Se llamaba Andrea

Los funcionarios y funcionarias más madrugadores de las Consellerias de Bienestar Social y de Trabajo ya le habían visto anteriormente. Aprovechaba la “habitación” creada por los andamios que cubrían el edificio de Barón de Cárcer, 36. Se alejaba del frío de la noche, de miradas, de malas intenciones…

Seguramente, le proporcionaba una cierta sensación de aislamiento que no habría conseguido en un banco o en un cajero y que, quizá, en algún momento, le hizo olvidar la dureza del suelo de la calle.

Antes de las ocho, con la llegada de los obreros y los empleados públicos, desaparecían él y sus enseres. Dónde iba entonces y dónde metía su manta de rayas, los almohadones, las bolsas… era algo que parecía no importar a nadie.

Cuando él ya había desaparecido, empezaban a crearse colas de ciudadanos que acudían a las oficinas de Bienestar Social en busca de un rayo de luz, de una esperanza a su sufrimiento. Ciudadanos que no acuden a la administración pidiendo una limosna, sino un derecho consagrado por nuestra Constitución.

La contradicción entre él, los que estaban en la cola, y las ayudas públicas que ofrecía –o debería ofrecer- la Conselleria era evidente. Muchos de esos funcionarios lo comentaban entre ellos. Otros no, claro, lamentablemente, siempre hay quien piensa, como Esperanza Aguirre, que hay personas que sacan sus colchones a la calle solo para fastidiar a los demás y dar mala imagen a los turistas. Unos y otros se estremecieron el pasado lunes.

El lunes, los madrugadores que le vieron tapado con sus mantas, pegado al cristal del edificio, pensaron que todavía estaba dormido. El personal de seguridad no tardaría en intentar despertarle, para descubrir que ya nunca se levantaría. La policía le cubrió con un papel dorado y así estuvo hasta el levantamiento del cadáver. Cuatro horas después, todo estaba limpio. Ni rastro de él ni de sus enseres.

Por la prensa sabemos que se llamaba Andrea y tenía 47 años. Pero ya nunca podremos saber por qué estaba en la calle. Qué le había fallado en la vida. No sabremos si esa Consellería que le daba “alojamiento” cada noche debería haberle dado algo más.

Nadie está en la calle por gusto Sra. Aguirrre. Seguramente, a Esperanza y a los que son como ella, les resulte imposible entender la problemática real de

las personas sin hogar y las tragedias humanas que hay detrás de cada uno de ellos. A la calle se llega por un proceso de exclusión social extremo. La causa inicial puede ser un problema de salud mental, de drogas o alcoholismo. Pero también pueden existir causas de carácter estructural, como la falta de accesibilidad a una vivienda digna, o la debilidad de ciertas políticas sociales.

Perder el trabajo o la pareja también son factores importantes y, muchas veces, la suma de todos estos problemas añadido a la pérdida de todas las redes sociales y familiares que les pondrían ayudar, acaba abocando a una persona a vivir en la calle.

Dicen que el ayuntamiento de Valencia dispone de 376 plazas y que si hace falta se habilitan plazas en pensiones, hostales o albergues juveniles, pero la realidad es que, en lo que va de año, han muerto en las calles de nuestra ciudad cinco personas y, según nos dicen los medios de comunicación, la mayoría de ellos por “causas naturales”. En la Valencia que yo quiero no debería admitirse que se considere una “causa natural” el fallecer tirado en la calle.

La Valencia que yo quiero no puede permitir que nadie más muera en la calle. Estamos en periodo electoral, recordemos a Andrea al elegir la papeleta.

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