Reflotar el orgullo nacional

 

Italia tiene golpes de genio. De una vergüenza nacional como fue el naufragio del Costa Concordia ha sacado de su reflote un espaldarazo a la tecnología y el orgullo italianos. ¿Exagerado? Tal vez, pero lo interesante es el contraste con España, que desaprovechó la ocasión similar que fue la extracción del fuel del Prestige hundido. ¿Anecdótico? En absoluto. Es sintomático. No es sólo que España, ¡la Marca España!, sea poco diligente o poco hábil a la hora de “vender” aquellas cosas que hace bien. Es que los españoles tampoco las aprecian. Nuestra costumbre es resaltar todo lo que se hace mal e ignorar el resto. Somos más de golpes de pecho que de golpes de genio.

Gracias a la campaña que se orquestó en Italia en torno al reflote del Costa Concordia, el mundo entero se enteró de la hazaña, y el primer ministro Enrico Letta  se encargó de convertirla en reclamo publicitario de  la capacidad tecnológica italiana. En cambio, entre nosotros,  aquella extraordinaria operación de ingeniería que fue el vaciado  del fuel que permanecía en el Prestige hundido en el fondo del mar, pasó sin pena ni gloria, prácticamente desapercibida, como si se hiciera algo así todos los días.

Naturalmente que no. Era la primera vez que se iba a intentar una extracción a casi 4.000 metros de profundidad, de modo que hubo que diseñar procedimientos y artefactos nuevos y realizar ensayos. Se adaptaron tres robots para trabajar en tales condiciones y se construyeron cinco lanzaderas cilíndricas – cada una de las dimensiones de un edificio de ocho pisos- que transportaran el fuel a la superficie. 

Máquinas perforadoras especiales, técnicas innovadoras para traspasar el fuel de las lanzaderas al buque que lo recogía, varios remolcadores y 500 personas trabajando en tres turnos son otros de los imponentes datos de una operación que duró meses, sin contar los preparativos. Y no se olvide el toque final: la introducción de bacterias para que “comieran” el fuel que estaba pegado a la superficie interior de los tanques.

El proyecto no tenía precedentes en el mundo, requirió de innovación y alta tecnología y fue diseñado y realizado por una empresa española, Repsol YPF. Bien, pues hagan la prueba. A ver cuántos de sus conocidos recuerdan  esa complicada operación que acabo de contar a grandes rasgos. El Prestige y su chapapote aún están en la mente de todos, pero  la capacidad que se demostró para paliar los efectos del accidente apenas hay quien la valore. En el imaginario colectivo sólo ha quedado el desastre. Como suele. Siempre nos queda el Desastre.

No diré yo que deba hacerse con esta u otras empresas exitosas una pirotecnia de orgullo nacional. El orgullo nacional lleva un aire impostado, como de adultos haciendo de niños,  que lo pone cerca del ridículo. Pero una cosa es no inflar el globito del orgullo y otra, carecer de él por completo. Y aún otra peor es instalarse en el autodesprecio. Como si  España no hiciera nada de calidad y digno de encomio. No hay que reflotar el orgullo, ya digo, pero conviene extraer la vergüenza. Más que nada por la sencilla razón de que no tiene ningún fundamento.

 

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