del saqueo sistématico del instituto, también –y por poner otro ejemplo simbólico- más de 6.000 ejemplares de un mismo número del diario El Mundo, donde se publicaba una entrevista suya, y que llegaron al IVAM sin albarán ni registro de entrada. El mismo diario que le encartaba “los Cuaderns” aquellos, donde casi todas las exposiciones las “comisariaba” ella misma, a cambio de la friolera de 2,3 mll de euros. Tan desmedida egolatría debió conducirle a pensar que de verdad era una experta en arte contemporáneo, o que lucía de buen ver con los modelitos de Agatha Ruíz de la Prada, otra amigueta que ahora la habrá borrado de su agenda.

No solo pagaba a comisarios –en muchos casos ella misma- honorarios de hasta 75.000 euros, o compraba obras a precios que multiplicaban por cien u valor de mercado, que eso ya lo sabemos, o contrataba únicamente con las empresas de Enrique Martínez Murillo los transportes de arte y los viajes, a cambio imagino de suculentas mordidas y otras dádivas, sino que su afán ‘curatorial’ también le hizo encumbrar al artista llamado Rablaci, su propio hijo, quien con apenas 20 añitos había participado ya en bienales y exposiciones de cierto prestigio. Por ejemplo en Portugal, donde Císcar y el director del Centro Cultural de Cascais mantuvieron un fructífero convenio de colaboración que beneficiaba a los vástagos de ambos.

Coincido con Tomás March, que conoce a todo aquél que haya tenido o tenga que ver con el mundillo artístico, en que a este Rablaci lo han desgraciaó para toda la vida, ya que ahora se le cerrarán muchas puertas con tanta celeridad como antes se le abrían, y nunca sabremos si el mundo ha perdido a un nuevo Chillida. Y es que los hijos heredan los pecados de los padres, máxime si los padres han cometido desafueros que ni el Papa Francisco les condonaría.

Fina Godoy. Periodista

 

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