Las caras ilusionadas

Ha fallecido Adolfo Suárez. No le conocí, pero me ha dado mucha pena. Su vida no fue fácil. El fallecimiento de su mujer y de su hija fueron dos golpes serios. Y luego, el Alzheimer durante 11 años, capaz de destrozar a una familia, si no es una familia como los Suárez Illana.

Vi la rueda de prensa de Adolfo hijo. Nos saludamos hace dos o tres años. Me pareció un chaval majo. Ahora le he visto siendo un hombre majo. Dice lo que tiene que decir, lo dice de una manera educada y se va llorando. Y los periodistas le aplauden.

En su intervención, habla de dolor y de alegría. Le comprendo. Dolor, porque se muere tu padre. Alegría, porque los hijos se quieren, porque hacen una piña y por un detalle nimio: que les ha sonreído en cinco días más que en 11 años.

En la tele, ponen vídeos y fotos de cuando el que había sido Secretario General del Movimiento desmanteló el sistema y montó uno nuevo, consiguiendo que unos dijeran que no odiaban a los otros y que otros dijeran que no odiaban a los unos y que tú te olvidas, yo me olvido, y si tú tienes fosas de las que te avergüenzas yo también las tengo y también me avergüenzo. Y los dos nos olvidamos de todo y nos ponemos a trabajar juntos, que aquí hay mucho tajo.

Veo un vídeo de la boda de Adolfo junior. Los novios, guapos y sonrientes. Los padres, guapos y sonrientes. Los Reyes, guapos y sonrientes. Le veo al Rey, joven, intentando ocupar su puesto en la foto.

Veo al Rey y a Adolfo en los toros (¡horror!). Se ríen. Seguro que han dicho alguna inconveniencia. Les veo cogidos del brazo, riéndose. Otra inconveniencia.

Pero, detrás, un trabajo serio, difícil, duro, desagradecido. De los dos.

Echo en falta ahora la juventud, la sonrisa, la ilusión. Hemos envejecido, en primer lugar porque hemos decidido no tener hijos. Se nos ha ido la sonrisa, porque tenemos muchos problemas y hemos descubierto que aquí manda Europa y que, a nivel mundial, somos poquica cosa. Se nos ha ido la ilusión. Quizá porque en 1976 sabíamos que éramos pobres y queríamos avanzar, luego pensamos que éramos ricos -nunca lo fuimos- y luego nos despertamos, redescubriendo que seguimos siendo pobres.

Ser pobre no tiene importancia. No tener ilusión es gravísimo. Y no veo a nadie que nos ilusione. Nuestros políticos -nuestros empleados- son señores serios, incapaces de ilusionar, capaces de transmitir aburrimiento.

Me ha gustado que el Rey dijera que el cambio «lo hicimos Adolfo y yo». Ya sé que ahora hay que decir que «Adolfo y yo» no hicieron nada, que a ver qué buscaban, que la transición fue incompleta y que si la hubiera hecho yo (póngase aquí el nombre del que habla) me habría salido mucho mejor y que para qué vamos a olvidar, con lo bonito que es recordar activamente lo burros que fuimos.

Leo lo que dicen de Adolfo políticos, financieros, economistas…Nadie dice que reza por él. Es posible que todos lo hagan y que no lo digan, por discreción. O porque no sepan. O porque ahora, no se lleva y se prefiere echarle piropos «laicistas» y hablar de solidaridad con la familia del fallecido y de condolencias por su desaparición.

No le conocí, pero como le estoy agradecido por lo que hizo por España, o sea, por mí, rezo por él. Es casi seguro que no lo necesita. Era una buena persona. Si no lo necesita y las oraciones «sobran», nos «rebotarán». Y si, al rebotar, nos caen a los que intentamos poner ilusión en esta España tristona en la que vivimos, ¡bendito rebote! Y a los que hemos tenido hijos, ¡bendito rebote! Y a los que intentamos sonreír, aunque a veces nos cueste, ¡bendito rebote!

A mí, esto de las oraciones «de ida y vuelta» siempre me ha caído muy bien. Sobre todo, por la vuelta.

Leopoldo Abadía

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