Reindustrializaciones tecnológicas: la fiebre del oro (gris)

La ciencia es oro

Aunque no en todas partes se lo crean, la ciencia es oro. El filósofo Tales de Mileto fue el primero en darle divulgación social a esta idea empleando aleccionadoramente sus conocimientos científicos para amasar una gran fortuna durante la Antigüedad. Alentada por intereses normalmente extraeconómicos, la ciencia no ha parado de hacer caja desde entonces. A principios del siglo XXI, el éxito económico del Proyecto Genoma Humano se acabó plasmando en un retorno que multiplicó por 141 el importe de la inversión inicial. Ahora Estados Unidos repite la apuesta con la Brain Initiative, desafío económico y científico que también tiene su versión en esta parte del Atlántico: el Human Brain Project de la Unión Europea. Las élites empresariales más dinámicas del mundo quieren seguir dando la batalla en el campo de la industria tecnológica. Demandan recursos humanos y territorios especializados.

El planteamiento de base

En Academic research and industrial innovation, un estudio de la Universidad de Pennsylvania publicado por Edwin Mansfield en 1990 que se ha convertido en un clásico sobre la economía científica, llegó a estimarse que una décima parte de los productos industriales comercializados entre 1975 y 1978 no se habrían producido sin la investigación académica y estimaba el retorno de la inversión en ciencia durante el mismo periodo en un 28 por ciento.

Las revoluciones científicas y las revoluciones industriales se condicionan intensamente de forma recíproca. Y esta conexión es especialmente pertinente en el momento en que se aborda la necesidad de una reindustrialización, pues no basta con reindustrializar. Los países y las regiones también deben tener un criterio ambicioso sobre el tipo de cepa industrial con que desean repoblar su territorio. Asumiendo que las actividades industriales presentan un interés muy variable desde el punto de vista de su intensidad científica y tecnológica, se plantea este interrogante obvio: ¿qué reindustrialización?

¿Qué es la industria de alta intensidad tecnológica?

La industria de alta intensidad tecnológica es aquella que produce bienes para el mercado a partir de procesos industriales que exigen porcentajes muy elevados de inversión en investigación y desarrollo. No debe confundirse la industria de alta intensidad tecnológica con la industria digital. Toda la industria digital es de alta intensidad tecnológica, pero no toda la industria de alta intensidad tecnológica es industria digital.

Dentro de la clasificación estándar industrial internacional (ISIC), la OCDE revisó en 2011 su clasificación de sectores industriales por intensidad tecnológica en función del porcentaje de inversión en I+D que cada actividad industrial necesita para ser desarrollada, estableciendo cuatro diferentes categorías: alta intensidad tecnológica industrial, media alta, media baja y baja. Por ejemplo la intensidad tecnológica de la industria aeroespacial es de 10.2, la de la automoción de 3.5, mientras que la de la industria del cuero es de 0.3. La idea es bien sencilla, hay actividades industriales que consumen una gran cantidad de investigación científica y técnica, consolidando en torno suyo un poderoso entramado de oportunidades profesionales para personal altamente cualificado y generando otros rendimientos positivos para el territorio que van mucho más allá de lo económico.

Es fácil advertir que carece sentido hablar de industria a secas (y lo mismo vale para la reindustrialización), porque sin salirnos del ámbito industrial, no es comparable el valor añadido de industrias como la aeronáutica y aeroespacial, la computación, la farmacéutica, la biotecnología, la nanotecnología, o la industria de semiconductores (ésta última fue declarada en 2011 por la Comisión Europea la más intensa de la UE en I+D, con una reinversión anual de sus beneficios en dicho capítulo del 14.8 por ciento) con el de otras industrias de muy baja intensidad tecnológica, como por ejemplo la refinería.

(Conocimiento + Economía) = Episteconomy

Esta es la inspiración a la que atiende la episteconomía (episteconomy), una visión del territorio que trata de integrar en una misma unidad de acción el conocimiento -episteme, en griego- y la economía. La episteconomía se interesa mucho por el amplio sistema de conexiones y correspondencias existentes entre lo científico y lo económico, por el análisis de los medios y las condiciones a través de los que el conocimiento intelectual puede transformarse en una poderosa fuente de riqueza económica, con un especial énfasis en los aspectos geográficos y en todo lo relativo al territorio y la localización de las economías del conocimiento.

Bell Labs y Human Genome Project, episteconomías en estado puro

Históricamente una de las alianzas más prolíficas entre economía, ciencia e industria es la de los Laboratorios Bell, fundados en 1925 por la American Telephone & Telegraph Corporation (AT&T). Durante décadas, ingenieros y científicos desayunaron juntos a diario en las instalaciones de los Bell Labs en un ecosistema diseñado para propiciar la hibridación del laboratorio con la industria, sistema que buscaba tanto estimular la iniciativa de los ingenieros en la demanda de nuevas soluciones a los científicos, como provocar que los científicos ofreciesen nuevas alternativas prácticas a los ingenieros (supply-driven and demand-driven science policy doctrines).

