¿Qué es el broteverdismo?

 

 

Algunos hemos denunciando que el Gobierno está cayendo presa del mismo virus broteverdista que ya contaminó al Gobierno de Zapatero. Pero, ¿en qué consiste exactamente esta patología? 

Quizá, de entrada, lo mejor sea aclarar enqué no consiste el broteverdismo: el broteverdismo no es considerar que algunos desequilibrios de nuestra economía se están empezando a corregir y que eventualmente en un futuro lejano podríamos terminar superando la crisis. El riguroso análisis de la realidad bien podría conducirnos eventualmente a semejantes conclusiones, y no por ello estaríamos siendo presa de la trampa broteverdista. En suma, para no ser broteverdista no es necesario augurar que el mundo va a colapsar en medio de un Apocalipsis financiero.

En este sentido, el Gobierno lleva varios meses hablando de «señales esperanzadoras» dentro de nuestro país, como pudieran serlo la gestación de un superávit exterior, la contención salarial, la notable amortización de la deuda privada, el retorno de los flujos financieros y muy en especial de la inversión foránea a largo plazo o el cada vez mayor ajuste de los (todavía) inflados precios de la vivienda. Todos ellos son, ciertamente, correcciones de nuestros desequilibrios económicos que merecen ser tenidos en consideración por cuanto ilustran algo de lo que todos deberíamos ser muy conscientes: dentro de los escasísimos espacios de libertad que sigue tolerando nuestro sobredimensionado Estado, el sector privado continúa saneándose y readaptándose. 

Entonces, ¿por qué acusar al Gobierno de broteverdista por constatar lo evidente? Porque el broteverdismo no se caracteriza por identificar alguna mejora, sino por dar un crucial paso más allá: confiar en que el proceso de ajuste y saneamiento del resto de agentes económicos tornarán innecesarios mis propios ajustes. Básicamente, es la idea de que mis problemas económicos serán solventados por la mejoría general de la nación. En tal caso, es obvio que el broteverdismo adolece de la denominada «falacia de la composición»: si ningún agente se sanea esperando que los restantes lo hagan, entonces no se dará ninguna mejoría general cuya inercia sanee las posiciones particulares inmovilistas. 

Afortunadamente, el sector privado no está siendo, de momento, tan miope como para caer presa de una nueva burbuja de expectativas infladas a la que confiar su supervivencia financiera. Pero, con el sector público, la cosa por desgracia cambia.El tamaño del Estado español se sobredimensionó durante los años de la burbuja inmobiliaria gracias a la extraordinaria recaudación fiscal que ésta proporcionó. Correspondía a cualquier Ejecutivo medianamente responsable podar con intensidad este insostenible Leviatán para lograr dos beneficiosos efectos: el primero, despejar las dudas sobre la solvencia del Estado y, en última instancia, sobre nuestra permanencia en el euro; el segundo, liberar recursos que pudieran ser empleados por el sector privado para facilitar y acelerar su reajuste. 

Pero desde el inicio de la crisis, España no ha contado con ningún Ejecutivo que merezca, siquiera lejanamente, el calificativo de responsable. Tanto los gobiernos de Zapatero como los de Rajoy han tratado de conservar la hipertrofiada estructura estatal que nos legó la burbuja y, en la medida de lo posible, incluso incrementarla.Es verdad que ambos gobiernos acometieron ciertos recortes en algunas partidas del presupuesto, pero siempre lo hicieron bajo la extremada presión de los acreedores internacionales: cuando éstos amenazaron con cerrarles el grifo del crédito (y, por tanto, hallándose ante una situación de pre-concurso que les habría obligado a implementar recortes mucho más drásticos por simple imposibilidad de financiar sus desembolsos).

El ajuste del gasto siempre buscó ser el mínimo imprescindible para evitar a corto plazo la suspensión de pagos: nunca ambicionaron recortarlo lo suficiente como para dotar al sector público de una suficiente holgura de solvencia que garantizara su resistencia frente a las inexorables fluctuaciones futuras ni, sobre todo, jamás buscaron transformar el papel obscenamente paternalista que desempeña el Estado en nuestra sociedad. 

Tal ha sido la renuencia de nuestros políticos a recortar los gastos más allá del mínimo absolutamente necesario que incluso hemos llegado al extremo de que, instalados en un déficit del 7% y en una deuda pública que avanza imparable hasta el 100%, el Gobierno ha declarado oficialmente el fin de los recortes en su anteproyecto de ley de presupuestos de 2014.No es que en 2014 ya hayamos alcanzado una situación de normalización financiera donde la insolvencia del Estado quede despejada más allá de toda duda razonable. No: al contrario, el sector público es más insolvente hoy que en 2012. Pero hoy el Gobierno no le ve las orejas al lobo, a diferencia de lo que sucedía en 2012, gracias a la distorsionadora intervención de Mario Draghi.

Y es aquí donde entra el muy censurable broteverdismo del Gobierno: su política económica consiste en encogerse de hombros y en esperar que la recuperación del resto de la economía privada acuda a su rescate. Nuestro insostenible déficit público no va a reconducirse mediante recortesdel gasto que caen bajo su control, sino a través de imponderables incrementos de la recaudación tributaria futura a cuenta del crecimiento del PIB que se hallan totalmente fuera de su control. Ese es el broteverdismo: utilizar una hipotética mejora de la economía como salvoconducto para la inacción; el querer salvarse por la campana y no a través del estudio y del aprendizaje.

Mas, como ya expusimos, el broteverdismo cae en la trampa de la falacia de la composición: a más broteverdismo, menos saneamiento agregado y, por tanto, menos razones para ser optimista. Si lo anterior es cierto en el caso de agentes privados, imagínense cuán lo será para un ente con un tamaño –y una influencia– tan notable sobre nuestras economías como es el Gobierno: si el sector público no corrige sus desequilibrios, será muy complicado que el resto de la economía pueda arrastrarle, pues ese “resto de la economía”, en nuestras sociedades hiperintervenidas, tampoco es tan grande en relación con el burbujeante Estado.

Así pues, lejos de celebrar los primeros “presupuestos de la recuperación”, en infeliz expresión de Soraya Sáenz de Santamaría, deberíamos echarnos las manos a la cabeza por cuanto representan el cerrojazo definitivo al muy necesario pinchazo de la burbuja estatal y, por tanto, a la corrección de los desequilibrios del sector público español. Dicho en román paladino: el PP se niega a mover un dedo más para evitar la quiebra de España; si no caemos en suspensión de pagos, será por haber sido afortunados en la ruleta rusa de los brotes verdes. Eso es el broteverdismo: la irresponsabilidad de dejarse llevar por la marea en medio de un tifón.

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