Juan Ramón Rallo. Leyendo a Piketty: la auténtica relación entre capital y renta

Leyendo a Piketty: r>g

Los seis primeros capítulos del libro de Thomas Piketty Capital en el siglo XXI (así como algunos epígrafes subsiguientes) conforman lo que podríamos denominar el marco teórico del conjunto de la obra. En ese modelo teórico Piketty expone las razones que le llevan a pensar por qué el capitalismo podría tender hacia la insostenibilidad. En este artículo vamos a recapitular el modelo teórico de Piketty así como nuestras principales críticas al mismo.

Los problemas del capitalismo según Piketty

Para el economista francés, las rentas del capital dependen de dos elementos: el stock de capital (medido en relación con la renta nacional, es decir β) y el tipo de interés (r). Es lo que Piketty denomina “la primera ley fundamental del capitalismo”:

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Dentro de esta ecuación, r depende de la productividad marginal del capital, que a su vez depende de la intensividad (b) que se le dé al stock de capital históricamente acumulado (β) y de la capacidad del nuevo capital para ir reemplazando al factor trabajo (σ). De este modo, cuanto más intensivamente se use el capital y más fácilmente pueda reemplazar al factor trabajo, mayor tenderá a ser su tasa de retorno, mientras que cuanto más capital se haya acumulado en el conjunto de la economía, menor tenderá a ser su tasa de retorno (debido a la influencia de los rendimientos decrecientes):

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A su vez, β depende de la tasa de ahorro (s) y del crecimiento de la economía (g), de manera que cuanto más ahorren los capitalistas y menos pujante sea el crecimiento económico, mayor será la acumulación de capital de equilibrio. Es lo que Piketty denomina “la segunda ley fundamental del capitalismo”:

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Si β crece (porque la tasa de ahorro se incrementa o porque el ritmo de crecimiento económico se desacelera) y r se mantiene relativamente estable (porque la elasticidad de sustitución entre el capital y el trabajo es elevada), entonces los capitalistas irán copando un porcentaje creciente de la renta nacional (α). Es más, en la medida en que ese porcentaje creciente de la renta nacional sea ahorrado y no consumido, la tasa de ahorro también aumentará y, por tanto, β seguirá expandiéndose (y si β aumenta proporcionalmente más de lo que cae r, α seguirá creciendo).

Por ejemplo, supongamos una tasa de ahorro (s) del 20% en un entorno de crecimiento del 4% de la renta nacional: en tal caso, β será del 500%. Si, por su parte, la tasa de retorno es del 5%, α ascenderá al 25%. Es decir, las rentas del trabajo se quedarían con tres cuartas partes de todo el PIB y las del capital con un 25%. Ahora bien, dado que los capitalistas copan el 25% de la renta nacional, imaginemos que, con el paso del tiempo, optan por incrementar su ahorro desde el 20% de la renta nacional a ese 25% y que simultáneamente el crecimiento de la economía se ralentiza al 2,5%: en tal caso, β se duplicará hasta el 1.000%, de modo que, aun cuando la tasa de retorno del capital caiga del 5% al 4%, los capitalistas verán aumentar su participación en la renta nacional desde el 25% hasta el 40%. Es fácil comprobar que, por esta

vía, los capitalistas podrían de nuevo aumentar su tasa de ahorro hasta cotas cercanas al 40% de la renta nacional, lo que seguiría redundando en un aumento de β y, en última instancia, de α.

En apariencia, el proceso de acumulación capitalista conducirá, de acuerdo con la tesis de Piketty, a que inexorablemente las rentas del capital terminen copando casi el 100% del conjunto de la renta nacional. Pero el pronóstico del economista francés no es ése sino que, en todo caso y a muy largo plazo, tenderá a cumplirse lo que se conoce como “la regla de oro de la acumulación de capital”: a saber, que β aumente tanto como para que su tasa de retorno se desplome hasta un punto en el que r=g. Según Piketty, cuando la tasa de retorno del capital se equipara con la tasa de crecimiento de la economía, se alcanza un equilibrio macroeconómico en el que β y α dejan de aumentar. La razón es fácil de ver si combinamos “la primera ley fundamental del capitalismo” con “la segunda ley fundamental”:

