República de Valencia

 

“Al fin y al cabo -me dijo mi interlocutor-  Tirant lo Blanch se escribió en Valencia, en pleno siglo de oro, obra de la que se han apropiado los catalanes, sobre todo los catalanes de Barcelona, que son más centralistas que los de Madrid. Y por eso es por lo que le estoy dando vueltas a una República Independiente de Valencia. Entiéndeme. Es una reacción ante una acción, y la única manera de no ser devorados por quienes se ríen de nuestra propia lengua. Y estoy seguro, completamente seguro, de que un partido político que enarbolara esta bandera tendría seguidores inmediatos”.

Estábamos frente al mar, en uno de esos días de invierno que el mediterráneo convierte en suave otoño, y el sol cabrilleaba sobre el agua y ponía lentejuelas en la superficie.

“Pero ese centralismo de Barcelona  –intenté recordarle- lo he escuchado también en Alicante y en Castellón,  respecto a Valencia. Y no te digo de la patrimonialización  de Roger de Flor, que en algunos textos parece como si hubiera nacido en Zaragoza o en Tarragona”.

“Entonces ¿no crees que un partido que reclamara una República de Valencia no iba a obtener votos?”.

“Los tendría, los tendría, pero deberías añadir al discurso, menos argumentos defensivos de apropiación indebida y más dialéctica de ataque. Deberías anunciar que, una vez proclamada la República, todo aquél que padeciese disfunción eréctil, sanaría de inmediato; que los calvos volverían a tener cabello natural, gracias a los tratamientos gratuitos que impartiría el gobierno valenciano, y subrayar que la diferencia respecto a españoles y catalanes reside en que el valenciano es superior a ellos, pero de una manera delicada hacia el exterior y  explícita para el consumo interior”. “Me estás tomando el pelo –me dijo mi acompañante-“. “Efectivamente”, fue mi respuesta. 

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