La revuelta de Sertorio en tierras valencianas (II)

Como vimos en el anterior capítulo de sobre el inicio de las denominadas Guerras Sertorianas, durante el verano del año 76 a.C. se produjo el primer enfrentamiento de entidad entre las tropas insurgentes comandadas por el procónsul rebelde Quinto Sertorio y las fuerzas gubernamentales al mando de Cneo Pompeyo Magno frente a los muros de Edeta. Gracias a una ingeniosa treta, Sertorio dejó inmovilizado a Pompeyo y lo contuvo frente a la ciudad hasta que la escasez de suministros obligó a separarse mucho de su campamento a una gran partida de forrajeo que cayó en una trampa mortal urdida por Octavio Graecino y el joven Tarquicio Prisco, dos de los más avezados subordinados de Sertorio, pereciendo aquel día los cerca de diez mil hombres que Pompeyo envió a socorrerla al mando de su legado Lelio en un paraje probablemente ubicado cerca del ancho barranco que separa los términos de Llíria y Casinos.

Aquella humillante derrota, que propició la retirada ignominiosa del picentino y su hueste, y la consecuente rendición incondicional de Edeta, no podía quedar sin saldar para alguien tan vanidoso como fue Pompeyo el Grande. Sertorio, haciendo alarde de su estudiada magnanimidad, perdonó la vida a los edetanos díscolos, pero la vieja ciudad ibera encaramada en un altozano ardió sin remisión estando todavía Pompeyo acampado en el valle del Turius, para mayor escarnio y afrenta al joven optimate, que tuvo que soportar las burlas del viejo tuerto. Durante aquel otoño la población edetana fue realojada entre el llano y el cerro del Tossal de Sant Miquel, donde había estado la ciudad ibera, en una llanura llamada hoy Plà de L’Arc. Aquel nuevo núcleo de población destinado a dar grandes nombres al futuro Imperio Romano continuo llamándose Edeta en algunas fuentes antiguas y epigrafía, siendo también conocido como Lauro en otras (por ejemplo, así la llama Plutarco, la fuente más completa sobre la vida de Sertorio).

Dispuesto a devolverle con creces su ardid, la campaña del 75 a.C. se desarrolló de forma muy diferente para ambos intereses. Pompeyo y Metelo pasaron el invierno en Narbo y Corduba respectivamente, pero mantuvieron una intensa correspondencia. El plan era el siguiente: Sertorio estaba invernando en su campamento de Castra Aelia (un emplazamiento no del todo claro en el curso medio del Ebro), así como Lucio Hirtuleyo en la Lusitania y Cayo
Herenio en la Edetania junto a sus respectivas fuerzas provinciales y milicia indígena. Muy hábilmente, Metelo, adocenado pero no incompetente, comenzó a utilizar la red de agentes insurgentes en su contra, desinformándolos sobre sus propósitos y movimientos para que Hirtuleyo pensase que viajaría con una escasa escolta y capturarle sería un objetivo fácil y muy suculento. El legado rebelde, que tenía prohibido por Sertorio presentarle batalla a campo abierto al obeso optimate, hizo caso omiso de sus órdenes y cayó en la trampa. Metelo lo tentó, sorprendió y derrotó completamente en un lugar indeterminado a orillas del Genil llamado Segovia, muriendo el propio Hirtuleyo en aquella funesta batalla campal. El camino hacia la Edetania estaba despejado.

En paralelo a estos hechos, el joven Pompeyo cruzó como un rayo la Citerior desde sus cuarteles de invierno en la Galia Narbonense y plantó su campamento junto a Saguntum, ciudad de lealtad fugaz que pronto cambió de bando ante aquel ejército imponente que había acampado a sus puertas. En cambio, no sucedió lo mismo en Valentia. Con Sertorio avisado del peligro y desplazándose a marchas forzadas desde el Ebro dispuesto a socorrer a su legado Herenio, Pompeyo no se lo pensó dos veces y atacó la atalaya de El Puig, incendiándola, para seguir su avance arrollador hacia la colonia rebelde del Turius con una ferocidad desmesurada. Tras un largo combate trabado a las puertas de la ciudad y el posterior cruento asalto, donde el mismo Cayo Herenio murió luchando al frente de cerca de diez mil insurgentes ante la Porta Saguntina, las tropas gubernamentales entraron a sangre y fuego en la colonia rebelde. Toda ella acabó devorada por las llamas excepto el sagrado Santuario de Esculapio (cuyo podio decora hoy los zócalos de la Basílica de la Virgen de los Desamparados) y el templo de la Triada Capitolina del Foro, quizá por superstición o respeto a las divinidades comunes de vencedores y vencidos. Durante la campaña de excavación en el solar de L’Almoina se encontraron allí, cerca de lo que fue la basílica republicana, once esqueletos de hombres torturados durante aquel terrible asalto, diez jóvenes y uno en edad madura, este último con las piernas aserradas y un pilo incrustado en el recto. Probablemente, aquellos ajusticiados fueron los cabecillas de la insurgencia local… ¿Qué pasó en Valentia para que Pompeyo el Grande ordenase un escarnio así?.

Para revivir y estremecerse imaginando una respuesta a esta pregunta, uno de estos esqueletos puede verse hoy en el Centro Arqueológico de L’Almoina. Da que pensar… A mí me lo dio, y decidí narrar su vida en una novela histórica.

Esqueletos torturados en Valentia

Para Pompeyo, con su implacable victoria en Valentia la afrenta de Lauro estaba saldada, tanto en número de bajas infligidas al rival como en la pérdida de una ciudad estratégica, además del mazazo anímico que le supondría a su astuto adversario haber perdido a sus dos mejores lugartenientes en tan corto espacio de tiempo, puesto que el inútil Marco Perpena Vento, el tercero en jerarquía, escapó ileso de Valentia, pero aun así, nada estaba decidido. Todavía quedaba mucha campaña que librar aquel aciago 75 a.C., sucesos que os contaré con detalle el próximo día…

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