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Es decir, cuando la tasa de retorno del capital es igual al crecimiento económico, todas las rentas del capital son ahorradas y reinvertidas para mantener constante el peso del stock de capital en relación con la renta nacional: “Para que la regla de oro esté en funcionamiento, es necesario acumular tanto capital que éste deje de generar rendimiento alguno. O, más específicamente, es necesario acumular tanto capital que, para simplemente mantener la relación entre el stock de capital y la renta nacional, hay que reinvertir anualmente todo el retorno del capital. Eso es lo que significa α=s: que todo el retorno del capital debe ser ahorrado y reinvertido al stock de capital”. De ahí que, a partir de ese punto, ya no interese seguir acumulando capital: si la tasa de retorno se ubica por debajo de la tasa de crecimiento económico, α será inferior a la tasa de ahorro y, por tanto, será imposible mantener a largo plazo los nuevos niveles de β y α.

Por ejemplo, supongamos que la tasa de ahorro es del 70% y las tasas de crecimiento de la renta nacional y de retorno del capital se ubican en el 1%. En tal caso, β será del 7.000% y α del 70%. Bajo estos parámetros, los capitalistas no serán capaces sostenidamente ni de acumular más capital en relación con la renta nacional (β) ni de aumentar la participación de sus rentas en la misma (α): si el ahorro aumentara al 80% de la renta nacional (por ejemplo, porque los trabajadores pasan a ahorrar parte de sus rentas), β se incrementaría hasta el 8.000%, de modo que, aun cuando la tasa de retorno sólo se redujera al 0,99%, α caería al 79,2% de la renta nacional, esto es, caería por debajo de la tasa de ahorro del 80% necesaria para conservar una β del 8.000% (de modo que ese nivel de acumulación de capital y de participación en la renta sólo podría mantenerse si parte de los ahorradores asumieran pérdidas permanentes sobre su inversión).

En suma, la regla de oro de la acumulación de capital nos conduce, en última instancia, a esa idea del economista polaco Michal Kalecki según la cual “los trabajadores gastan lo que cobran y los capitalistas cobran lo que gastan” (es decir, la tasa de retorno de los capitalistas es igual a la tasa de reinversión de los capitalistas). Nótese, sin embargo, que bajo el escenario de la regla de oro, los capitalistas carecen de renta disponible para consumir, ya que necesitan reinvertir la totalidad de sus rentas anuales únicamente para mantener su posición relativa dentro de la economía, motivo por el cual resulta más factible pensar en un equilibrio con r>g y, por tanto, α>s (por ejemplo, si s=60%, r=1,1% y g=1%, entonces β=60 y α=66%, dejando seis puntos de renta nacional para el consumo de los capitalistas). Como dice Piketty: “La regla de

oro es una estrategia de saturación del capital: se acumula tanto capital que los rentistas dejan de poder consumir, dado que deben reinvertir todo su retorno para preservar su estatus social con respecto al nivel medio de la sociedad. Alternativamente, si r>g, basta con reinvertir una fracción del retorno del capital que sea igual a la tasa de crecimiento, pudiendo consumir el resto (r-g). La desigualdad r>g es la base de una sociedad de rentistas”.

Piketty, pues, reconoce la tendencia natural del capitalismo a que α y β se estabilicen, pero considera que ese análisis es incompleto: en realidad, la acumulación de capital sólo proseguirá hasta que la tasa de retorno del capital decrezca y se iguale con la tasa de crecimiento de la economía (r=g), asumiendo que la elasticidad social de sustitución intertemporal (cuánto varía el consumo ante un cambio de los tipos de interés) es infinita (esto es, que el consumo nos proporciona socialmente idéntica utilidad con independencia del momento en que lo disfrutemos, por lo que pequeños aumentos en la tasa de retorno deberían posibilitar aumentos infinitos del ahorro). Sin embargo, dice Piketty, la elasticidad social de sustitución intertemporal suele ubicarse entre 0,2 y 0,5 (es decir, no somos perfectamente indiferentes entre el consumo presente y el consumo futuro, de modo que un aumento de la tasa de retorno del 1% sólo reducen el consumo entre un 0,2% y un 0,5%), por lo que el capital no aumentará hasta que su productividad marginal se reduzca a r=g, sino que dejará de acumularse mucho antes. En concreto, Piketty echa mano de la ecuación de Ramsey-Cass-Koopmans, para determinar el suelo en la tasa de retorno hasta el que debería reducirse la productividad marginal del capital:

