Robert De Niro cumple 70

 

Nuestra memoria, nuestra existencia, está relacionada con el cine. Vemos pasar a los actores que nos han emocionado, asistimos a sus estrenos y a sus éxitos y comprobamos su decline, su tránsito, que son también los nuestros. Y muchas veces, comprobar los efectos del paso del tiempo en ellos nos revuelve, pero nos hace tomar conciencia de nuestra propia evolución. Ocurre también en la vida real cuando nos reencontramos con alguien a quien no hemos visto en muchos años. Y ellos nos enseñan nuestra arrugas.

Me ocurrió el otro día viendo Rebelión a Bordo. Un jovencísimo Marlon Brando y un genial Trevor Howard, que en 1962, cuando se rodó la película, estaba en la cumbre de su carrera de actor de carácter de la escuela británica de teatro. Nostalgia mezclada con mi vida personal, siempre en paralelo a quienes nos han ofrecido la magia del cine en cada momento de nuestra vida.

Hoy leo que Robert De Niro ha cumplido setenta años en una espléndida carrera con más de cien películas a sus espaldas, cinco nominaciones al Óscar y dos estatuillas. Me cuesta creer que este tipo de personajes tan cercanos a nuestras vidas cumplan años. Su discurrir es la constancia de nuestro envejecimiento y la demostración de que nada es permanente.

Quienes han sabido compatibilizar el éxito cinematográfico con el equilibrio personal deben ser un motivo de reflexión para acomodar nuestra vida al paso del tiempo. Ser jóvenes es una circunstancia que no requiere ningún merito personal. Esa condición ventajosa, en todo salvo en la falta de experiencia personal, se amortigua automáticamente con el simple paso del tiempo. La juventud está impregnada en el inconciencia de la muerte porque cuesta creer que se dejará de ser joven, que con suerte se alcanzará la madurez y la vejez. Ser joven produce mucha miopía porque la experiencia, que es intraspasable por enseñanzas ajenas, se adquiere con el paso del tiempo, discurre ininterrumpidamente y se apaga con la senectud.

Estas reflexiones tienen también que ver con la crisis. La mayor parte de las personas de nuestro entorno estaban acostumbrados a discurrir el paso del tiempo en medio de algunas certezas. En mayor o menor grado, se planifica la existencia desde parámetros lógicos y acordes con la situación personal y profesional. Claro que la vida produce imprevistos y sobresaltos. Pero ahora, la mayor parte de la certezas de mucha gente se han evaporado.

No hay certeza laboral. La cubra ascendente de bienestar que subía en los últimos treinta años en nuestro país se ha trucado. Ahora nuestra única certeza es que nuestros hijos, al contrario de lo que nos ocurrió a nosotros, vivirán peor.

Hemos inaugurado una nueva era de la incertidumbre. Desconocemos si cobraremos la pensión que creíamos asegurada. Si el vacío del desempleo nos tumbará la existencia tal y como la hemos conocido.

Por eso, ahora, al ver una vieja película o asistir a la vejez de quienes nos han acompañado en el cine tiene un valor más dramático. Ya no asistimos solo al espejo de nuestra vejez en sus rostros. No sabemos mucho de cómo va a ser nuestra vida. Y es difícil mantener el optimismo vital ante tanta incertidumbre. La crisis nos ha desmontado la existencia.

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