Piensa bien y acertarás

No sabía que existía. Ahora me entero de que hay un Conseller de Territori i Sostenibilitat de la Generalitat Catalana, que se llama Santi Vila.

Me meto en Google para ver quién es. Tiene 40 años, es profesor de universidad y la nota añade que es gay.

O sea, que somos muy distintos. Ni tengo 40 años (los tuve), ni soy profesor de universidad (lo fui) ni soy gay (tampoco lo fui antes). O sea, que como sigamos así, no nos encontraremos nunca.

Pero leo un artículo suyo en la Vanguardia del 13 de octubre que el muy atrevido titula “La presunción de bondad”. De ahí deduzco que, si coincido con él en algún sitio, él presupondrá que soy buena persona. Me gusta, y sigo leyendo, y veo que sí, que este hombre presupone la bondad. Da dos ejemplos. Uno, que cuando le pitan un penalti injusto al Barça piensa simplemente que el árbitro se ha equivocado y no que el penalti es fruto de una conspiración del palco del Bernabéu o de la Moncloa. Y que cuando el Ministerio de Fomento le da a Cataluña un presupuesto insuficiente, es porque no tiene dinero.

Dice que, por esas cosas, le llaman moderado. Mejor dicho, le acusan de moderado. O sea, que ahora, ser moderado (“tener cordura, sensatez, templanza en las palabras o acciones”) está mal visto. Y si eres moderado, tienes que corregir en seguida esa desviación.

O sea, que hay que pensar mal siempre: cuando alguien te diga “buenos días”, coge el  paraguas, porque lloverá y ese tipo quiere que te mojes. Cuando alguien te haga un favor, piensa qué andará buscando. Y cuando te deseen “¡buen viaje!”, repasa los neumáticos del coche, porque seguro que te los han rajado.

Así estamos funcionando ahora. No hay nadie honrado, nadie de quien podamos admitir que dice lo que dice porque se lo cree, que no va siempre con segundas (y malas) intenciones.

Y así, conseguimos tres cosas: amargarnos nosotros la vida, complicar todo lo que, en sí, es muy sencillo, y no construir NADA. Porque si creemos que las personas con las que hemos de construir algo son retorcidas, poco de fiar, innobles y mentirosas, no hay quien construya nada. Y destruimos todo, como si no hubiera costado esfuerzo hacerlo. Y, además, le cogemos gusto. Parece que queda bien pensar mal, porque si no, eres  un ingenuo.

Este es el  ambiente en el que se mueven nuestros políticos. Ya sé que luego se toman juntos una copa en el bar del Congreso, se preguntan por la familia y se ríen.  Pero como no les vemos, y somos un poco tonticos, les creemos y nos crispamos. Y al que no piensa como yo, si soy independentista, le llamo facha, y el otro me llama destructor de la nación.

Estoy hablando de que hay que hablar. Dialogar, le llaman ahora. Y repito mi vieja manía: hay que hablar sin móviles, grabadoras, televisiones, micrófonos… Lo que antes se llamaba “hablar”, que consiste en que tú dices una cosa, yo te escucho, sin cortarte. Luego hablo yo, tú me escuchas, sin cortarme. Y así. Y si,  por casualidad, de entre todas las tonterías que digamos hay algo útil, nos agarramos a eso y profundizamos y avanzamos. Y como no partimos de la base de que tú eres un hijo de mala madre y yo, un hijo de padre desconocido, sino de que tu madre era una santa y mi padre era mi padre y bien que le conocía todo el mundo, igual llegamos a un acuerdito.

Entonces, se llama a  los periodistas y se les pide que vengan, por favor, y se lo contamos. Les decimos que seguimos hablando y que les llamaremos cuando tengamos otro acuerdito. Resulta que igual, así, resolvemos muchos problemas de esta mi querida España, en la que hace 35 años firmamos una Constitución, gracias a que hubo unos cuantos que dijeron: “¿nos olvidamos de  todo? ¿te callas tú todo lo malo que hice yo y me callo yo todo lo malo que hiciste tú? Que ya tenemos experiencia de lo que pasa cuando no nos olvidamos”.

Lio y lío y cadenas humanas y manifestaciones de los que no han ido a la cadena. Y buena actuación del ministro del Interior y del conseller del mismo ramo para evitar que cuatro borricos se pongan a dar bofetadas.

Hay que decir las cosas muy claras. Si la financiación es mala, se habla, sabiendo que no tenemos dinero ni para chupa chups. Y que somos un país pobre, y muy endeudado. Y que todos queremos más, lo que me parece muy bien, pero como no hay más y bastante hacemos con sobrevivir, nos tendremos que aguantar con menos. Y que en Madrid se tienen que alegrar cuando a Extremadura le vayan muy bien las cosas. Y en la Rioja, cuando vayan bien en Galicia. Y a todos nos tiene que dar pena que a Madrid no le hayan dado los Juegos Olímpicos, porque le hubieran ido bien a Madrid y a muchos de nosotros. (En Zaragoza, habrían arreglado la Romareda, que la estrenamos mi novia y yo y aplaudimos cuando Ramón Vila, muy amigo nuestro, metió el primer gol y ahora, el estadio se está cayendo de viejo.)

Eso es  España. Y esa es la labor de los gobiernos y gobiernitos (demasiados) que hay en este país y de las oposiciones y oposicioncitas (demasiadas) correspondientes. No refocilarse en las cosas que van mal, no buscar los vicios de los demás, que todos tenemos alguno, no pensar que nuestro deber es odiar al prójimo, sino intentar ver qué cosas buenas hay en ese prójimo (o prójima, si nos referimos a una comunidad autónoma), no hablar, hablar, hablar y decir cosas inoportunas (Cristóbal, lo del crecimiento de los salarios; Luis, lo de la fina diferencia entre recesión técnica y crisis). Que las cosas inoportunas, dichas sin ninguna mala intención (Santi, ya estoy pensando bien) pueden tener efectos malos, porque la gente que no llega a  fin de mes y se entera de que han subido los salarios igual se molesta y cuando oye lo de la recesión y la crisis no da un suspiro de alivio y dice: “ya notaba yo algo”.

Pues eso, que el artículo de Santi Vila me ha abierto los ojos. Ya lo barruntaba, pero necesitaba verlo por escrito. ¡Gracias, Santi!

 

Leopoldo Abadía (@viajeroninja)

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