En términos económicos, científicos y de propiedad industrial el legado de Bell Labs es abrumador. Doce premios Nobel (entre ellos Arno Penzias y Robert Wilson por el descubrimiento del fondo de radiación de microondas que ofrecería la base empírica para la demostración de la hipótesis del Big Bang) salieron directamente de su plantilla de investigadores, por lo que Bell Labs, que al fin y al cabo es una corporación industrial, cuenta con más laureados que la mayoría de las universidades del mundo. Del lado de las patentes tiene a su favor más de 33.000 inscripciones en Estados Unidos y más de 15.000 aplicaciones, entre ellas aportaciones tan relevantes como el transistor, la amplificación de luz por emisión estimulada de radiación (laser), la célula solar, el código C de programación, el sistema Unix, la tecnología de teléfono celular o el procesador de señal digital (DSP).

El Human Genome Project (HGP) es otro de los gigantescos fenómenos episteconómicos del mundo. Fundado en 1990 supuso la integración interdisciplinar de un equipo internacional de biólogos, químicos, físicos, informáticos, ingenieros y matemáticos con el objetivo de determinar la secuencia completa de pares de bases que componen el ADN humano. Se han realizado varios estudios para analizar su impacto económico, arrojando todos ellos resultados espectaculares, siendo uno de los más recientes el publicado en 2011 por la Fundación Battelle.

El Center for the American Progress, la fundación de estudios del partido demócrata, estimó que con una inversión en el Proyecto Genoma Humano de un 0.005 por ciento del PIB de Estados Unidos durante los quince primeros años del proyecto, sus resultados acabaron produciendo en 2010 un impacto favorable del 5.4 por ciento del PIB estadounidense. Así, mientras se calcula que el esfuerzo financiero necesario para propiciar la revolución genómica ascendió a 3.800 millones del dólares, el retorno fue de 796.000 millones y la creación de 310.000 empleos.

En 2013 la Casa Blanca, asumiendo que el resultado económico del Human Genome Project había supuesto el retorno de 141 dólares por cada dolar invertido, lanzó la Brain Initiative, un esfuerzo científico a gran escala que mediante la inversión de 100 millones de dólares de inversión pública y otros 130 anuales de inversión privada, aspira a revolucionar nuestra comprensión científica de la mente humana y a descubrir nuevas formas de tratamiento y prevención de enfermedades y desórdenes mentales como el Alzheimer, la esquizofrenia, el autismo, la epilepsia o el daño cerebral traumático.

Obviamente Bell Labs y The Human Genome Project constituyen dos ejemplos muy singulares, dos hitos particularmente brillantes en que el talento científico ha irrumpido en el mercado haciendo brotar a raudales los beneficios económicos de sus apliaciones. Pero ambos casos no dejan de ser más que supuestos aventajados de la regla universal.

En un sentido lato, la ciencia es el fenómeno económico de mayor impacto que ha conocido la humanidad. Para empezar, su código fuente, el dinero, no es sino es una herramienta de abstracción matemática. Sin ciencia no habría agricultura, ni industria, ni civilización digital. Al final todas nuestras actividades de explotación económica, tanto da que sean primarias, secundarias o terciarias, se acaban reduciendo a un esquema inicial cuya fuente siempre es una innovación intelectual en forma de conocimiento científico. Esta afirmación puede ser corroborada de forma bastante consistente desde la paleoantropología, que es quién mejor puede mostrar que sin scientia la economía humana se reduce a las formas de vida material anteriores al homo sapiens.

Los hechos muestran que en muy pocas partes del mundo se han puesto con seriedad a explotar el filón de las economías científicas y tecnológicas. Casi todos los gobiernos del mundo demuestran concienzudamente, presupuesto tras presupuesto, que consideran la ciencia como un capítulo idóneo para la desinversión.

Lo que ponen de relieve las políticas de descapitalización de la investigación es un tipo de desconocimiento que hunde sus raíces en la ignorancia misma y que vuelve a llamar la atención respecto a unas élites políticas y empresariales peligrosamente desalfabetizadas. La mayoría de las sociedades contemporáneas viven de espaldas al alcance económico de la ciencia de igual modo que en la mayor parte de las sociedades de la prehistoria ignoraban el poder práctico de la rueda. Lamentablemente España no es ninguna excepción sino un buen botón de muestra.

