Las cantina escolar, un “invento” de hace un siglo

Cuando es triste noticia del presente la necesidad de que muchos niños, terminado el curso escolar, sigan teniendo un servicio de comida gratuita en su escuela, dadas las precarias situaciones de la familia, es curioso subrayar que el 13 de junio de 1913 fue servido por primera vez un almuerzo a un grupo de niños valencianos, en las instalaciones de su escuela.

La primera Cantina Escolar –que así se llamaba el servicio creado— comenzó a funcionar en el Colegio Cervantes, que era entonces el más moderno y progresista de la ciudad. Concebido sobre las técnicas educativas más renovadoras, el centro escolar había sido promovido por el Ayuntamiento pensando en los modelos del “kindergarten”; e incluso fue dotado con mobiliario escolar especialmente diseñado para niños en Alemania. Levantado sobre lo que fue viejo matadero de la ciudad, había sido inaugurado por el rey Alfonso XIII en mayo de 1909, en el curso de su viaje a Valencia para inaugurar la Exposición Regional.

La Cantina Escolar era un hecho moderno. Se aplicaba a niños sin recursos económicos pero era una novedad pedagógica también. De modo que era la hermana del Rey, la infanta doña Isabel, popularmente llamada “La Chata”, la que promovía que se fundaran en toda España servicios económicamente dotados por la generosidad de damas de la buena sociedad. La Junta Directiva de la primera Cantina Escolar valencianas estaba presidida por doña Micaela Minguillón, asistida de otras damas promotoras. Además había una serie de familias que se comprometían a sufragar el gasto del comedor cada día: en el caso inaugural fue la señora de Brines quien así lo hizo.

Lo verdaderamente chocante de la inauguración de junio de 1913 es que se convirtiera en una ceremonia  oficial en la que los niños tuvieron que comer en su mesa delante de todas las autoridades concurrentes. Pero así era costumbre en la época y así ocurrió: para empezar, el acto estuvo presidido por la hija del rector de la Universidad, señorita Amparo Machí, que tenía la representación de la Infanta y fue sentada bajo un artístico dosel. Pero la muchacha estuvo acompañada de las primeras autoridades, todos con levita y chistera, y por las damas de la mejor sociedad, acicaladas con grandes sombreros de plumas y sombrillas para el sol.

El Colegio Cervantes estaba engalanado con plantas y flores. En los patios actuó la Banda Municipal y se disparó una larga traca. Y allí, entre discursos ejemplares y palabras poéticas, los veinte niños pobres –diez niños y diez niñas— fueron sentados a la mesa, y aguardaron en perfecto orden la hora de comer.

El Colegio Cervantes todavía no tenía cocina. Para que hubiera un comedor, y sobre todo para pensar en si convenía extender la costumbre de comer en la escuela a otros niños, con o sin recursos, era preciso que se pudiera cocinar en el edificio escolar. Pero en este caso hubo una fácil solución: porque a pocos metros del Colegio Cervantes, por la calle del Doctor Sanchis Bergón, se llegaba enseguida a la Asociación Valenciana de Caridad, dotada de una estupenda cocina colectiva.

La Casa de Caridad fue, en efecto, la cocina provisional hasta que el Colegio Cervantes tuvo la suya con el paso del tiempo. De esa cocina salió el primer menú de la Cantina Escolar, compuesto por una rica sopa cubierta, filete en salsa, merluza con tomate y postre de fruta. Y desde la Casa de Caridad se remitió, por orden de su fundador, el doctor Sanchis Bergón, un rico y espectacular pastel de Chantilly que los niños acogieron alborozados.

Cien años, pues, de atención a un grave problema social: el de los niños cuyas familias  no tienen recursos para proporcionarles una alimentación razonable. Un problema que entonces comenzó a ser atendido en la propia escuela y del que derivó la idea de comer en el propio colegio. Aunque ahora el problema ha regresado y tiene que ser atendido de nuevo con urgencia.

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