Se buscan políticos con ganas de trabajar

Decía muy acertadamente el escritor, crítico de arte y sociólogo americano, John Ruskin, que “la calidad nunca es un accidente; siempre es el resultado de un esfuerzo de la inteligencia”, y yo creo que esta idea esconde muchas claves para el éxito también en política.
Tanto en España como en otros países con democracias jóvenes y culturas políticas, en mi opinión, insuficientemente exigentes, los ciudadanos/votantes nos caracterizamos por falta de memoria y déficit de criticismo. De hecho, hace unos días hablaba, sentado en una mesa durante una cena con amigos, sobre la preocupante falta de memoria de la que adolece la sociedad –tanto para bien, como para mal– porque tendemos a olvidarnos de lo malo que los gobernantes pueden haber hecho, pero, si se da el caso, también lo hacemos de lo bueno. Sin embargo, esto no es exclusivo de la política, sino también respecto a muchos otros temas, y se puso el ejemplo del fútbol: ¿Qué explicación tienen tan duras críticas a la selección española por el fracaso en el Mundial teniendo en cuenta la época dorada que viene atravesando? Es más, y este caso es todavía más llamativo, ¿qué explicación tiene que a un equipo que puede ganar tres competiciones en un año, gane dos (una de ellas sobradamente), pierda una en la semifinal, y se exija la dimisión de hasta las líneas del campo? Estoy hablando del Bayern de Múnich, equipo que perdió la semifinal de la Champions League frente al Real Madrid. Sí, alemanes; no españoles.

Este tema me frustra. El hecho de que no parezca posible llegar a un porqué o una solución, me preocupa ya que, en mi opinión, este fenómeno de ausencia de criticismo social es una de las mayores barreras que tienen los sistemas políticos para conseguir políticos de calidad. Como es lógico, la falta de exigencia desincentiva el esfuerzo. Si se consiguiera cambiar esto y se fomentara una verdadera educación política desde la infancia, muchos de las barbaridades de carácter político que sufrimos (corrupción, ineficacia, falta de honestidad, ignorancia, estupidez política, falta de coherencia, ausencia de rendición de cuentas, etc.) se terminarían, o, al menos, podríamos estar seguros de ir en el camino de su erradicación. Racionalmente, para alguien que se dedica a la política, ¿de qué sirve esforzarse en hacer las cosas bien durante cuatro años, cuando para conseguir sobrevivir y seguir calentando asiento solo necesitas, siendo muy generosos, un año y medio de esfuerzo?

La política está necesitada de ‘currantes’ y ‘currantas’. Se necesitan políticos con ganas de trabajar; políticos cuyo objetivo sea dejarse la piel siendo conscientes de que su trabajo no es por ellos ni para ellos, sino por y para el resto de personas; políticos, además, que seas capaz de recordar que eso era lo que los llenaba en el pasado, lo que los debe llenar en el presente y lo que los debería llenar como personas en su actividad política futura. Eso es ser un buen político, y no hablar bien o resultar encantador.

No dudo que existan políticos trabajadores y trabajadoras, pero sí dudo que esta sea la regla. Lo digo porque conozco muchos y, desgraciadamente, es lo que veo: gente excepcional, con ideas excepcionales, y gente honrada, pero sin una verdadera cultura del trabajo y de la dedicación –por otro lado, nada distinto a lo que se ve en cualquier otro ámbito social. No se trata de morir trabajando, sino de apreciar el valor del trabajo y, sobre todo, del trabajo en búsqueda de un beneficio que no es personal sino colectivo. Si no quieres dedicar tu vida a la política, no vivas de ella. Así de sencillo.

A veces, la clave de una buena política, una buena campaña o una buena decisión, ya sea en el gobierno o en la oposición, no reside en haber decidido, sino en haber decidido tras haber reflexionado acerca del porqué de esa decisión, su razón de ser y, minuciosamente, en cómo se va a llevar a cabo. En haber tra-ba-ja-do. A mí se me critica que soy lento en la toma de decisiones, y en parte tienen razón; pero lo soy porque las medito. Se necesitan más políticas trabajadas, más políticas bien diseñadas, meditadas al detalle, ajustadas al máximo en su planteamiento, y menos políticas como la del nuevo servicio de bicis de Madrid (BiciMAD)… Es lógico que toda política tenga sus defectos, ya que toda decisión o acción se enfrenta al riesgo de resultar errada; sin embargo, hay que acostumbrarse a tratar de, como mínimo, reducirlo, yno en base a la virtud intelectual sino a la dedicación y el trabajo.

El quid de la cuestión es que la pereza debe ser enemiga innata de la política. Ningún profesional se debe poder permitir el lujo de ser perezoso/sa, pero el político menos. ¿Por qué? Porque de la pereza del trabajador privado nace el fracaso profesional, pero de la del trabajador público, nace la pérdida del conjunto. Afecta a la gente. Así, si la posibilidad de errar es inseparable de la toma de decisiones, que al menos no sea consecuencia de la pereza física e intelectual del decisor.

Le exigimos estricta atención y trabajo al feriante que mantiene las máquinas de las atracciones en las que nos montamos, hasta el punto de exigir que sea obligatoria la revisión y certificación de su correcto funcionamiento, es decir, certificación de que el o la encargada de mantenimiento han hecho correctamente su trabajo. También lo hacemos con el que revisa los aviones con los que volamos, los trenes con los que circulamos o los autobúses con los que nos desplazamos. ¿Es concebible dormirse en el Congreso o en un acto público? ¿Es concebible que la ineptitud y la vagancia no tengan consecuencias?

Se buscan líderes con ganas de trabajar, se buscan programas, discursos y acciones elaboradas y diseñadas para llevarse a la práctica con eficacia, eficiencia y mucho trabajo. Que nadie pueda decir que dedicarse la política es «tomar el camino fácil», porque no es así.

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