Mare Nostrum, Un mundo difuso para una agricultura en riesgo

Un mundo difuso para una agricultura en riesgo

En el último estudio de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), se pone de manifiesto que en el año 2050 la población mundial habrá experimentado un crecimiento del 34 %. Un aumento que necesitará duplicar la producción de alimentos. Una producción que paradójicamente se está enfrentando ya a una disminución de la superficie de cultivo y, además, a una alarmante despoblación de las zonas rurales, con la consiguiente concentración en las áreas urbanas. Cuestiones que nos afectan directamente.

Un escenario que conlleva amenazas y oportunidades para una agricultura, la mediterránea, acostumbrada a pelear en los mercados para situar sus productos. De ahí la complejidad del momento que vivimos. No solo porque la calidad excepcional de lo que producimos debe marcar una diferencia sustancial con nuestros competidores, sino de manera especial porque garantizar esa calidad conlleva asumir unos costes que gravan negativamente la renta de nuestro mundo rural. Reciprocidad es mucho más que un recurso retórico. Reciprocidad e igualdad para poder luchar en las mismas condiciones y no verse, una y otra vez, relegados en el tablero de la geopolítica. Porque el tema va mucho más allá de las fronteras conocidas. Más allá del ribazo, de la partida, término municipal, provincia o país. Hoy la política agraria se debate en las muchas veces aséptica Bruselas. Allí se juega realmente una partida de consecuencias decisivas para todos.

Por un lado la regulación de los fitosanitarios, una lucha decisiva contra las plagas y enfermedades, acrecentada por la reducción de materias activas. Los abusos en la cadena alimentaria, o la siempre denunciada discriminación de la PAC a los cultivos mediterráneos. Y también la dificultad de cerrar de forma satisfactoria los Acuerdos Comerciales, como el de la UE-USA y el Transpacífico. Una dificultad que debilita la posición occidental, en beneficio de China y Rusia, lo que está generando un cambio en las alianzas geoeconómicas.

La complejidad del escenario internacional debe hacernos reconsiderar el papel de Europa en los próximos años. Para ello, debemos avanzar para configurar un auténtico sujeto político, con una potente política exterior, de seguridad y defensa. Y ahí, España debe jugar un papel protagonista junto a Francia y Alemania. Un papel determinante al que debemos añadir el fortalecimiento del vínculo trasatlántico, como puente con todo un continente al que nos une mucho más que la historia, y para ello el Acuerdo con MERCOSUR es prioritario, debe servirnos para reforzar también la Alianza con el Pacífico.

Porque el mundo se mueve de forma vertiginosa. Los centros de poder determinan cambios estratégicos para adaptarse a nuevos escenarios. Como el generado alrededor del estrecho de Malaca, un punto estratégico donde se ha resituado el centro de gravedad de la geopolítica y geoeconomía actual. Los canales de tránsito de mercancías, las vías de comunicación, están jugando un papel determinante. Solo hace falta fijarse en los movimientos de China, con una presencia activa y con una política exterior mucho más agresiva (construcción primera base naval en el exterior, en Yibuti). Un enclave estratégico en el cuerno de África.

Y no solo China. Estamos asistiendo a un resurgimiento de la propia historia. Países que construyeron grandes Imperios (Rusia, Turquía, Irán), destruidos tras la I GM, buscan ahora recuperar el control en sus áreas de influencia. Movimientos estratégicos para asegurar una posición de dominio en un contexto glocalizado.

Estamos ante un cuestionamiento de la hegemonía occidental, un nuevo momento post-occidental ante el empuje que viene desde oriente. Un empuje que ha visto una ventana de oportunidad ante el repliegue anglosajón. Un repliegue que ha venido a debilitar el bloque atlántico. Y todo ello, siguiendo los mismos principios de una teoría antigua como el mundo que habitamos. La teoría de los vasos comunicantes: si unos se van, otros ocupan su lugar. Así de simple y así de complejo. Un dilema conocido por nuestro mundo rural, acostumbrado a coger las maletas y salir a vender, para mantener una agricultura resiliente y activa, sostenible y competitiva. Todo un reto, donde todos los actores deberán redefinir su papel para afrontar con garantías el presente y así poder ganar el futuro.

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