Los aberchales de Hospitalet

 

Demagogo es el que predica doctrinas que sabe falsas a hombres que sabe que son idiotas. Así lo definió para la posteridad el satírico americano H.L. Mencken. Pero una, que tiene mejor opinión de la gente, tiende a pensar que el demagogo suelta sus paparruchas tomando por tontos a sus oyentes. Esto viene a ratificarlo una campaña que está realizando el separatismo catalán con el fin de sumar nuevos adeptos. Su pieza central es un vídeo  que más que una mención en los anales de la propaganda política, pide de entrada un hueco en el Club de la Comedia. 

Consiste la cosa en que una serie de personas cuentan, siempre hablando en español, que nacieron en tal o cual  lugar de fuera de Cataluña, que viven en ella desde hace años y que van a España (como si fuera otro país) y les encanta. Se quiere así dejar patente que los personajes no son catalanes de pura cepa, sino lo que suele llamarse “charnegos”, y que no hay en ellos ni una pizca de manía a España, que bien al contrario, les gusta mucho. Tienen su corazoncito español, o sea.

El cariño, como cualquiera sabe,  no lo es todo en esta vida, de modo que sin mermar un ápice el afecto y la afición que tienen por la buena gente y la comida españolas,  los del vídeo son partidarios de la independencia de Cataluña y lo explican, instante en que empieza lo grotesco. Porque uno espera que la toma de partido por la secesión se justifique con atropellos y maltratos de los grandes, con ofensas y opresiones de las que hacen época,  aunque sean puro invento o exageración tremenda, como son las que muestra, cual si fueran llagas sangrantes, el común del nacionalista catalán.

Al tremendismo nacionalista está uno más o menos acostumbrado;  qué le vamos a hacer, forma parte del clima, como las borrascas. Pero lo que uno no espera de ningún modo es que se propugne la fractura de un Estado y de una sociedad por un tema de  trenes anticuados, peajes en las autopistas y asuntos igual de pedestres. Sin embargo, es así. Los personajes-portavoces quieren separarse de España porque los trenes de cercanías catalanes están un poco viejos, porque las autopistas son caras (anda, como en otros sitios) o porque el AVE tardó en llegar a Cataluña (cuando fue el segundo AVE que se puso en circulación). Sin olvidar el famoso agravio fiscal, que un buen señor explica en el vídeo con ayuda de una barra de pan, aunque no explica que todas las regiones ricas, en España como en el resto de Europa, contribuyen a la hacienda común y, de esa manera,  al desarrollo de las menos afortunadas.

De ese orden trivial e insignificante son los agravios que el nacionalismo, rama Esquerra en este caso, presenta para convencer a los ciudadanos catalanes que provienen de otras regiones, de que separarse de España es una necesidad perentoria. Y son tan, tan nimios, tan simplotes, tan llanos esos motivos que al momento encienden la alarma. La sospecha de  que toman a esos ciudadanos por auténticos imbéciles. Y su parte contratante. Porque el demagogo de manual toma a todos por tontos, pero estos “aberchales” de Hospitalet seleccionan. Y al seleccionar dejan ver, como tantas veces, la  patita xenófoba. Toman a los catalanes castellanohablantes por mucho más idiotas.

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