Enrique Arias Vega, colaborador en Valencia News. Más fácil protestar que hacer

Miles de leyes

Los defensores de la UE aducen en su favor que más de mil directivas europeas ya están regulando nuestra vida cotidiana, diciéndonos cómo debe apretarnos el cinturón de seguridad de nuestro automóvil o el tamaño de los tetra briks que usamos.

¡Uf! ¡Qué agobio!

Por si no bastasen los cientos o los miles de leyes, reglamentos, decretos, órdenes y demás disposiciones de ámbito nacional, encima esto. Y, además, sin olvidarnos de las normativas municipales, de cabildos y mancomunidades, de diputaciones y comarcas y, sobre todo, de las Comunidades Autónomas, cuya mayor razón de ser, al parecer, es freírnos a leyes que justifiquen el cómodo sueldo de los diputados que las perpetran.

Nos hallamos, pues, en medio de una maraña legislativa que, por su frondosidad, no hay casi quien la conozca ni, menos aun, quien pueda cumplirla.

Cada día, surge una nueva norma que modifica la anterior, antes incluso de que haya entrado en vigor, o la contradice abiertamente. A veces, no se sabe qué órgano administrativo es el competente en la materia y ni si la disposición a que alude está vigente o no.

En vez de vivir, pues, en un mundo en el que la libertad sea la norma y la regulación solamente la excepción, se controla hasta el grado de mineralización del agua que bebemos.

Lamentablemente para sus partidarios, la burocratización legislativa de la UE no favorece la adhesión ciudadana, sino todo lo contrario. Los políticos no se han dado cuenta de que Europa debe ser un espacio de libertad ilusionante y que convertirla en un colegio de párvulos fomenta, precisamente, la mayor de las desafecciones.

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