escraches y democracia

Rafael Chirbes: profeta laico de su tiempo

La triste noticia del fallecimiento de Rafael Chirbes ha sido la conmoción de este mes de agosto. Estábamos acostumbrados a que Rafael Chirbes –probablemente uno de los mejores prosistas en lengua castellana de este periodo literario que se inicia en las postrimerías del pasado siglo- fuera tan sólo noticia por la aparición de una nueva obra o –con mayor frecuencia- por el reconocimiento literario del otorgamiento de un nuevo galardón. Puede parecer extraño, pero era un autor que tenía prácticamente más premios literarios que obras publicadas y esto no es una apreciación mía, desde la admiración que le profesaba, sino algo fácilmente comprobable en la red.

En mi caso, como en el de tantas personas aficionadas a la literatura pero no volcadas en ella, conocí la obra de Rafael Chirbes a través de la versión cinematográfica, en serie de televisión, de Crematorio. Me fascinó el descarnado tratamiento de la época que nos tocó vivir –y, a algunos, disfrutar-, sin ambages y con la convicción de lo justificado de una denuncia que no distinguió entre antiguos enemigos y viejos amigos.

A partir de ese conocimiento televisivo, me dispuse a leer su obra –comenzando, claro, por la novela Crematorio de la que se había extraído la serie y siguiendo por la trilogía sobre la sociedad española contemporánea- y cuando publicó su magistral En la orilla, ya era un entusiasta seguidor de su literatura –como lo había sido en mi juventud de su admirado Galdós (implacable también retratista de la España que le tocó en suerte o desgracia)- y admirador de su excelente prosa, que manejaba como una herramienta eficaz y “multiusos” para el ritmo y el estilo propio de cada una de sus obras. También aprendí mucho sobre literatura, desde su óptica, en su Por cuenta propia. Leer y escribir, magnífica obra que debería ser de obligada lectura en el bachillerato (si es que sigue estudiándose literatura española en el bachillerato).

Pero lo que más me cautivó –ya desde la serie de televisión- de Rafael Chirbes, incluso antes de paladear su calidad literaria, fue el carácter profético de su denuncia.

Tanto en su obra anterior –en particular en la trilogía del cambio y de la esperanza/desesperanza (La larga marcha, La caída de Madrid y Los viejos amigos)- como en las últimas –Crematorio y En la orilla- Chirbes fue implacable con la vaciedad y la traición a los ideales, con la transigencia, con la acomodación, con el afán de lucro y con la mentira ínsita en la cultura justificativa del afán desmesurado y amoral de lucro desde originarios postulados idealistas. “No hay riqueza inocente” llega a afirmar, sintetizando desde sus creencias y experiencias las últimas décadas.

Esta cualidad de “aguafiestas” -con la que le calificaron y se autocalificó, tras su denuncia del mundo de la burbuja inmobiliaria en Crematorio y su descripción descarnada e interiorista de la crisis En la orilla-, es la que me ha llevado a definirlo como ”profeta laico de su tiempo”. Como los profetas de su tiempo del Antiguo Testamento, Chirbes denuncia implacable los pecados del pueblo elegido –el pueblo soberano renacido tras la Transición- y también los pecados de sus dirigentes (políticos, económicos, sociales) que arrojaron al fango los principios e ideales e hicieron del becerro de oro su ídolo. Un auténtico profeta denunciador de los males desde el campo de la literatura. Lo echaremos de menos.

Por Mariano Ayuso Ruiz-Toledo. Abogado, Director de Ayuso Legal

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