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En esta ecuación, ρ representa la preferencia temporal y θ la elasticidad de sustitución intertemporal (cuando θ es cero, la acumulación de capital es nula: las generaciones presentes no valoran en absoluto la renta futura, por lo que consumen la totalidad de su renta; cuando θ es infinito, el capital se acumula hasta que r=g). Por ejemplo, si ρ=1%, g=2% y θ=0,5, entonces la acumulación de capital óptima es aquella que reduzca su productividad marginal hasta el 5% (r*=5%). Por tanto, si la tasa de ahorro compatible con una tasa de retorno del 5% es del 20%, β será del 1.000% y α del 50% (dado que la tasa de retorno de equilibrio será del 5%). No sería socialmente beneficiosa ninguna acumulación de capital subsiguiente, de modo que en equilibrio podría darse la circunstancia de que r*>g, manteniéndose constantes β y α.

Por esta vía, Piketty introduce de rondón la teoría del tipo de interés basada en la preferencia temporal como estabilizador de las relaciones macroeconómicas entre renta y capital, pero, como ya expusimos, el economista francés no extrae todas las conclusiones pertinentes. En concreto, para Piketty la acumulación de capital derivada de la suma de ahorros pretéritos posee una rentabilidad más o menos fija que va decreciendo hasta que se topa con el tipo de interés socialmente mínimo (el determinado por la ecuación de Ramsey-Cass-Koopmans) y, en ese momento, se detiene. O dicho de otra forma: el ahorro (s) da lugar al aumento del stock de capital (β), el aumento del stock de capital a una tasa de retorno decreciente (r) que sólo se detiene cuando llega al mínimo determinado por la ecuación de Ramsey-Cass-Koopmans (r*), y la relación entre el stock de capital acumulado y la tasa de retorno de equilibrio nos ofrece el porcentaje de la rentas del capital sobre la renta nacional (α).

 Es posible, sin embargo, ofrecer una explicación mejor.

Las auténticas relaciones causales del modelo de Piketty

El error esencial en la interpretación de Piketty es definir el stock de capital como el sumatorio del ahorro histórico acumulado, asumiendo en consecuencia que todo ese capital genera valor y que lo genera una tasa media decreciente (productividad marginal del capital). Pero esto es un error fundamental: el valor del capital no es igual a su coste de producción histórico (enfoque backward looking), sino el valor actual de las rentas futuras que se espera que genere (enfoque forward looking). Por ejemplo, si yo compro una empresa por 100 millones de euros porque espero que genere unos beneficios anuales de 10 millones, el año que viene la empresa pasará a no valer prácticamente nada (scrap value) si las expectativas cambian radicalmente y nadie espera que esa compañía vaya a obtener nunca más beneficios; y su precio se desplomará como consecuencia de ese hundimiento de las expectativas por mucho que el año pasado yo pagara 100 millones de euros por la empresa.

En este sentido, el capital no es una masa homogénea de recursos que se autorreproducen, sino el valor asignado competitivamente por los inversores a una determinada estructura de activos que se espera que sean capaz de generar rentas futuras. Lejos de ser una cuantía que crece lenta pero constantemente, es un valor tremendamente volátil por estar al albur de tres elementos: las estimaciones de rentas futuras que vaya a generar esa estructura de activos; los apetitos de riesgo de los inversores; y la impaciencia de los inversores. De estos tres elementos, el más fluctuante —según las informaciones o rumores diarios— es la estimación de rentas futuras; pero los apetitos de riesgo y, en menor medida, la impaciencia también son susceptibles de experimentar repentinos cambios: en cualquier caso, una alteración significativa de alguno de los tres ya es suficiente como para alterar de manera muy considerable el valor de la riqueza nacional.

