Reflexiones tras la tragedia del tren

Se apagarán, aunque muy lentamente, los ecos de esta enorme desgracia que tan profundamente ha afectado a toda la población española. En pocas semanas más, como siempre ocurre, el ahora unánime clamor en los medios de comunicación irá apagándose con el transcurrir de los acontecimientos de la vida diaria. Quedarán en el debate las desgraciadas causas de la tragedia, que según las propias declaraciones del responsable apuntan al error humano, error incomprensible en las circunstancias que hasta ahora se conocen.

Siempre se ha dicho que en todas estas catástrofes multitudinarias y históricas de medios de transporte, han tenido que coincidir al menos tres, a veces más, errores o fallos consecutivos para llegar a consumarse la hecatombe. Así lo afirman los expertos y así aparece indefectiblemente en la totalidad de los procesos de investigación de estas tragedias, a lo largo de la Historia.

Con la mentalidad de quien ha dedicado muchos años de su vida a la práctica de la Aviación, uno no puede por menos de considerar que cuando un contingente importante de viajeros es transportado en un medio que entraña probable riesgo, la responsabilidad del manejo del vehículo no puede recaer en una sola persona, en solitario, por muy automatizado que esté el mecanismo que se maneje.

Totalmente ajeno a la técnica ferroviaria, ha constituido para mí una amarga sorpresa conocer que en los modernos ferrocarriles, que desarrollan velocidades de hasta trescientos kilómetros a la hora y con trescientos pasajeros a bordo, sólo hay un maquinista, en solitario, en la cabina de guiado. Me traslado, con la mente, a la misma cabina de cualquiera de nuestros aviones de pasajeros, donde a nadie se le ocurrió ni por un momento que se sentara un único piloto.

Hace ya mucho que los aviones vuelan con total automatización, donde el piloto tiene como misión principal observar que todo el sistema automático funcione sin anomalías, actuando de facto para llevar a cabo pequeñas correcciones o indicaciones recibidas del control de vuelo. ¿Para qué está, pues, el segundo piloto? Para, con menores carga de trabajo y responsabilidad personal en el vuelo, supervisar la acción del comandante al mando y estar atento a que este efectúe correctamente cada operación, que cuatro ojos controlen mejor que dos los cien instrumentos del tablero y que cuatro oídos escuchen mejor que dos la información vital que llega por la radio. En definitiva, para que se corrijan, antes de cometerse, los posibles errores que los humanos tenemos tendencia a cometer y hacia los que somos proclives.

Aunque nunca se me había ocurrido antes, me sorprendo ante la enorme similitud a la que han llegado el ferrocarril y el avión: parecido número de pasajeros por viaje, circulación por un espacio controlado y regido, velocidades proporcionales según el medio de cada uno, automatismos avanzados de ayuda al gobierno y control del vehículo. Es por lo que no encuentro la razón por la que los ferrocarriles no llevan un segundo maquinista que, al igual que en los aviones, no necesita tanta experiencia de manejo, puede ser un excelente y necesario entrenamiento para un futuro primer maquinista y cuyo coste no incrementaría ni siquiera un euro el precio de cada billete del pasaje. Después de haber padecido la desgracia que acaba de acontecer y en vista de las posibles y autoconfesadas causas del accidente, permítanme esta reflexión dentro de la lógica y el sentido común.

Rafael Murcia pertenece a la Asociación de Pilotos Aviadores Veteranos de España

Ir arriba