¿Y el futuro? Mens et manus

Instituciones académicas tan prestigiosas como el MIT o el CalTech se fundaron en el siglo XIX en Estados Unidos como instituciones educativas de enfoque innovador en respuesta a la necesidad de proveer de soporte tecnológico a rápidos procesos de industrialización. Por eso Mens et manus es el lema institucional del MIT y en su sello oficial se apostan, a izquierda y derecha del basamento de una columna, la figura de un hombre leyendo y la de una mujer ataviada con útiles para la industria.

La idea de la reindustrialización tiene una considerable fuerza simbólica en Estados Unidos existiendo influyentes aportaciones a ese imaginario nacional como la de Amitai Etzioni. Durante su último discurso sobre el Estado de la Unión en medio de su cruzada para la salvación de las clases medias, Obama anunció como una de las medidas estrella de su proyecto para la reindustrialización de América los planes del Gobierno Federal de crear una red de 15 nuevos institutos tecnológicos. Probablemente muchos de los grandes descubrimientos científicos del presente siglo tengan lugar en esta nueva hornada de institutos tecnológicos que América prepara para su reindustrialización. Lo mismo cabe esperar de las grandes patentes industriales.

Pero pese a la competencia que se les avecina, los institutos clásicos no pierden el ritmo. Hace un año y medio el MIT formó una comisión de 20 profesores que conlcuirá su amplio programa de investigación a mediados de 2014. El objetivo: desarrollar el plan Production in the Innovation Economy (PIE), orientado a la renovación de la industria norteamericana.

Por su parte, la Comisión Europea celebrará en abril de 2014 en Atenas su Conferencia sobre Tecnologías Industriales a la que acudirán 1.200 delegados. ¿Los principales temas? La presencia europea en la arena global high-tech, la reindustrialización y el desarrollo regional.

La Unión Europea tiene su propia política (ESFRI) para la consolidación de una red de grandes infraestructuras de investigación divididas en seis categorías: ciencias sociales y humanidades; biología y ciencias ambientales; energía; física e ingeniería; materiales e infraestructuras analíticas; biología y medicina.

Sin embargo es tremendamente llamativa la total ausencia del debate público y el desinterés general de universidades y regiones respecto a la futura localización de muchas de las 38 grandes infraestructuras de investigación científica que se encuentran previstas en el mapa estratégico de la Red Esfri de la Unión Europea, que conllevarán una inversión cercana los 18.000 millones de euros, junto a tremendas oportunidades de proyección científica e industrial para los territorios anfitriones. (Puede consultarse el listado completo a partir de la página 27 de este documento).

¿Qué se debe hacer? Ir a lo práctico y concretar

Un somero estudio comparativo de los capítulos relativos a las estrategias de crecimiento territorial de las regiones españolas en el contexto de las economías del conocimiento deja un resumen concluyente: la mayor parte de los stakeholders públicos y privados no va más allá de simples esfuerzos retóricos y de una vacua terminología. Expresión genérica de voluntades y deseos, junto a una grandilocuencia imposible de concretar.

La primera misión es ordenar con rigor las prioridades. Un simple ejemplo de actualidad puede bastar. Con la deuda generada por la radiotelevisión pública valenciana (1.200 millones de euros), se ha construido en el sur de Francia, en Cadarache, la infraestructura internacional Iter. El objetivo de dicha infraestructura, en que participan la Unión Europea, Estados Unidos, Rusia, Corea, Japón, India y China, es proveer a la humanidad de un nuevo modelo comercial de abastecimiento enérgetico a partir de la fusión nuclear, emulando artificialmente los procesos que tienen lugar en los núcleos estelares y que producen la energía natural con que se ilumina el universo. La participación internacional del proyecto puede dar idea de su interés industrial.

La mayoría de los territorios asumen, retóricamente al menos, la prioridad de reindustrializarse y de contar con sistemas consistentes de integración entre la industria y la investigación. Sin embargo existe una gran desorientación respecto a las raíces reales de las oportunidades. Casi ningún territorio ha hecho su propia introspección estratégica para comprobar la forma en que podría introducirse en este suculento mercado. La mayoría se limitan a enumerar sus activos universitarios, sus infraestructuras de transporte y las bonanzas de su calidad de vida, como si alguien escuchase ahí fuera. Pero no estudian su territorio recurriendo a los sistemas de indicadores que emplea la industria para definir sus necesidades de ocupación territorial ni promueven su presencia activa en los centros donde se concretan las decisiones de inversión industrial (los de la industria de alta intensidad tecnológica están perfectamente bien localizados).

Así es que deberíamos estar cuestionándonos alarmados si no estaremos tirando a la basura la mejor parte de nuestra riqueza antes siquiera de haberle dado una mínima oportunidad.

Carlos González Triviño

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