Periodismo, el Rey destronado

El diario El País ha logrado, en otra vuelta de tuerca, robarme uno de los pocos placeres que como periodista y lectora de otros periodistas me quedaban en esta tierra sin dios. Primero fue el tufillo de su falta de objetividad ante determinados asuntos de la agenda setting española, luego la guarrada de Juan Luís Cebrián al decir que los periodistas estamos acabados a los 50 años –que le venía de puta madre para justificar los EREs-, las denuncias de censura, la ‘invitación’ a delatar a los compañeros que se quejaban en redes sociales de la deriva del medio, y por último los despidos fulminantes de columnistas críticos con el diario, empezando por Miguel Ángel Aguilar y acabando por Ignacio Escolar o Maruja Torres.

Aguilar denunciaba que El País estaba en manos de los acreedores y que el medio había alcanzado altos niveles de censura. “No ha habido un momento peor para la libertad de expresión en España desde la muerte de Franco”resumía Velázquez-Gaztelu, otro periodista despedido.

Todo esto, en un periódico que con sus editoriales, sus artículos de opinión y sus extensos artículos y reportajes bien construidos y excelentemente escritos, permitían a la ciudadanía informarse medianamente bien a la hora del café, es muy grave. Pero lo que realmente me joroba no es sólo que El País haya perdido su independencia editorial cuando habla de las grandes compañías o de los bancos, o de algunos partidos políticos –si acaso no son todo lo mismo- o que haya despedido a grandes periodistas, no; lo que me jode de verdad –digo- es que su versión digital se haya convertido en un periódico de “solapa” donde ya no hay nada que leer más que los titulares.

La nueva versión digital de El País parece pensada para lectores que no leen, o que sólo se leen la solapa, esos resúmenes inexactos que a veces ni tienen que ver con el contenido, y que aparecen en la contraportada de los bestsellers. Es como leer titulares de noticias por Whatsapp. Si la carta abierta de Antonio Caño a sus redactores era para explicar la inminente transformación del diario en un medio digital como el que ahora tenemos cada mañana ante nuestras narices, podía haberse ahorrado ese viaje. Porque El País digital, ahora, no cuenta absolutamente nada al margen del titular, puesto que hasta el lead, aquella entradilla que en un par de párrafos resumía la noticia, ha desaparecido de la primera página. Pero lo peor viene cuando abres el artículo completo y compruebas que también el tijeretazo de Prisa ha afectado a la extensión y calidad de los artículos, que ya sólo parecen teletipos: breves, superficiales, descontextualizados y pobremente redactados. Y sé que la culpa de esta ‘nueva línea editorial’ no es de los compañeros periodistas, a los que desde aquí absuelvo completamente del “giro hacia la nada” del medio.

Sí, la nueva y chapucera versión de El País digital me ha jodido el primer café de la mañana y me ha quitado las pocas ganas que me quedaban de leer la prensa en internet, otrora un pequeño placer. Pero sobre todo me ha quitado la última venda de los ojos y me ha hecho comprobar que el periodismo español se cae a pedazos, y que cada vez más es un reflejo, imago specular, de la pobre situación de nuestro país y de la desidia y pereza de los nuevos lectores que ya no quieren ni saben leer o a los que justamente se manipula para que ya no sepan “leer”.

Es el triunfo de Whatsapp, de las noticias reducidas a titulares, de la opinión que se entremezcla con la información en un continuum nauseabundo; el triunfo del pensamiento único, manipulable por su estúpida simplicidad.

Fina Godoy. Periodista

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