Todo transcurre

He empezado este artículo varias veces por la dificultad de resumir, en pocas palabras, las consecuencias de lo que ha sucedido el pasado domingo. El análisis electoral no puede reducir a unos porcentajes, o en dar explicaciones, disculparse o vanagloriarse de los errores o aciertos de premoniciones electorales apresuradas.

No. Definitivamente no es de eso de lo que hay que hablar hoy, porque hay momentos en los que hay que hablar de la vida, darle, por así decirlo, el tono épico que merecen ciertos acontecimientos.

Después de una larga tarde y noche de elecciones, tras una larga noche de veinte años, todo transcurre con normalidad. Para aquellos que vivieron intensamente los días anteriores a la noche electoral, y más intensamente ese largo día de recuento, se entiende que, el día de después, no sea exactamente igual que el anterior, pero para cientos de miles de personas, es exactamente igual. Un día más. Es un nuevo lunes, en el que no se puede percibir la trascendencia de los cambios que se producen a cada momento. Es, sin duda, una imposibilidad ontológica no poder percibir las consecuencias de una transformación y, sin embargo, la trascendencia radica, precisamente, en la aparente poca importancia de ese cambio. Ese pequeño cambio que se concreta, en primer lugar en una distribución de votos entre varias fuerzas políticas y en segundo lugar, en las personas que se harán cargo de dirigir unas instituciones y de cuyas decisiones, avaladas o no por el buen sentido, el conocimiento o la sensibilidad, dependerá, en buena medida, nuestra vida cotidiana. Así de simple. La suma de unos pequeños actos individuales, la de depositar una papeleta en una urna, han traído un primer paso para ese objetivo que sí es importante.

Es el tiempo de la palabra, de la conversación transparente y abierta, es el tiempo, en definitiva, de la negociación, palabra denostada que, sin embargo, debe recuperar en nuestras acciones su pleno sentido. La negociación es ese momento en el que las partes con intereses propios, resuelven conflictos, acuerdan líneas de conducta, buscan ventajas colectivas, con el objetivo de obtener resultados que sirvan a sus intereses mutuos, es decir, compartidos. La gran ventaja de esta negociación es que, en este momento, las cosas urgentes y las cosas importantes coinciden y son las que hay que atender. Los medios de comunicación resumen la negociación en una única clave, esto es, la de quién ocupará la Presidencia de la Generalitat de cuya decisión se cuelga el resto de actos. Esa es la necesidad de los medios de comunicación a los que les urge resumir un proceso complejo en un hecho, pero la negociación va más allá y, para los suspicaces, matizo que no me refiero a los cargos ni a los despachos, sino a los contenidos, al programa, a las decisiones que ha de adoptar el nuevo gobierno para que las personas noten que, además de la Presidencia de la Generalitat o de la alcaldía, ha cambiado algo más, sabiendo que, mientras se negocia, la vida transcurre como antes.

Ciertos partidos no se han dado cuenta de que ha habido un cambio y persisten en echarle la culpa a errores estratégicos, de comunicación o de la poca inteligencia de la gente. Así Mariano Rajoy sostiene que la culpa de que los españoles no le hayan respaldado, es sólo un problema de que no han sabido comunicar bien sus medidas, despreciando la inteligencia de quien ha ido a votar sabiendo, muy bien, qué es lo que hacía. La inmensa mayoría de las personas han votado a otras opciones, no porque su cartelería sea más moderna, sino porque han rechazado las políticas de quienes nos han gobernado hasta ahora. No rechazan la forma de comunicar sus políticas sino las políticas en sí mismo. Quienes han votado en Barcelona a Ada Colau, en Madrid a Manuela Carmena o a Mónica Oltra para la Generalitat, por expresarlo visualmente, no le están diciendo al Partido Popular “comunique usted mejor”. Es más, dudo que, en general, la ciudadanía le esté diciendo algo más allá de lo que durante los últimos años le han dicho en las manifestaciones. A quien le están hablando es a las nuevas formaciones políticas para que asuman responsabilidades de gobierno. Este es el mensaje. Un mensaje que ha de ser interpretado tanto por aquellos que han de asumir el liderazgo como por aquellos que piensan que es un mero aviso a navegantes. Ya no vale el “hemos entendido el mensaje”. Compromís y Podemos lideran en el imaginario colectivo, de propios y extraños, el cambio profundo y el PSOE ha de asumir que ese cambio también les afecta a sí mismos. Argüir que la distancia de 4 diputados es el único argumento que les legitima para gobernar, es no comprender la profundidad del cambio. Esa distancia de 4 diputados de más respecto de Compromís o de 10 respecto de Podemos, se convierte en un resultado negativo para el PSOE cuando se confronta con el espacio de ruptura y de cambio que conforman ambas fuerzas políticas conjuntamente. No ver esta coincidencia, con el argumento de que son partidos diferentes, es un último acto de resistencia intelectual poco edificante para cambiar la política cuando no, una mera excusa formal. El PSOE, sus dirigentes y sus «cuadros» deben asumir que el papel que ha de jugar en este momento histórico es el de sumarse, acompañar – que no es lo mismo que ser comparsa – al cambio en la Generalitat, permitiendo el liderazgo de ese proceso a quien, durante casi una década, ha representado esa necesidad. Acompañar, en este caso, es sumarse al proceso de cambio que es imparable y que va en un sentido que ellos no vieron incluso que les resultó ajeno. Tiempo habrá de repartir los éxitos cuando se gobierne si es que es eso lo que preocupa.

Nadie, en su sano juicio, puede negar la importancia histórica de este cambio político y dónde están las raíces de esta realidad. Cierto es, que se produce en una pequeña franja de tierra mediterránea, estrecha y larga, en un país que está lejos de resolver todos sus problemas, en un continente sin contenido ni proyecto claro. Pero este cambio no es independiente del que se apunta en Barcelona o Madrid, o en otros países del continente y que debería consolidarse para construir en imaginario de la gente que «sí se puede». Un proceso del que nadie quiere excluir a los partidos socialistas “realmente existentes” ni lo que representan, entre otras razones, porque una de las dificultades que lastra a las nuevas formaciones políticas, es la de poder cubrir todos los espacios de gobierno que son necesarios para ejercer, efectivamente, el gobierno y, por supuesto, por que cuentan con el apoyo, innegable, de un buen número de intelectuales y profesionales de trayectoria democrática a los que no se puede despreciar. Pero este buen capital político con el que cuenta el PSOE, puede ser utilizado por sus dirigentes como arma arrojadiza o como sólidos sillares del nuevo edificio en el que, como dice un buen amigo, Mónica Oltra es la piedra de bóveda. Contar con el PSOE en este proyecto de transformación, depende más de ellos que de otros. Es una decisión que han de tomar mientras la vida transcurre para recordarnos que sólo somos personas. Respice post te, hominem te esse memento.

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