Antes y después de su (relativo) éxito electoral en Andalucía, Podemos lo ha dejado claro: ellos no aspiran a ser un simple partido de pactos, apaños o sacrificado ejercicio de la oposición política, sino que quieren gobernar.
De ahí su (relativo) desencanto de su gran pero insuficiente resultado en Andalucía.
El talón de Aquiles del partido de Pablo Iglesias radica en su carácter totalitario. Digo bien: totalitario es su intento de cambiar de régimen político, de estigmatizar a las ideas contrarias a la suya, de modificar las reglas de juego, de acabar con instituciones vigentes en Occidente desde la Revolución Francesa…
Ese intento, en Europa occidental, no es nuevo. Ya en 1975, el general Otelo Saraiva de Carvallo creía que Portugal l podría ser “la Cuba de Europa”. Lo que consiguió, en cambio, fue una reacción popular hacia la derecha y el mantenimiento perenne desde entonces de las instituciones democráticas.
Ahora, el espejo en que se mira Podemos es la Grecia de Alexis Tsipras, como si España tuviese algo que ver con aquel país que ha derrochado a cambio de nada cada euro recibido de la Unión Europea. Y menos, aun nos parecemos a la Venezuela empobrecida, violenta y aherrojada por el régimen de Nicolás Maduro.
Para que los españoles votásemos a los homólogos de Syriza, el nuestro tendría que ser un país con la mitad de renta y el doble de corrupción política, con una pujante extrema derecha y un ejército que recibe tres veces más que el español del presupuesto nacional, en el que Podemos estuviese dispuesto a pactar con algún partido conservador, salir del euro o echarse en manos de Rusia.
Como España no es así ni los españoles aspiramos a eso, Podemos querrá gobernar pero lo tiene muy, pero que muy, crudo.