Por eso, las rentas del capital no proceden de aplicar una tasa de retorno más o menos estable sobre un monto de capital en lenta pero constante expansión , sino al revés: el monto de capital se determina descontando las rentas futuras esperadas a un tipo de interés que expresa la impaciencia y el apetito de riesgo de los inversores del mercado. El tipo de interés, pues, no es un parámetro exógeno al capital que determine su tasa de generación de riqueza (como una lluvia de maná que se reparte proporcionalmente entre los tenedores de capital), sino que es un parámetro de actualización del valor de las rentas futuras esperadas de una determinada organización empresarial de activos. Evidentemente, un empresario puede ser lo suficientemente hábil como para generar riqueza a una tasa superior a la que sirve exclusivamente para remunerar la impaciencia y el apetito de riesgo ajeno (es decir, técnicamente puede suceder que la TIR supere al wacc), pero también puede ocurrir que sea lo suficientemente torpe como para que la genere a una tasa inferior.

Así las cosas, pues, las variables independientes dentro de la primera ley fundamental del capitalismo no son β y r, sino α y r. El tipo de interés al que se descuentan las rentas ya hemos explicado de qué depende (de la preferencia temporal y de la aversión al riesgo: en este sentido, la ecuación Ramsey-Cass-Koopmans es perfectamente compatible con nuestra exposición).  Pero, ¿de qué depende α? Recordemos que α no es más que 7

por consiguiente se trata de explicar cómo se imputa qué parte de la producción creada conjuntamente por varios factores productivos termina afluyendo a cada uno de esos factores productivos. En realidad, la explicación no debería quedar limitada a qué parte va a parar al “capital” y cuál al “trabajo”, pues entre los distintos bienes de capital también se producirán distintas imputaciones de renta (qué parte va a parar a los dueños de un local comercial, qué parte a los dueños del sistema informático instalado, qué parte al dueño de las máquinas alquiladas…). En este sentido, la imputación de rentas a cada factor productivo se rige por las

mismas leyes económicas que cualquier otra determinación de precios (no en vano, es una determinación de precios: en particular, de rentas monetarias).

De entrada, si los factores productivos son insustituibles, las rentas monetarias de cada factor se determinan por negociación directa entre ambos factores, con un límite máximo marcado por su productividad marginal descontada y un límite mínimo establecido por la utilidad del mejor uso alternativo de ese factor productivo (es lo que Böhm-Bawerk denomina “intercambio aislado” y hoy llamaríamos negociación entre un monopolio y un monopsonio). Esta es la situación habitualmente denunciada por los socialistas para describir las relaciones entre el capital y el trabajo: el capital y el trabajo negocian directamente y, como el primero tiene mayor poder que el segundo, es capaz de imponerle al segundo unilateralmente sus condiciones (dado que el trabajo no tiene apenas usos alternativos a su cooperación con el capital). Alternativamente, la relación entre el capital y el trabajo también es descrita por los socialistas de acuerdo a lo que Böhm-Bawerk llamaría competencia unilateral (lo que hoy llamaríamos mercado monopsónico): un capitalista tiene a su disposición una amplísima e inagotable oferta de trabajadores (lo que Marx llamaría “ejército industrial de reserva”) y, por tanto, el precio se fija entre una horquilla determinada por los trabajadores que se conforman con cobrar menos.

