Mare Nostrum, Un mundo difuso para una agricultura en riesgo

Pacto ciudadano

Acabamos de celebrar el 30º Aniversario de la entrada de España en la UE. Un proyecto que nació allá por los años 50 de la mano del Ministro francés de AAEE  Robert Schuman, en su alegato por dejar atrás años de divisiones para trabajar por un futuro de paz y prosperidad. De aquel incipiente proyecto que sumó en sus inicios a seis países, hemos pasado a los 28, con la última incorporación de Croacia. Un club preferencial que nos ha permitido disfrutar de los mayores años de crecimiento, romper con años de aislamiento y volver a desempeñar un papel relevante en el escenario internacional.

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a uno de los actos conmemorativos de tal efeméride. En el salón Constitucional del Congreso de los Diputados se puso en valor la trascendencia de ese hito histórico, con sus luces y sus sombras, pero que marcó un antes y un después en nuestra historia reciente. Años de trabajo, de encuentros y desencuentros, de duras negociaciones, de cesiones y reuniones interminables para formalizar un acuerdo cuyo mayor logro fue el de empoderar a toda una nación y a todas las fuerzas políticas implicadas en pos de un mismo objetivo, por encima de diferencias y cálculos partidistas. El objetivo  y el fruto de tanto esfuerzo merecía la pena.

Voces autorizadas, como la del socialista Manuel  Marín, Secretario de Estado para las relaciones con la UE en el 85, pusieron el acento en esa falta de proyecto común que caracteriza a esta nación llamada España. En los momentos difíciles, donde las dificultades nublan el ánimo, es cuando de verdad se ve la forja de los grandes Estados. En aquella época, pese a las dificultades que atravesábamos de toda índole, crisis social, económica, política, con una incipiente democracia en marcha, las élites políticas supieron estar a la altura de las circunstancias. Dejaron de lado lo accesorio para centrarse en lo importante. España debía centrar todos sus esfuerzos en pos de ese objetivo, y a esa tarea debían sumarse todos y cada uno de los españoles. El país debía de hacer suyo, y lo hizo, un objetivo común, un aspiración compartida por todos, un verdadero pacto ciudadano por encima de las diferencias. Desgraciadamente no hemos vuelto a ver ese espíritu común, desde la pluralidad y singularidad de esta vieja nación, hasta el gol de Iniesta en Sudáfrica. Es triste, pero es la realidad.

Por ello, Marín reclamaba también ese espíritu en estos momentos de dificultad. Con una crisis sin precedentes, el Gobierno debía tomar medidas contundentes y dolorosas, como las que en su día tuvieron que adoptar ellos para cumplir con los objetivos marcados. Entonces, gobierno y oposición fueron de la mano, convencidos de que era la única forma de demostrar la verdadera fortaleza de este país. Ahora, por desgracia, y así lo afirmaba Marín, se ha echado de menos ese empoderamiento entre sociedad y clase política, y de esa desafección han sacado tajada populismos trasnochados con fórmulas caducas que como cantos de sirena han subyugado el inconsciente popular. Y también, esa falta altura de miras y lealtad institucional de partidos como el suyo, el PSOE, que se ha dejado llevar por el cálculo partidista dejando de lado el interés general.

Y todo eso se ha materializado en una sensación de cabreo generalizado. Un cabreo que nos acompaña desde el siglo XIX, del que ríos de tinta de nuestras élites culturales y políticas han venido a resaltar como un mal congénito de la nación más vieja de Europa. Los españoles, cada cierto tiempo sueltan su frustración y su cabreo lo pagan aquellos que intentan jugar con su mal entendida indiferencia. La alternancia política desde la Democracia así lo ha puesto de manifiesto y unos han otros han gobernado buscando ese punto de comunión con la ciudadanía, la verdadera soberana.

Quizás al gobierno popular le faltó, tras la victoria en las generales por la mayoría más amplia de la Democracia, hacer un llamamiento a toda esa sociedad para hacer un frente común para salir de la crisis. Salir de la crisis, salvar a España era cuestión de todos, no solo del gobierno, y esa falta de sensibilidad se transformó en una falta de confianza en una sociedad ávida de referentes y liderazgos. Ese alejamiento desde la frialdad de las decisiones económicas rompió ese vínculo sagrado entre el gobernante y los gobernados. El ciudadano se sintió desplazado ante una cruda realidad que imperativamente necesitaba aplicar reformas por doquier, asistiendo atónito a un esfuerzo sin precedentes a fuerza de riñón, sin contar con el corazón. Ahora es tiempo de asumir los errores y rectificar el rumbo para que el esfuerzo y sacrificio realizado por todos no caiga en saco roto. Somos un gran país cuando nos creemos el proyecto común. Imparables como decía Bismark. No perdamos el tiempo en lo accesorio y centrémonos en lo importante. Es hora de reeditar ese pacto con el ciudadano.

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