Los empates y las maestras

La pasada semana, el Barça no pudo con el Levante, y empató. Una ocasión de oro para el Atlético de Madrid, que, si ganaba en casa al Sevilla, pasaba al primer puesto. También empató.

El Zaragoza -mi Zaragoza-, en la misma jornada, jugaba con el Hércules en casa. Sí seguía la buena racha, prácticamente se ponía en puestos de ascenso. Empató.

Como si, en el momento crucial, a todos les temblasen las piernas. Como si no estuviesen muy convencidos de su fuerza. Como sí pensasen que no se lo merecían y que todo era cuestión de suerte.

Esto de fiarse uno de sí mismo es muy importante. Hoy leo que muchas profesoras se van a Alemania a trabajar. El articulista lo presenta como una desgracia, en términos personales (pobres, tienen que emigrar) y en términos económicos (gastamos el dinero en formarles para que se aproveche «el extranjero»).

Pues a mí me gusta, porque me parece que a estas personas no les han temblado las piernas. Mejor dicho: les han temblado como a todo hijo de vecino, porque superhombres y supermujeres hay muy pocos, creo que nadie. Lo que sí hay son hombres y mujeres normales, que se diferencian de otros en que se tragan el miedo, los nervios y el tembleque, agarran un tren y se van a un país donde se habla distinto, se piensa distinto, se come distinto. Y como estos que van son inteligentes y con ganas de hacer las cosas bien, sufren, se tragan las lagrimicas de añoranza…y, al cabo de poco tiempo, empiezan a pensar en alemán, a gustarles las salchichas de Frankfurt, que allí son del mismo Frankfurt, y a salir con un grupo de alemanes, con los que, al cabo de muy poco tiempo, echan risas. Y cuando vuelvan a España, vendrán mucho mejor formados que, cuando se fueron, se habrán quitado la boina y serán europeos. Y eso se lo tendremos que agradecer a Alemania en este caso y a otros países en otros casos.

¿Temblar las piernas? A todos nos tiemblan. ¿Cansarse? Todos nos cansamos. ¿Encontrar trabajo en el rellano del piso donde vivimos y poder ir a trabajar en pijama? A todos nos gustaría, para no enfriarnos ni mojarnos si llueve.

Pero en el piso de enfrente no se aprende alemán, ni se quita uno la boina, ni se piensa distinto. Y eso empobrece España.

Yo era hijo único. Lo que más he agradecido a mis padres es que me animaran a irme de Zaragoza a Barcelona a estudiar. (Eso, entonces, no era «emigrar». Ahora, tampoco, aunque algunos se empeñen en lo contrario.)

Al acabar la carrera, volví a casa, y, al cabo de pocos años, volví a «emigrar». En este caso. se lo tengo que agradecer a mi mujer, que me empujó, sin duda porque pensó que aún quedaba un poco de boina. Y luego, una temporada en Boston. Y menos boina. Y cuando hablo con mi amigo José María, que se va a Estocolmo esta semana y el domingo, a Nueva York-Seattle-Anchorage, pienso que este se ha enterado y que ya, ni piensa en el rellano de enfrente. Y esto enriquece a España y demuestra que la Marca España es verdad.

Me parece muy bien que Mariano, con unos empresarios y unos directivos, anime en su momento desde USA a los inversores extranjeros a venir a España con sus euros. Me parece muy bien que la economía empiece a repuntar. Me parecerá mejor cuando la EPA refleje en dos trimestres que esto empieza a moverse.

Pero entusiasmarme, lo que se dice entusiasmarme, las maestras que se van a Alemania, mi amigo que se va a Alaska, otro amigo que me llama desde Bakú. Esos sí que me dan prestigio. Se lo dan a España, pero, como hay buena gente, algunos, quizá muchos, pensarán que si España tiene esa gente, yo también soy así.

Leopoldo Abadía

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