William Vansteenberghe

Los 10.000

No puedo inhibirme de lo que se ha transformado en una enfermedad crónica de la conciencia europea, los refugiados. Más de 1 millón de personas vagan por nuestra “Unión”, mientras que los países que abrieron sus fronteras pagan un alto precio electoral por hacer lo correcto, por la asimetría creada por los que no han abierto las suyas, entre los cuales brillamos con luz propia. Legalizados como tales refugiados en Europa menos de cien.

Las imágenes de niños correteando mal abrigados y descalzos por el barro eslavo, llenan las televisiones, alejándonos cada vez más de lo que debería ser un Continente fuerte y coherente con sus promesas y que ha transformado los derechos humanos en el arma para anular al enemigo ajeno.

A estas cifras podemos añadir otras que hunden aún más el cuchillo de la pasividad en el alma europea, más de 3500 personas ahogadas, que jamás verán la otra orilla y solo serán abrazados por el lecho del mar.

Turquía moneda de cambio para frenar esta avalancha, acoge a más de dos millones y medio de personas, con todo lo que hay que decir del régimen turco, han abierto más los brazos que nosotros, que aún no sabemos donde los tenemos.

Ayer saltaba un secreto a voces, que la situación de exclusión de estas personas sin estatus, ni nombre ni existencia, hacían de ellas las perfectas víctimas de los buitres y las hienas que son aparentemente los que mejor circulan hoy en día por Europa, sin que muro alguno los detenga. Europol, desvelaba que más de 10 000 niños habían desaparecido del mapa de la humanidad, para adentrarse en el infierno de la inexistencia.

Las mafias con base en Hungría, Alemania, Italia y Suecia, funcionan mejor que nuestras administraciones a la hora de plantearse un objetivo concreto. Forzando a las  niñas a prostituirse, y a los niños a vender droga y a trabajar en régimen de semi-esclavitud por el bajo índice de control que produce un niño y la imposibilidad de iniciar persecución legal.

Tras el paso de los años y la ineficacia de la intervención coordinada para la puesta en marcha de planes de reinserción a gran escala, nos sorprenderemos que estos niños de hoy serán los delincuentes del mañana, y seremos lo suficientemente cínicos para, a través de partidos xenófobos, usarlos como diana de las consecuencias de nuestra falta de inteligencia social, eso, claro está, si sobreviven.

El Primer inglés, de nombre Cameron, se ha negado a recibir a 3000 de estos niños,alegando el peligro del efecto llamada, y con cinismo máximo,relacionándolo con la peligrosidad del viaje. Este mundo me recuerda cada vez más, una mala obra de Dickens y ello a pesar de nuestra convicción de habernos hecho más humanos,más solidarios, crecidos como personas, alejándonos de aquellos bárbaros bien educados y perfumados que saqueaban el mundo.

Aún recuerdo en España la cantinela del efecto llamada, y la cara de susto de los políticos con los que tuve el disgusto de trabajar, las expresiones más frecuentes dirigidas a los inmigrantes eran:“obligación de respetar las leyes, de conocer nuestra cultura, de marcharse cuando se les ordenara”. Pues en nuestro caso lo han cumplido a rajatabla, han aprendido nuestros idiomas, hasta los que somos demasiado vagos para aprender, a respetar nuestra cultura la que les hemos enseñado claro, la de comprar con la tarjeta  de crédito, ya que la otra está aún por definir, y si, se están marchando, pero cuando ellos quieren, ya que somos tan débiles en nuestros países, que ni siquiera podemos retenerlos.

*Este artículo va dedicado a todos los niños y  niñas que se ven forzados a sobrevivir solos en mi Continente, y a las personas que les están ayudando una vez que consiguen convencerles en confiar de nuevo en un adulto.

Artículo de colaboración de William Vasteenberghe

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