No son cuatro mangantes

Si no tiene nada que hacer más o menos urgente, ponga en su buscador de internet algo así como “mapa corrupción España”. Le saldrán cientos de páginas y hasta podrá elegir si quiere ver cómo está la cosa por partidos, por comunidades, por cuantía de lo defraudado etc.

El panorama es absolutamente desolador y no se salva nadie. Están todos y están en todas partes.  Muchos más de 300 casos repartidos por la geografía nacional con casi siempre los mismos apellidos: cohecho, malversación, prevaricación, falsedad, estafa, fraude fiscal, blanqueo de dinero… Observatorios internacionales nos sitúan a la altura de una zapatilla en honradez y transparencia y el propio CIS señala que los políticos y su corrupción son cada vez en mayor medida la lacra de la que se quejan los españoles.

Lo malo es que cuando un problema está tan generalizado, deja de ser un problema para convertirse en una forma de vida, en una forma de entender que esto es así porque sólo quienes y permiten la corrupción y controlan el fraude son los que podrían poner fin a tan obscena situación y no parece que por ahora estén por la labor. No se trata de cuatro mangantes, de dos concejales de urbanismo o de un alcalde que se quiere hacer rico: es el sistema mismo y eso es lo verdaderamente peligroso. Es la connivencia de unos y otros para perpetuar la inmoralidad y no vale lo que tantas veces nos han dicho: generalizar es injusto. No, no lo es porque quienes consienten o silencian en partidos, sindicatos y patronales tanto desafuero, son igualmente cómplices de esa inmoralidad.

A estas alturas la única regeneración posible no va a entrar con el voto en la urna de los ciudadanos cada cuatro años; o desde dentro de las instituciones alguien dice que ya está bien y lidera un movimiento de limpieza, o nada va a cambiar a medio plazo. Me gustaría ser más optimista, pero esta la democracia que tenemos.

 

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