Sin embargo, es falaz que las relaciones entre capital y trabajo sean las de un solo capitalista negociando vis-a-vis con un solo trabajador o las de un capitalista escogiendo entre una oferta amplísima de trabajadores. La realidad es que existen multitud de capitalistas pujando por multitud de trabajadores y, por tanto, el modelo de determinación de precios se ajuste a lo que Böhm-Bawerk denominaba competencia bilateral (hoy lo llamaríamos “mercado competitivo”). En la medida en que aquellos factores productivos que deban emplearse conjuntamente con un trabajador sean fácilmente reproducibles con el suficiente capital monetario, entonces los salarios no podrán alejarse mucho de la productividad marginal descontada del trabajador (ya que si caen por debajo de la misma, será muy rentable aumentar el ahorro, crear nuevos bienes de capital fácilmente reproducibles y pujar por el trabajador, elevando su salario); cuestión distinta es que el trabajador aspire a cobrar un salario por encima de su productividad marginal descontada (en cuyo caso, no afluirá capital para pujar por esos trabajadores).

Ahora bien, aunque el modelo de mercado competitivo explique las relaciones más comunes de formación de rentas monetarias entre el capital y el trabajo, no las explica todas. En algunos casos, el modelo de intercambio aislado o de competencia unilateral resultan más realistas. Por ejemplo, cuando un factor productivo dentro de un plan empresarial no sea reemplazable (o lo sea con gigantescas pérdidas de valor), la remuneración de ése factor productivo sí se determinará por negociación aislada o incluso por una puja entre sus diversos compradores, llegando a absorber buena parte de la producción conjunta del plan de negocios: sería el caso del suelo en zonas comerciales muy concurridas o de profesionales muy cualificados (grandes directivos, futbolistas estrella…). También es el caso de la rentabilidad extraordinaria que puedan lograr determinados capitalistas cuyas empresas no puedan ser copiadas por sus rivales debido a sus grandes ventajas competitivas (es decir, un capitalista puede ensamblar factores productivos al alcance de todos de un modo particular que nadie más logre emular, logrando entonces embolsarse la diferencia de rentabilidad).

Sea como fuere, y más allá de circunstancias puntuales, la determinación de los salarios y de las rentas del capital que afluyen a los planes de negocio sin ventajas competitivas se determinan por intercambios bilaterales (esto es, intercambios con gran competencia entre

trabajadores y gran competencia entre capitalistas). En tal caso, la remuneración del trabajo tenderá a equipararse con su productividad marginal descontada, y remuneración la del capital, con el residuo que reste tras abonar los salarios (residuo que deberá ser suficiente para compensar al capitalista por su impaciencia y apetito de riesgo). En la medida en que, además, ni capital ni trabajo sean factores complementarios y no sustitutivos (σ<1), el peso de cada uno de ellos sobre la renta nacional no podrá fluctuar enormemente: si los bienes de capital necesitan de una cantidad mínima de trabajadores para generar rentas y no hay trabajadores (pues están empleados en otras empresas), entonces esos bienes de capital no podrán generar nuevas rentas que les sean imputables. Matemáticamente, como ya expusimos, la remuneración del capital dependerá de la proporción en la que sea usado dentro de la estructura productiva, corregido por su elasticidad de sustitución por el factor trabajo:

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Distinto sería el caso de que capital y trabajo fueran altamente sustituibles: en tal circunstancia, la creación de nuevos bienes de capital que generaran suficientes rentas futuras como para compensar al capitalista por la impaciencia y el riesgo asumidos podría continuar indefinidamente. En ese caso, el peso de las rentas del capital dentro de la renta nacional podría elevarse hasta casi el 100% (aunque sin alcanzarlo): no porque los salarios se hundieran a cero, sino porque casi todas las rentas las generarían bienes de capital (robots, previsiblemente). Por ejemplo, supongamos que la renta nacional es 100 y que los salarios se quedan con 70 y los bienes de capital con 30: en tal caso, α=30%; imaginemos que, merced a la robotización de la economía, la renta nacional aumenta a 100.000 y que los salarios crecen de 70 a 1.000 aun así, α pasaría del 30% al 99%.

En suma, el tipo de interés al que se descuentan las rentas (r, aunque sería mejor diferenciarlo como i) es una variable exógena determinada por la preferencia temporal y la aversión al riesgo; α es una relación entre rentas monetarias que se determina como el resto de precios de la economía; y β es una variable dependiente de r y α.

