¡Qué vienen los rojos!

Ay, Señor!!… Media España tenemos escandalizada por las variadas ‘blasfemias’ y otro cacho temerosa de que la mancha roja se expanda de la mano de Podemos y sus distintas siglas.

Yo pensaba que la sociedad española había perdonado y olvidado eso de que cierta parte de la historia pueda repetirse. Pensaba también que el recurso de propalar el miedo al otro, en este caso a las fuerzas de izquierda, republicanas, feministas, laicas… -cafilíquenlas ustedes como puedan-  era una cosa muy demodé, un argumentario que ya a ningún demócrata, y quiero pensar que lo somos todos, convencía.

Sin embargo, una serie de episodios que ocupan gran parte de la actualidad parecen haber alertado en exceso a muchos sectores de nuestro país. Isabel Bonig, en Valencia, declarando que la cabalgata de las tres reinas magas “atacaba a una parte de la sociedad»; el juicio a Rita Maestre por atentar contra la sensibilidad religiosa; los titiriteros encarcelados por enaltecimiento del terrorismo y vulneración de las libertades y derechos fundamentales (Sic); el obispo de Tarrassa tildando de «blasfemo» el poema ‘madrenuestro’  de Dolors Miquel en Barcelona y citando a Cicerón y a su «Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra” con cierto tonito de que quien avisa no es traidor, porque si éstos siguen así…

Un momento. Vamos a ver. Todos estos hechos tienen una cosa en común: son de un mal gusto y una torpeza que para qué te cuento; cutres incluso, en fin, que sobraban. Pero delito, delito… no sé yo.

En España no existe el delito de blasfemia, como mucho el de escarnio, por ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, o en el caso de los titiriteros -que he incluido por el eco que ha generado-, que lo que se juzga es enaltecimiento del terrorismo, que tampoco sé yo si es que simplemente su guión era tan penoso que sobra cualquier otra lectura.

Pero sin entrar en materia jurídica sobre si es delito o no, sobre si los ayuntamientos de Madrid, Barcelona o Valencia deben depurar responsabilidades, sobre si es más o menos desmesurada o justa la alarma pública causada, la sensación que a mí me da es que detrás  del ‘enjuiciamiento’ -tanto por parte de las fiscalías como de muchos sectores de la población- subyace cierto tufo a esa frase que muchos recordamos de ¡que vienen los rojos!.

Huele a ese esgrimir el estandarte fantasmagórico del miedo, huele a que Podemos y sus otras marcas asustan a muchos, y no porque sean temibles–que no lo son- sino porque una parte importante de los medios de comunicación están echando tanta leña al fuego que parece que todos, unos y otros, quieran ver arder nuestro país no se sabe bien por qué motivos.

Podemos es ahora un partido político como otro cualquiera, votado por gente de muy diversa etiología, que juega en un marco democrático con idénticas cartas que el resto de partidos, nos guste más o menos.

Y si acaso la cúpula de Podemos -que nos sus bases o sus votantes- podría meter algo de miedo es a causa de este molesto moralismo que se lleva entre manos, que parece que el único partido virtuoso es el suyo, o por las derivas ideológicas a las que nos está últimamente acostumbrando, que en cuanto vislumbra el poder cambia de ideas y claims políticos y pasa en un visto y no visto del troskysmo latino a la socialdemocracia centroeuropea.

Aunque en esto de los virajes ideológicos juega a la misma carta de joker que esconden todos los partidos políticos cuando quieren, entre otras cosas, marcarse un full cuando van de farol.

 

Artículo de colaboración de Fina Godoy

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