Sudáfrica: Mandela o Mugabe

Nelson Mandela es un mito, por eso no se le juzga, se le venera. Pues bien está que así sea, porque Sudáfrica, la tierra del primer hombre pero la última nación –como reza el subtítulo de este libro interesante–, necesita de un mito fundacional, un padre de esa patria de todos los sudafricanos que nació a un mundo conmovido en 1994, cuando ‘Madiba’ tomó el poder de manos del hoy olvidado Frederick de Klerk, con quien aquél compartió el Nobel de la Paz en 1993.

Sudáfrica precisa del mito Mandela. Pero también y no menos de hombres de Estado como De Klerk. Para dar continuidad y validez al mito con un legado.

El problema, el tremendo problema sudafricano, es que el encargado de materializar el mito, de conformar el legado, el célebre Congreso Nacional Africano (ANC), no está a la altura. Nunca lo ha estado. Y si ahora es un lastre, puede llegar a convertirse en una auténtica ‘bomba sucia’que convierta la República en el Reino del Espanto.

Esa es la conclusión que se desprende de este demoledor artículo del imprescindible R. W. Johnson, periodista, historiador, británico, más sudafricano que un ‘springbok’.

El Gobierno del inefable Jacob Zuma es «abiertamente antiblanco y a menudo también hostil a las minorías asiática y mestiza», denuncia el blanco Johnson, que luchó contra el supremacismo blanco en tiempos del ‘apartheid’. Por lo que hace al ANC, es una formación que ha traicionado sus orígenes integradores; una ‘deformación’, mejor, que, lejos de acabar con la lacra del cainismo negro, es, cada vez más, «un vehículo para el tribalismo zulú».

Es eso y, también, esto otro abominable: una «federación de corruptos caudillos regionales y municipales»; Johnson habla de ‘warlords’, señores de la guerra, y quizá quepa la traducción literal, habida cuenta de los abrumadores niveles de violencia que se registran en Sudáfrica, también en el seno del propio ANC. ‘Last but not least’,remacha Johnson, los compañeros de cama del todopoderoso ANC son igualmente impresentables: el Partido Comunista de Sudáfrica (SACP) y el asimismo comunista Congreso de Sindicatos Sudafricanos (Cosatu), que pujan por convertir larepública en una ‘democracia popular’ como esas que desovó a mediados del siglo pasado Stalin el asesinazo.

«Se avecina una gran batalla por la libertad y la democracia en Sudáfrica», augura Johnson; «en la cual el partido de Mandela (y él perteneció tanto al SACP como al ANC) estará decisivamente en el lado incorrecto», sentencia. ¿Hay esperanza? La hay. En la Alianza Democrática, comandada por la blanca Helen Zille y que tiene como rutilante estrella a la negra Lindiwe Mazibuko; negra como negra es la legión de jóvenes y no tan jóvenes que estarían abandonando el paquidérmico y ominoso ANC y abrazando esta alternativa liberal de gentes comprometidas con la Sudáfrica sublimada en el mítico ‘Madiba’.

Su progresión es espectacular: en las elecciones nacionales de 1994 cosechó el 1,7% de los votos y 7 escaños, por el 16,6% de los primeros y 67 de los segundos en las de 2009; en las municipales de 1995-96 se ganó el 3,5% de las papeletas y en las de 2011, el 24. Además,ostenta la alcaldía de Ciudad del Cabo y el gobierno del Cabo Occidental (que tiene por ‘premier’ a la propia Zille, que previamente había sido alcaldesa de ‘Cape Town‘).

El legado del negro Mandela en manos de la blanca Zille:no va a ser pero qué bueno sería. El Congreso Nacional Africano trocando a ‘Madiba’ por Mugabe y convirtiendo Sudáfrica en un nuevo Zimbabue: quién sabe pero ¿qué sería? Sería pésimo, lo peor: convertir, corromper el sueño en pesadilla.

Sounds the call to come together,
And united we shall stand,
Let us live and strive for freedom,
In South Africa our land.

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