Juan Vicente Pérez Aras, Diputado Nacional PP. Un Consell y una Legislatura agotados

Rita, in memoriam

Huérfana queda Valencia. Un halo de tristeza ha cubierto la capital del Turia, en una mañana lluviosa, gris, fría y húmeda. La noticia conmocionaba a todo un país que empezaba a levantar la persiana de un nuevo día. Propios y extraños sufrían un escalofrío cuando se confirmaba el triste desenlace. Conciencias removidas por la cruel realidad que nos golpea el rostro, como esa fina lluvia que me acompañaba en mi camino hacia el Congreso para llegar puntual a la Sesión de Control al Gobierno.

Las caras lo decían todo. La agitación en el patio del Congreso daba cuenta del alcance de la noticia. La triste ironía del destino hacía que Rita nos dejara junto a la Plaza de las Cortes, allí donde, custodiada por Daoíz y Velarde, reside la Soberanía Popular. Un destino cruel que paraba el corazón a una mujer, cuyo nombre, corría en boca de todos, sin dar crédito. Un crédito que le fue negado a ella también en vida, una mujer inocente, a la que se la condenó, social, política y mediáticamente. Un ejercicio más de ignominia colectiva de este circo vital donde el fin justifica los medios. Al precio que sea.

Consternación y tristeza. Mucha tristeza, y pena, y dolor. No solo queda huérfana la capital del Turia, su Valencia. Queda huérfana una parte de la sociedad rehén de sus propias incongruencias, de sus propios silencios, de su propia incapacidad para discernir, para razonar, para reflexionar con serenidad ante una dinámica de autodestrucción que lo arrasa todo. Inercias peligrosas que buscan implosionar un sistema de valores y principios alrededor de un espacio común, de confraternidad, generado en ese espíritu del 78 al que ella siempre se refería.

Huérfana se queda la familia popular que pierde uno de sus referentes más queridos, más representativos, más respetados, se diga lo que se diga. Una líder, sí, una líder que se forjó a sí misma en una carrera en el terreno más difícil. Un liderazgo no solo intelectual y político ganado a pulso, sino un liderazgo popular otorgado de forma abrumadora por la ciudadanía, elección tras elección. Un liderazgo idealizado por la misma sociedad que caía rendida ante su ímpetu, su empatía, su fuerza. Por todos aquellos que veían ese espíritu popular, cercano, ocupado y preocupado por su ciudad, por su Valencia, a la que llegó a transformar en una metrópoli orgullosa de sí misma. Un papel que sin lugar a dudas la historia se encargará de poner en el lugar que se merece.

Melancolía infinita de un pueblo, de una ciudad, de hombres y mujeres de bien que deben zafarse de tanta demagogia gratuita en unos momentos, en los que la etiqueta de la “nueva” política domina el subconsciente colectivo, haciéndonos olvidar que la esencia está en la “buena” política, en la política de verdad. Ahora que todos somos jueces en este triste tribunal en el que hemos convertido nuestra convivencia, aprendamos la lección.

Nos ha dejado Rita, una gran mujer. Su legado queda para la posteridad en una ciudad en total simbiosis con su alcaldesa, que supo interpretarla y entenderla como nadie. Por eso, no es tiempo de lamentaciones. No solo le quedó su honor, herido por la incomprensión, acorralado por la intolerancia y defendido hasta las últimas consecuencias. Le queda el reconocimiento de todos los que la conocimos, la respetamos y la admiramos.

Adiós Rita. Hasta siempre Alcaldesa.

Ir arriba