No es oro todo lo que reluce

No es oro todo lo que reluce

Los Juegos Olímpicos de Río 2016 nos han dejado en la palestra titulares que se han excedido de lo deportivo. Los medios de comunicación se han hecho eco y han suscitado polémicas en torno a la reflexión de si ha sido adecuada o inadecuada la indumentaria empleada por algunas deportistas, así como sobre los cuestionados métodos de puntuación de los jueces y árbitros. Tampoco, mediáticamente, se ha dejado de lado la condición física e, incluso, el análisis de gestos de algunos o algunas atletas -que para gustos los colores-; la sancionada antipatía de algunos deportistas, de países rivales políticamente, al no darse la mano; la muestra de banderas ‘separatistas’ o el mayor o menor patriotismo de algunos competidores.

También ha habido espacio para los micro o, mejor dicho, macromachismos, como más guste calificarlo al lector/ lectora o telespectador/telespectadora. Y, como no podía ser de otra manera, como ocurre cada cuatro años, hemos asistido a una brillante muestra de evidentes fallos en la retransmisión televisiva: errores en falsos directos, impuntualidad y, para colmo, una falta de feeling alarmante entre los periodistas deportivos y comentaristas, en una y otra disciplina.

Bueno, estamos en agosto y hay que llenar espacio en los medios de comunicación a golpe de titulares. Sobre todo, cuando el medallero olímpico español apenas ha superado las expectativas. Y es que maldita obsesión, la de los ‘patriotas’ de cada país, por hacer recuento de éstas (de las medallas, digo).

Aún así, el sacrificio, esfuerzo y el orgullo de los competidores han primado ante todo. A nadie se le ocurre ponerlo en duda, por supuesto. El espíritu de las Olimpiadas ha permanecido y ha de permanecer vivo por los siglos de los siglos. Pero sólo un dato: en cada edición de los Juegos Olímpicos se estipula una cantidad para los deportistas que consigan el tan anhelado metal. Actualmente, en España, los ganadores de una medalla de oro reciben 94.000 euros, 48.000 euros por la de plata y 30.000 euros por la de bronce; teniendo en cuenta que cada país es quien decide la cantidad a pagar a sus deportistas, dependiendo, en la mayoría de los casos, de sus expectativas deportivas. Así, la recompensa económica para los españoles que logran subirse al podio, comparada con la de otros países, se sitúa en un nivel intermedio.

Con estas cifras, vaya por delante el honor a las medallas y el espectáculo al negocio. ¿Quién ha dicho que los deportistas estén presionados por engrosar sus cuentas corrientes, sus entrenadores, directores de equipo, periodistas y aficionados? ¿Quién cuestiona que perder una competición se vuelve humillante y ganar una medalla de plata es sinónimo de un fracaso para obtener el oro? ¿Peligra, acaso, nuestro potencial deportivo y la cotización del oro para los próximos Juegos Olímpicos?

En definitiva: no es oro todo lo que reluce y oro parece y plata no es.

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