La rueda de prensa de la alcaldesa

Sin necesidad de entrenarse mucho, la alcaldesa de Valencia, en una rueda de prensa ofrecida el viernes, ha defendido sus posiciones, su inocencia y su honorabilidad, en este pequeño viacrucis del Caso Nóos, donde el juez quiere ver que cometió hechos imputables.

Como es veterana, ya no necesita un preparador. Cada día sale a la calle, a un acto, una visita, una inauguración, sabiendo perfectamente qué periodistas le estarán esperando a la puerta para preguntarle por el asunto, el mismo asunto de siempre, sin mostrar el más mínimo interés por la materia que hoy es objeto de la noticia municipal. Habría que revisar toda esa inocente liturgia, ese “yo vengo a hablar de algo que a ustedes les da igual”; pero es como un rito del trabajo diario, del cumplimiento del deber de seguir haciendo cada día la tarea de la ciudad.

Como empezó a hacer periodismo cuando mandaba en Valencia el gobernador Antonio Rueda, que llamaba personalmente a los periodistas para abroncarlos en el despacho, la alcaldesa se conoce ya el verso y el reverso de la profesión. O sea que sabe quién de los que le esperan con un micro está despedido en Radio 9 pero no se irá hasta fin de mes, cuánto cobra aquella becaria de la Cope, quién representa a los diarios digitales o quién es quién en las delegaciones de los grandes acorzados de la prensa. La alcaldesa, por saber, seguramente sabe mucho más que los redactores respectivos cuánto dinero deben esos periódicos, todas las grandes cadenas de periódicos de España, y qué vericuetos siguen sus altos directivos para abrir brecha en un partido de Gobierno o en la estructura distante de la banca en medio de este mar de crisis, orcas y cachalotes.

La alcaldesa viene preparada de buena mañana. Hace tiempo que vio venir al juez Castro y a los que empezaron a tocar el tambor del bolso. Un regalo por aquí, aquello por allá. La alcaldesa de Valencia sabe que serlo desde 1995, dirigir la tercera capital de España, y cambiarla para muy bien, desde los tiempos remotos de Vicente González Lizondo que en paz descanse, es muy arriesgado. Ser la sucesora de Clementina Ródenas, en el siglo pasado, la instauradora de un modelo de voto y gestión que supera incluso los bandazos de los más tontos o los más corruptos, tiene un precio. O sea que Lerma y Zaplana, Olivas y Fabra, Aurelio, Pla, Alborch, Romero, Puig, Blasco, Calabuig, Mata, Romeu, han pasado por su vida y todos han dejado una huella de afecto y enseñanza pero también más conchas que un galápago y un entrenamiento que tú me dirás.

La alcaldesa, entre unas cosas y otras, sabe que la prensa es cambio y la noticia es novedad; como tiene muy claro que los medios informativos viven de la caída de los ídolos, de la seducción de lo nuevo y que no saben estudiar y relatar lo que verdaderamente ha ocurrido y está ocurriendo, pues hace ya dos o tres años que empezó a ver acercarse las aletas del tiburón. Y empezó a sentir que no le gusta nada esta forma de hacer política, de vivir la ciudad, de soñar proyectos, de diseñar ideas. Porque lo que cuenta apenas es ya el despellejamiento mañanero, la agresión a las ideas, el insulto barato y a ver por dónde podemos socavar la fama y el prestigio de los que lo tengan, porque la ciudad, a la mayoría de los medios informativos, les da igual.

La alcaldesa, cada mañana, llega al Ayuntamiento llorada. De modo que el viernes fue leerse el auto del juez Castro y salir al paso de lo que le pareció mal. Que es ni más ni menos que unos originales comentarios que los jueces se permiten ahora, unas afirmaciones opinativas que se supone que un instructor debería evitar, porque no están escribiendo un editorial, y una presunción de hipótesis que en modo alguno van sustentadas sobre documentos, pruebas, indicios, recibos, facturas, firmas, filmación, grabación, documento o referencia alguna… lo que, tratándose de lo que se trata y no de un juego de salón, parece una cosa muy seria.

Así es que la alcaldesa ha comenzado a hablar con gran prudencia, con un respeto indecible para su señoría, para decirle, eso sí, que no entiende bien lo que le está pasando. Y para sintonizar con cientos y miles de ciudadanos en un territorio de lo más elemental que se describe con dos o tres preguntas: ¿Es malo ir de visita a donde vive el Rey? ¿Está probado que Rita Barberá fuera el famoso 29 de enero de 2004 a la Zarzuela? ¿Hay documentos que acrediten que la alcaldesa contrató determinados servicios con la Fundación Nóos? ¿Y si el instructor no prueba qué es lo que nos queda en el plato?

Así las cosas, la alcaldesa lo que sabe es que el suyo podría no ser el primer caso que se da en España de una causa instruida con dudoso rigor, o de manera determinista, con resultados nefastos para el honor o el buen nombre de una persona, colectivo o institución. Así es que ha dicho con toda claridad que ve “falta de rigor, juicios de valor y alguna que otra falsedad” en el trabajo de su señoría. Y ante la posibilidad de que sea imputada, puso de relieve que “a lo mejor a algunos de nosotros se nos puede considerar instrumento”. ¿Para qué? Pues para conseguir otros objetivos a través de un juicio paralelo previo. Sobre todo en los medios informativos, que es lo que cuenta a la hora de derribar el prestigio de una labor, cambiar una trayectoria o desbancar un partido de lleva gestionando la ciudad y la autonomía muchos años.

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