Sadam, Bush y la izquierda española

“El socialismo no ha muerto, solo algunas de sus versiones más torpes e incapaces”. He aquí una afirmación contundente que en estos momentos irritaría bastante a Pérez Rubalcaba. Sin embargo no es de ahora sino que tiene ya 23 años de historia: la escribió José Luis Pitarch en la “Cartelera Turia” número 1392, publicada el 8 de octubre de 1990. La afirmación, entonces, iba hipotéticamente dirigida a Felipe González, a la sazón presidente del Gobierno.

¿Y eso por qué? Pues porque se estaba montando en el mundo la primera tormenta de la Guerra del Golfo y el PSOE gobernante, con España miembro de la OTAN desde el referéndum de 1986, estaba pasando sus dudas y aprietos.

José Luis Pitarch era militar de profesión. Y las pasó muy mal durante la Transición. No solo por sus ideas, que eran decididamente de izquierdas, sino por su militancia: ser militar de carrera, comandante de Infantería si mal no recuerdo, y estar presente, en los setenta, en actos públicos del PSP, el partido del profesor Tierno Galván, era un atrevimiento que le reportó no pocos disgustos y sanciones. Pero Pitarch era tenaz y, sobre todo, ha sido siempre muy coherente con su pensamiento. De ahí que años después, en 1990, en su sección semanal “Testigo de cargo” de la Turia, escribiera este artículo, que bien podríamos calificar como de “grado 8’5” en la Escala Richter de lo que se publicada. Se titulada “No nos resignamos al neofascismo” y se refería en él, al inicio, a Ludolfo Paramio, un teórico socialista, pesimista y ácido, que en aquellos tiempos tuvo mucho predicamento; un hombre amargado por el propio PSOE “del que soy amigo desde que tomábamos juntos alguna cerveza en Cuatro Caminos”.

“Escribía hace poco –dice Pitarch de Paramio– que aquí no va a sobrevivir más que una izquierda bienpensante, la cual no irá más allá de denunciar al Fondo Monetario Internacional”. Y Pitarch, sin embargo, le contradice: “Aquí vamos a sobrevivir una izquierda atrincherada y malpensante, sin rumiar repetir octubre en Petrogrado, sin pretender vengar a Rosa Luxemburg, con su cabeza rota a culatazos por militares prusianos y luego tirada a un canal. Aquí tan solo pretendemos, de momento, resistir, mantener la memoria histórica, impedir que las multinacionales, los “pentágonos”, y el nuevo y gaseoso “totalitarismo” con piel de cordero democrático, logren “liquidar” todo, hacerlo todo líquido, como un magma de de consumo y de deglución de medios audiovisuales. Pretendemos conservar residuos sólidos, y transmitirlos a nuestros hermanos menores y nuestros hijos. No nos resignamos”, dice el periodista.

Todo esto venía al hilo de las actividades e impulsos exteriores de los Estados Unidos, presididos entonces por el presidente George Bush, pero Bush padre, naturalmente: el que andaba dispuesto a intervenir en Irak porque había invadido Kuwait y puesto en jaque el suministro de petróleo del mundo desarrollado. Y hablaba Pitarch de la aceptación general del modelo internacional, de las cesiones del socialismo, de las masas entontecidas “a base de Telecinco y demás basuras” hasta afirmar que “este sistema es, simple y mondamente, neofascismo”.

No, no se recataba el articulista. Nunca lo hizo. De modo que propugnaba “rebelarse, en resumen, con dignidad de hombre, ante un totalitarismo de fresco y sutil cuño”. Porque –y ahí venía la sustancia contra el gabinete de Felipe—“la crisis del Golfo está dejando cara al sol a muchos de estos ribetes. Este Sadam es un personaje muy “dialéctico”. Puede dejar a Busch como Cagancho en Almagro, y a la socialdemocracia empantanada en su adoración por el becerro de oro del desarrollo, tapándose la nariz ante los olores pútridos de los pueblos que mueren de hambre y respirando hondo el perfume del dinero y la pólvora”. El comentario deducía que, como Sadam pretendía tener la bomba atómica “hay que matarlo enseguida, y como sea”.

Sabido es –eso lo sabemos ahora, evidentemente—que a Sadam lo puso ante un tribunal, que mandó ahorcarlo, otro presidente de apellido Bush, hijo del anterior. También es sabido que en la primera guerra del Golfo hubo una intensa colaboración del gobierno, que el ser socialista no tuvo demasiadas críticas, y que en la segunda guerra como la colaboración la prestó el gobierno de Aznar las cosas tuvieron otro cariz. Pitarch, siempre firme en sus convicciones, escribió en 1990 que “estos yanquis tienen buenos ordenadores, pero los programan mal”.

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