Las asignaturas pendientes de Felipe VI

Dice el refrán, que a rey muerto rey puesto. Y aunque por fortuna para D. Juan Carlos y su familia, el monarca no vaya a ceder la Corona de España al Príncipe de Asturias por su fallecimiento sino por una abdicación voluntaria, el 2 de junio de 2014, ya se ha convertido en simbólico para la historia de nuestro país, es momento de analizar lo que pueden ser los primeros retos a los que se enfrentará próximamente el Rey Felipe VI. 

Y la cuestión no es baladí, por muchos motivos. El primero de ellos por la inesperada abdicación de Juan Carlos I, no porque ya no lo hubiera dicho con anterioridad, pero tal vez si por la inoportunidad del momento, y lo que ello va a suponer para los nuevos consortes de la Corona.

De entrada, Felipe de Borbón y su próxima reina, Doña Letizia -¡quién iba a decir hace unos años que la periodista de TVE iba a convertirse en la nueva regente!- tienen por delante la ardua tarea de enfrentarse a una sociedad española envuelta en una catarsis colectiva marcada por la prolongada recesión y una crisis en el modelo constitucional, identitario y político.

Ante este panorama, cualquier regente lo tendría difícil. Sin embargo, Felipe VI sabe a lo que se enfrenta porque tiene una preparación adecuada para ello, y es conocedor de las idiosincrasias diversas que componen el Estado español.

De hecho, su labor de representación de la Corona se ha intensificado en los últimos años, lo que sin duda, ayudará al deambular de su transición hasta el trono, ya que es conocido tanto en la sociedad española como en el panorama internacional.

En este sentido, esa evolución del Príncipe no deja la sensación de un vacío de poder en la Corona tras la abdicación de Juan Carlos I.

Un factor decisivo que ha empujado al Rey a tomar una decisión difícil que tiene parangón en España con parientes muy cercanos en el tiempo a los actuales regentes.

De hecho, Juan Carlos I llega a la Corona en 1975 tras la muerte de Franco y la renuncia en su favor, de su padre Juan de Borbón, y anteriormente de su abuelo Alfonso XIII, cuando se instauró la 2ª República en 1931.

Por su parte, en los antecesores de Felipe VI también existen antecedentes como el de Felipe V, que en 1724, y tras 25 años de reinado, abdicó en favor de su hijo, aunque la muerte prematura de éste le obligará a retomar el trono pocos meses después, lo que generó un clima de crispación entre los detractores de la monarquía.

Y en todos los casos, los monarcas tomaron esas decisiones cuando se vieron, tal vez impotentes, de afrontar la dura situación social de su época y de dar el paso a un relevo generacional como también está sucediendo en la España del siglo XXI.

El todavía Príncipe de Asturias llega al mando de la Jefatura del Estado para tal vez, poner un orden en la situación social y sobre todo política del país, cuyas últimas elecciones europeas han dejado a las claras la situación de desgobierno que siente la sociedad española, hacia los representantes de sus instituciones.

Con los partidos mayoritarios rotos, y la capacidad emergente de pequeñas formaciones cuyos idearios pasan en algunos casos por la abolición de la monarquía, España se enfrenta a una de las situaciones más complejas de las últimas décadas.

Porque precisamente, el reinado de Juan Carlos I, ha supuesto un clima de estabilidad y cohesión social durante casi 40 años, tal y como no había conocido España en los dos últimos siglos.

Así que Felipe VI tiene la tarea de preservar y reivindicar un reinado de su padre, que a pesar de las sombras y los detractores ha tenido muchas más luces que sombras, por lo que ha dejado el listón alto.

Ante este reto, el nuevo monarca deberá seguir negociando con las regiones independentistas, como ha sido tónica habitual en los últimos dos siglos, al mismo tiempo que tendrá que negociar y marcar las directrices con unos partidos políticos mayoritarios que han demostrado perder con excesiva y reiterada indolencia el sentido de Estado, al margen de las cuestiones ideológicas.

Y ante este reto, Felipe de Borbón aterriza con actitud conciliadora, al menos aparentemente, porque también da la sensación de llegar con mano dura, cuando tenga que aplicarla, puesto que es lo que reclama la sociedad española y la preservación para el futuro de la monarquía.

Por eso da la sensación que el nuevo reinado traerá algo más que un cambio de caras al frente de la Jefatura del Estado. Y es en este juego de naipes donde podremos ver el movimiento de los políticos ante un presunto cambio de las reglas del juego, que puede dejar a más de uno con el pie cambiado.

Esto no significa que Felipe VI vaya a poner el modelo de Estado patas arriba, porque ni puede ni se atreverá a hacerlo a corto plazo, pero sí que tiene la misión, casi otorgada, de realizar las profundas reformas que exige la sociedad de nuestro tiempo.

Para ello, cuenta con el aval de una población que considera al nuevo soberano bien preparado para afrontar estos retos, excepto los republicanos, claro está, que obviamente aprovecharán estos días de sucesión para reivindicar un modelo de estado que salvo en el siglo XX, y algo del XIX, ha tenido poca transcendencia en la historia de España.

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