La revuelta de Sertorio en tierras valencianas (III)

Tras el asalto y atroz escarmiento público en el foro de Valentia, Pompeyo se sentía imparable. En pocos días toda la actual llanura valenciana cayó en manos gubernamentales, estableciéndose el nuevo punto de resistencia rebelde en las cercanías del único puente documentado sobre el Sucro (el río Júcar) en un lugar de controvertida ubicación llamado Sucrone. Este campamento permanente romano, que aparece documentado desde la Segunda Guerra Púnica, estaría presuntamente ubicado en un lugar impreciso entre los actuales municipios de Algemesí y Albalat de la Ribera. Hay que tener en cuenta que el trazado del Júcar ha cambiado mucho en estos dos mil años de crecidas y sedimentos, así como las riberas del Palus Nacarensis (L’Albufera), diez veces más grande que hoy y cuyos lindes imprecisos quizá se mezclasen con la desembocadura del río en Portus Sucronensis (hoy Cullera).

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El caso es que Quinto Sertorio llegó a la zona demasiado tarde para socorrer a sus subordinados Herenio y Perpena a las puertas de Valentia, donde como vimos cerca de diez mil rebeldes dejaron su vida defendiendo la colonia frente a las tropas de Pompeyo, pero no tan tarde como para entregar a su adversario el puerto de enlace con su aliado Mitrídates del Ponto en Dianium (hoy Denia) y el granero de suministros y levas de su causa sin plantar cara. En el otro bando, el joven Pompeyo, arrogante y henchido de éxito tras el asalto de Valentia, decidió no esperar la llegada de su colega Metelo y lanzarse contra Sertorio para devolverle en persona la afrenta de Lauro del año anterior. Sertorio, por su parte, al ver aparecer las tropas gubernamentales frente a Sucrone, plantó batalla aunque ya era mediodía, pues confiaba que los suyos, oriundos, se moverían mejor en la oscuridad que aquellos legionarios recién llegados a Hispania. Así pues, cerca de treinta mil efectivos por cada bando formaron en la llanura de Sucrone aquel caluroso día de verano del 75 a.C. Siguiendo las normas militares romanas, tanto Pompeyo como Sertorio comandaron el flanco derecho de sus respectivos ejércitos, dejándose su campamento en retaguardia, quedando Lucio Afranio (hombre importante para la historia de Valencia) y Marco Perpena como comandantes delflanco izquierdo respectivamente.

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La batalla fue cruenta y trabada. Durante toda aquella tórrida tarde la milicia itálica e indígena de Sertorio se las vio con las legiones gubernamentales de Pompeyo. En un momento crítico de la contienda, el flanco de Marco Perpena comenzó a ceder. Sertorio, consciente de que la ruptura de líneas era el preludio de una matanza, dejó su flanco al mando de un subordinado y fue en rescate de su inoperante legado, reconduciendo la situación y provocando que la línea de Pompeyo se quebrase.

Cuenta Plutarco en su “Vida de Pompeyo” que la codicia de los mauritanos que acompañaban a Sertorio le salvó la vida al joven aristócrata, pues en ese exitoso contraataque que Sertorio lanzó contra su flanco, un ibero inmenso llegó ante el propio Pompeyo y, tras un combate singular cuerpo a cuerpo, descabalgado y rodando por la hierba, el ibero quedó malherido, perdiendo una mano, mientras que Pompeyo quedó a merced de los rebeldes. Aquellos, en vez de rematar al imperator y haber zanjado allí el conflicto, viendo los ricos enjaezados de oro del caballo de Pompeyo, dejaron a su suerte al maltrecho romano y se dedicaron a saquear la montura, tiempo necesario para que la primera línea gubernamental alcanzase a su comandante y lo cubriese con sus escudos.

Mientras, en el flanco opuesto Lucio Afranio se impuso al subordinado de Sertorio, quebrando la línea rebelde, pero sucedió allí algo similar. Los legionarios gubernamentales, entre saquear el campamento de Sertorio o envolver a los rebeldes por retaguardia, optaron por la primera opción, la más lucrativa, aunque Afranio trató de evitarlo. Cuando Sertorio volvía con sus jinetes lusitanos y celtíberos a su posición inicial, ya oscurecido, se encontró al enemigo saqueando su propio campamento. Aquellos estaban tan distraídos robando que no se percataron de lo que se les venía encima y fueron masacrados. Su indisciplina fue su perdición.

Así se saldó la cruenta batalla de Sucrone. Ambos comandantes ganaron y perdieron en un flanco, y el asunto quedó en tablas. Las fuentes antiguas se mueven entre tres y ocho mil bajas por cada bando. Al día siguiente, dispuestos los dos a zanjar allí tan costosa campaña, ambos ejércitos volvieron a formar ante el mar de cadáveres, pertrechos y tierra pisoteada que habían dejado la noche anterior, pero algo inesperado alteró sus planes. Desde la calzada de Saetabis (hoy Játiva) una inmensa polvareda anunciaba la llegada de las legiones victoriosas del grueso y amanerado Metelo, quien acudía a la llamada de Pompeyo a marchas forzadas después de liquidar el ejército rebelde de Lucio Hirtuleyo cerca de la actual Granada. Plutarco es la fuente más precisa para aquel momento en el que Sertorio se vio ante Pompeyo formado en la calzada de Valentia y Metelo llegando por la de Saetabis. Estaba atrapado entre dos formidables ejércitos de la república. Ante aquel dilema, el viejo tuerto optó por zafarse de ambos ejércitos y evitar la batalla. Dijo Sertorio entonces: “si no se hubiera presentado la vieja aquella, desde luego que habría enviado de vuelta a este niño a Roma después de amonestarle unos golpes”.

Sucrone acabó pues en tablas, pero dos inmensos ejércitos gubernamentales se habían juntado a orillas del Júcar y la posición de Sertorio en la Edetania se presentaba complicada. Pero no acabó aquí tan trabada contienda. En la última entrega sabremos el desenlace…

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