Llegados a este punto, ya es posible entender enteramente por qué r puede ser superior a g sin que β y α crezcan de manera ilimitada:

1. Que la impaciencia y el apetito de riesgo determinen un tipo de interés superior a la tasa de crecimiento de la economía solo impone una línea de flotación mínima a la acumulación de nuevo capital: el capital que no espera que genere rentas suficientes como para que su tasa de retorno supere ese tipo de interés, no llegará a reinvertirse. Por tanto, no toda la renta nacional (tampoco toda renta del capital) es ahorrada: a saber, s puede ubicarse muy por debajo del 100%.

2. Que se opte por ahorrar y reinvertir una parte de la renta nacional no significa que esa inversión vaya a ser exitosa y a generar nuevas rentas (puede tratarse de una inversión ruinosa).

3. Que la reinversión sea exitosa no significa que todas las rentas nuevas que genere vayan a parar a los capitalistas (incrementen α), ya que parte de las mismas pueden ir a parar a los trabajadores en forma de mayor masa salarial (será el caso típico cuando σ<1).

4. Que la mayor parte de las rentas generadas por una nueva inversión individual vayan a parar a los capitalistas no significa que, simultáneamente, no estén destruyendo las rentas del capital que vayan a parar a otros capitalistas: es decir, una inversión exitosa

del capital puede desplazar y dejar sin valor las inversiones de sus competidores. Lo que importa a escala agregada son las rentas totales del capital y si estas no crecen (porque en parte se fagocitan entre sí), su peso sobre la producción total (α) y el valor actual de la riqueza nacional (β) tampoco lo harán.

Por ejemplo, si α=30%, g=2%, r=5% y s=12%, entonces β tendrá un valor de equilibrio del 600%. Si la tasa de ahorro aumentara al 30% sin que variara el tipo de interés y la tasa de crecimiento a largo plazo de la economía, β sólo tendería a adoptar un valor del 1.500% (determinado según la “segunda ley fundamental del capitalismo”) sí y sólo sí las nuevas inversiones acometidas con esa inyección de nuevo ahorro consiguieran incrementar autónomamente la producción total de la economía lo suficiente como para que α aumentara hasta el 75%. Dicho de otro modo: si esas inversiones siguen siendo relativamente intensivas en trabajo o si, siendo muy intensivas en capital, no logran aumentar la producción lo suficiente como para copar el 75% de todo lo producido, entonces significará que parte del nuevo ahorro es absorbido por alzas salariales o dilapidado en forma de malas inversiones (de modo que β no se ubicará sosteniblemente en 1.500%).

Nótese cómo Piketty altera absolutamente el orden causal de los acontecimientos: no es la acumulación de ahorro en forma de capital (β) rentabilizado a una tasa exógena (r) lo que determina α, sino que es la inteligente inversión del ahorro lo que determina α y, a través de su descuento a un tipo de interés exógeno (r o, mejor expresado, i), también β. El orden causal que emplea Piketty le permite eliminar la función esencial del capitalista como asignador empresarial del ahorro (como creador de estructuras de activos generadoras de renta futura), explicando la porción de la renta nacional que afluye hacia ellos como el resultado de la mera acumulación de ahorro pasado. Es por eso por lo que, además, Piketty considera que una sociedad donde el capital cope porciones crecientes de la renta nacional no es una sociedad meritocrática: porque su análisis obvia el mérito de los capitalistas a la hora de asignar el capital maximizando la generación de riqueza. Una pura petición de principios cuyos errores se ponen de manifiesto cuando entendemos que la inversión pasada del ahorro no garantiza rentabilidades futuras y que el valor del capital sólo puede sostenerse en el tiempo en tanto en cuanto sea capaz de seguir generando rentas futuras.

Con este artículo cerramos la crítica al modelo teórico de Piketty. En los próximos textos reflexionaremos sobre su análisis sobre la evolución de la desigualdad occidental en las últimas décadas; análisis que empleará como premisa el modelo teórico que acabamos de rechazar.

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