José María Guijarro y Jorge es Dr. en Economía y especialista en temas de innovación

TE RETO A INNOVAR

Recuerdo y tengo presente una cita que conforme he ido madurando en este apasionante mundo de la innovación se me ha hecho cada vez más cierta: “La innovación……es ineficiente; con frecuencia, es indisciplinada, siempre lleva la contraria y se realimenta con la confusión y la contradicción. En pocas palabras, ser innovador es todo lo contrario de lo que la mayoría de los padres quieren para sus hijos, los consejeros delegados para sus compañías y los Jefes de Estado para sus países. Los innovadores son insoportables….Y, sin embargo, sin innovación estamos condenados- por aburrimiento y monotonía – a la decadencia.” – Nicholas Negroponte.

Nicholas Negroponte fue el fundador y director del prestigioso MIT Media Lab, un laboratorio de diseño y nuevos productos del Instituto Tecnológico de Massachusetts MIT y en el cual es profesor desde 1966.

Hoy leo esta entrevista a Tom Kelley uno de los socios fundadores de IDEO, una de  la más prestigiosas consultoras mundiales en materia de innovación.

Todos los que de una forma u otra estamos implicados en este apasionante mundo vivimos bajo el ojo del huracán de uno de los pecados capitales del ser humano que es la envidia. La envidia es la mayor muestra de la limitación, de la mediocridad y de la incapacidad para reconocer como válidas ideas de otros, el envidioso siempre vive bajo el yugo del miedo a ser superado profesionalmente por un subordinado o la envidia pueden llevar a algunos directivos o mandos intermedios a eludir su principal responsabilidad, tomar las decisiones más adecuadas para su empresa, dedicándose a cercenar las iniciativas, aportaciones e ideas de aquellos que pueden dejarles en evidencia y seguir viviendo en el “más de lo mismo”, en no ver que el mundo evoluciona y que la competencia es feroz si no te diferencias, si no aportas valor.

Más flagrante es cuando la organización se preconiza, se publicita, o se cree que es innovadora y que los miembros de la misma se autocalifican de “innovadores”. Esto no es nuevo y no es exclusivo del espacio de los innovadores, es el denominado, Síndrome de Procusto, un nombre de origen mitológico que retrata una figura que suele observarse en entornos laborales y resulta nefasta para cualquier organización o equipo, y más si este equipo comparte no sólo proyecto sino también capital.

La propia definición del síndrome de Procusto ya deja claras sus negativas consecuencias:

“Aquel que corta la cabeza o los pies de quien sobresale”.

En la mitología griega, Procusto era un posadero que tenía su negocio en las colinas de Ática. Cuando un viajero solitario se alojaba allí, Procusto entraba por la noche en su habitación y le ataba las extremidades a las esquinas de la cama. Entonces, había dos posibilidades. Si el viajero era más grande que la cama, Procusto le cortaba las extremidades que sobresalían (pies, brazos, cabeza…) para que ‘encajase’ exactamente en el lecho. Si por el contrario era más pequeño, le ‘estiraba’ hasta descoyuntarlo para que se adaptase a la medida. De hecho, el verdadero nombre del posadero era Damastes. Procusto era su apodo ya que significa ‘el estirador’.

Procusto se ha convertido sinónimo de uniformidad y su síndrome define la intolerancia a la diferencia. En muchas organizaciones, directivos y mandos intermedios no escuchan otras opiniones al entender directamente que su idea siempre va a ser la mejor y son los demás quienes deben adaptarse a ella, peor aún cuando las opiniones son articuladas o condicionadas subjetivamente sólo por opiniones de otros, quizás también por el temor  que entre sus subordinados también vean figuras que puedan hacerles sombra.

Lógicamente estas mismas personas, no se ponen en el lugar de los demás, aunque creen que sí lo hacen, y suelen hablar de tolerancia, mente abierta, multidiversidad, intercambio de ideas… pero cuando esto se produce no soportan que se den opiniones diferentes a la suya y solo encuentran cómo criticar o deslegitimar a esa persona.

Este tipo de organizaciones viven en un ambiente “rancio” que permanentemente muestra sus debilidades, les fue bien y lo que realmente están haciendo es morir de su éxito pasado, tienen miedo al “aire nuevo” que pueden traer profesionales reciclados con ideas más jóvenes, actuales y proactivas, con conocimientos, capacidades o iniciativas que ellos no tienen. Por ello, limitan las capacidades, creatividad e iniciativa de sus subordinados para que no evidencien sus propias carencias.

Es evidente que las consecuencias son graves ya que generan un clima laboral de tensión y estrés, todos los roles y agentes que forman la organización están viviendo diariamente bajo la “Espada de Damocles” y esto les provoca una profunda desmotivación.

Priman su visión personal, o incluso sus intereses particulares, frente a la maximización del rendimiento y la eficacia.

Innovación y productividad van de la mano y recuerdo como un amigo experto en gestión personas me dijo: “El gran problema de muchas empresas es que tienen empleados en puestos de responsabilidad que han decidido (consciente o inconscientemente) que sus obligaciones no son las que les ha asignado la empresa, sino que su trabajo consiste en mantener su trabajo”.

Articulo colaboración de José Maria Guijarro y Jorge (Dr. en Economía)

Ir arriba