Las trampas del deseo

Tenía previsto escribir sobre otro tema, pero dos acontecimientos me han llevado a replantearmelo. El primero es la –ya por todos conocida- muerte por sobredosis del actor Philip Seymour Hoffman quien siempre me ha gustado y a quien recuerdo especialmente en una sesión –en un cine de Pamplona- como Truman Capote. La segunda tiene que ver con una información que desconocía y que me dio una amiga farmacéutica. -¿Sabes cuál es la medicina de marca (no genérica) que más vendemos en nuestra farmacia? – Orfidal (Ahí es nada).

¿Qué lleva a una sociedad que ofrece todo a que sus ciudadanos vivan en semejante estado de ansiedad? ¿Qué propicia que aquel que tiene el éxito del reconocimiento ajeno y los ingresos económicos más que garantizados acabe sucumbiendo a la evasión de las drogas? ¿Qué hace al hombre incapaz de hacer frente a las adversidades cuando éstas golpean a su yo más profundo? ¿Porqué algunas personas son capaces de vencer al sufrimiento, incluso sufrimientos muy profundos como la muerte de seres queridos, discapacidades propias, injusticias laborales, traiciones económicas, fracasos amorosos y un largo etcétera y otras no?

Nos soy psicólogo. No puedo abordar estas preguntas desde esa perspectiva. Me interesa, como siempre, el factor de lo humano, de la propia persona, del propio ser. Y me ha llevado a pensar sobre tres aspectos que se dan en mí y que creo que se dan en todas las personas (y que por tanto es necesario reflexionar e incluso educar pensando en ellas).

La primera es que siempre hay un lado oscuro de las cosas. De todas las cosas. En las malas ese lado oscuro se hace visible. En las, a priori, buenas se oculta en la trastienda.

La segunda tiene que ver con las trampas del deseo. Uno de los temas centrales de mi tesis doctoral. (En la propuesta que hago de una ética del marketing, el deseo juega un papel central).

La tercera tiene que ver con las actitudes de la vida (¿Todo lo que soy y tengo me pertenece o me ha sido dado?).

Comenzaremos por la primera. (El lado oscuro de las cosas).

No soy el único, imagino, que siente cierta envidia ante otras personas. Sin embargo, con el paso de los años, dicha envidia se ha ido mitigando. ¿Será, quizá, que uno, poco a poco, va dándose cuenta de la gran diferencia entre la realidad de las cosas y lo que se percibe que son las cosas? Me gusta un proverbio judío que afirma lo siguiente: “No vemos las cosas tal como son, sino tal como somos”. Esta es una clave de nuestro mundo y de gran importancia para la reflexión filosófica: no existe un conocimiento puro. Todo conocimiento está condicionado por nuestra historia, nuestro ser, nuestras expectativas, nuestros anhelos y aspiraciones. Porque aquel que conoce, conoce desde su ser. Y las cosas no son lo que son, sino lo que nosotros pensamos que son. Y en ese viaje entre el ser y nuestra interiorización de ese ser suceden muchas cosas. Entre otras, que existe un lado oscuro; un reverso; un dolor no declarado. No es que no se pueda ser feliz siendo famoso, no es que el dinero no de la felicidad y esas cosas que se suelen de decir. Es, en mi opinión, simple y llanamente que todo hombre es un hombre herido. En cierta medida todo ser es un ser incompleto. Y para llenar esa incompletud hace falta mucho más que el éxito profesional (aunque éste juega un papel muy importante). Percibimos, por tanto, sólo aquello que por algún motivo nos interesa más (esto lo saben muy bien las marcas y la publicidad). También con las personas. También con el modelo que construimos sobre otras personas. Percibimos según somos, según nos gustaría ser, condicionados, manipulados, orientados. Nos resulta difícil percibir la realidad completa de cualquier situación, de cualquier persona, de cualquier modelo que vemos reflejado. Solo nos quedamos con una parte. Y así idealizamos. Y así creemos en una realidad que en verdad no es.

Las trampas del deseo.

Hace poco leí el libro de Dan Ariely con el mismo título Las trampas del deseo: Cómo controlar los impulsos irracionales que nos llevan al error (Divulgación)
Ariely es un economista conductista que analiza las claves del consumo en función del comportamiento de las personas. La premisa principal y que comparto es que nuestras decisiones no son estrictamente racionales, sino que éstas están condicionadas por factores de otro tipo e influencias diversas. ¿Estará nuestra ansiedad determinada por factores que no controlamos? Es evidente que existen situaciones límite: la inminencia de un desahucio, la ruptura con una pareja…. También que hay decisiones muy complejas que generan grandes dudas e incertidumbres. ¿Pero no existen también “otros” factores que se incrustan en nuestra racionalidad hasta llevarnos a la desesperación: expectativas no cumplidas, miedos no resueltos, opciones no rechazadas “por si acaso”, dependencia de opiniones ajenas, etc? Está claro que hay muchos motivos para no conciliar el sueño, muchos también para vivir en ansiedad y depresión. ¿Pero, si realmente fuéramos capaces de librarnos de todas esas trampas del deseo, cuántos quedarían de verdad?

Las actitudes ante la vida.

Recientemente tuve la oportunidad de meditar sobre este hecho. ¿Cuántas de las cosas que considero mías lo son realmente o me han sido dadas? Me refiero a las cosas profundas, a mis dones y a mi persona. ¿Mi inteligencia es mía o la he recibido al nacer; y mi constancia o mi inquietud; la creatividad o el esfuerzo me pertenecen o estaban ya en mí? Y las cosas buenas que me han pasado: ¿habría tenido los hijos que tengo, la mujer que me acompaña, la familia que me quiere si hubiera nacido en otras circunstancias? Evidentemente no. Es algo que todos sabemos. Pero una cosa es saber y otra vivir desde esa premisa. Si todo eso no es mío en el sentido de propiedad aunque ahora me pertenezca ¿no debería vivir mucho más agradecido? Evidentemente para el creyente ese agradecimiento será a Dios. Pero incluso para aquel que no tenga fe ¿no cabría un agradecimiento, simplemente, al hecho de poseer esos dones? Vivir como un inquilino de tu propia realidad otorga una libertad indescriptible. No has de defender tu propiedad como si fuera tu vida en ello; no sucumbes ante la necesidad del reconocimiento. Desaparece también cierta soberbia y superioridad ante los otros. Y es justamente en los otros donde se es posible construirse uno por completo.

Habrá pues, como Hoffman, quien necesite escapar del mundo. Pero es, justamente, en este mundo donde podemos completar lo que nos ha sido dado: que tenemos nuestros dones y nuestro lado oscuro. Y que es necesario salir de las propias trampas que el deseo nos genera. A ciencia cierta cambiará el nombre de la medicina más consumida. Y es posible que también nuestra capacidad de percibir las cosas. Porque librarnos de ellas nos enseña a mirar la realidad de una manera nueva; ciertamente mejor.

Guillermo Gómez Ferrer
http://espensamiento.com/

Ir arriba