Marcha atrás en Portugal

Desde la dictadura de Salazar, hace medio siglo, socialistas y comunistas portugueses se han odiado cordialmente. Esa inquina se personalizó en unos líderes carismáticos, que pude conocer personalmente: el afable burgués Mário Soares y el duro revolucionario Álvaro Cunhal, dirigente del PC más estalinista de la época.

Ahora, ante la posibilidad de hacerse conjuntamente con el poder en Portugal, han enterrado viejos rencores, enquistados enconos y hasta programas políticos irreconciliables. Los dos se han unido al Bloco de Esquerda (equivalente anticapitalista de la CUP catalana) y a los Verdes para desbancar al Gobierno de Passos Coelho, quien ha venido haciendo un duro trabajo para enderezar la maltrecha economía portuguesa.

Todo eso es legítimo en pura aritmética electoral: los cuatro partidos perdedores suman más votos que la lista de centroderecha que quedó primera en las pasadas elecciones. Pero, aparte de su común afán de poder, ¿qué une a moderados de centroizquierda, comunistas ortodoxos, ecologistas y militantes antisistema? Nada, prácticamente, por lo que una vez desandado el camino de las reformas impulsadas por la UE y el FMI, las disensiones y disputas internas ocuparán gran parte de la tarea del gobierno cuatripartito.

Por legítimo que sea, insisto, ese resultado electoral no deja de resultar paradójico: Passos Coelho impuso severos recortes, es cierto, pero su antecesor, el socialista José Sócrates, acabó en la cárcel, pendiente de ser juzgado por blanqueo de dinero y evasión fiscal.

Está visto, pues, que a los electores portugueses, como a aquellos catalanes partidarios de Jordi Pujol y Artur Mas, les importa muchísimo menos la corrupción que la ideología, en una lamentable vuelta atrás en la escala de valores colectiva.

Artículo escrito por Enrique Arias Vega

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