La nueva cultura popular valenciana

Anda la gente polemizando sobre el contenido que debe tener la asignatura de Cultura Popular Valenciana que la consellera Maria José Catalá quiera incorporar al curriculum escolar. ¿Son galgos o podencos?

Y la cosa sólo ha hecho que empezar, porque los valencianos tenemos una habilidad especial para ponernos a discutir sobre nuestro ADN y mucho más sobre nuestra alma. Prueba evidente de que hay mucho de romance en este debate y poco de ciencia histórica.

Pero en fin, es nuestro sino de los últimos años, ya que no lo era en la noche de los tiempos, donde las culturas distintas compartían el solar patrio. Por ejemplo: ¿Alguien se ha dado cuenta que la enamorada de Tom Payne en El Médico (Philipp Stolzr sobre novela de N. Gordon) es una española (Rebeca) que se va a casar con un judío en un país árabe? ¿Alguien tiene en cuenta ese ADN en el debate sobre la asignatura de Cultura Popular? Pue no. La discusión es si metemos els bous al carrer, el Tribunal de las Aguas o las hazañas de Blasco Ibañez.

Pero esta historia no es mi propósito. Porque mientras andamos debatiendo cuestiones del ADN y el grupo sanguíneo la cultura avanza que se las pela. Y precisamente avanza por  dónde no estaba previsto. La llamada cultura popular ha quedado reducida a cenáculos de uno u otro signo, mientras el ciudadano valenciano es cada vez más universal culturalmente. Por lo tanto la asignatura de Catalá está condenada a ser una propuesta antropológica.

Miremos el entorno dónde se desarrolla la cultura popular: Las salas de cine caen en picado, por mucha subvención que le metan al celuloide patrio. Y el teatro en valenciano es una reliquia. La industria cultural de los libros patrocinados por instituciones, ciclos de conferencias o espectáculos musicales de cultura popular ha caído un 30 % en diez años. Los espectadores de escenarios de danza un 43 %. Y los libros -38%. Y los discos es la gran catástrofe, con una caída del 77,5 %. Da lo mismo el dinero que le meta la Generalitat, el ministerio del ramo o un ayuntamiento. Son conceptos culturales decimonónicos que solo atraen a públicos minoritarios. ¿Hay que seguir poniendo dinero público en ese modelo de cultura popular?

Y suben los videojuegos, la descarga de películas en plataformas de pago, las ofertas gastronómicas y las micro acciones culturales en colegios, salas especiales o pubs. De repente en 2013 hubo más gente asistiendo a conferencias importantes en redes como “Escépticos en un PUB” que en los escenarios habituales de Valencia para estos menesteres. Y más niños que vieron teatro en micro iniciativas (La troupe) escolares que en teatros al uso. Y eso funciona por pura iniciativa privada, sin un duro público de por medio. ¿Hay que fomentar esa nueva cultura popular o ignorarla?

La cultura actual es proactiva, laica, privada. Individual. Cuando uno piensa en la cultura de los últimos años en España o la Comunidad Valenciana se le aparecen las imágenes de Consuelo Ciscar, Carmen Thysen,  Pedro Almodovar, Francisco o Aguilera Cerní o contenedores como el IVAM, Lo Rat Penat, CACSA, Acció Cultural o el Teatro Principal. Toda una cultura que vive del dinero público y ya no tiene futuro. Se acabó.

Es el mismo que el educativo. Todo tenía que ser público, y hemos acabado con el mayor porcentaje de adultos en la cola de la CEOE en matemáticas y comprensión lectora. En la dialéctica prueba/error hemos fracasado. Tenemos un nivel cultural muy bajo, la cultura cuesta mucho dinero para unos pocos y  las señas de identidad se confunden con la borrachera colectiva en las fiestas (En Benicássim han elevado a categoría de rotonda una paella gigante como recordatorio de una fiesta que registra cada año los mayores comas etílicos de la provincia, como la tomatina de Buñol).

La  eclosión de los grupos en valenciano en los últimos años (Obrint Pas, Arthur Caravan o el polémico Pau Alabajos, por citar algunos) se produce porque internet es una magnífica cadena musical. Y otros como Red Búfalo son contratados para cantar en los autobuses de la EMT. Y en literatura Carmen Amoragas o Matilde Asensi demuestran que la creatividad no solo es cuestión de raíces y escribir en valenciano. Lamentablemente este tema no forma parte del debate sobre la asignatura Cultura Popular Valenciana.

Jesús Montesinos

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