Todos ganan

La alcaldesa de Valencia –esa mujer que será recordada en Valencia como Carlos III en Madrid– escenificó este miércoles en el Ayuntamiento la firma del convenio con Jordi Mestre (Expogrupo) para la permuta del solar de jesuitas por el suelo que todavía ocupa el edificio de la avenida de Aragón que ha albergado durante tres décadas servicios municipales hasta su traslado a la ‘Tabacalera’ tras su obsolescencia funcional.

El solar de jesuitas con toda probabilidad será una magnífica ampliación del Botánico con el correspondiente acuerdo de cesión a la Universitat de València y la ciudad –con no menos probabilidad– contará en un futuro próximo con un nuevo hotel que dará la bienvenida a la entrada desde Barcelona.

Como en aquel simpático juego de mi niñez, la peonza hexagonal descansa en el lado de “todos ganan”. “Un buen proyecto para el futuro de Valencia”, en palabras de la primera edil.

Y es así por muchas razones. Porque la reivindicación histórica de que en el antiguo patio del Colegio Jesuita florecieran ilusiones y espacios verdes se ha cumplido. Porque de esta manera aumenta el espacio de jardines –ya contamos con más de veinte importantes- de la ciudad. Porque no se renuncia a la prosperidad y la imagen de modernidad que dará el hotel que previsiblemente jalonará la avenida de Aragón y dará el pistoletazo de salida para la zona del actual Mestalla. Porque se ha sabido arbitrar de manera inteligente y creativa la fórmula para conjugar legítimos intereses particulares y los siempre prioritarios intereses públicos y ciudadanos. Y porque todo ello se va a hacer sin que a los valencianos “nos cueste un duro”, cuando los tiempos no están precisamente para dispendios.

El proceso no ha sido corto ni sencillo (“me ha acompañado los veintidós años de mandato” confesaba Rita Barberá con su habitual buen humor en el acto de información a los medios) como no suelen serlo las operaciones estratégicas de construcción de la ciudad que armonizan lo público con lo privado. Y se culmina a tiempo. Tal vez en el momento más oportuno, cuando esta ciudad cruelmente golpeada a la vez por la crisis económica y la displicencia en su día del gobierno socialista, se dispone a renacer y a demostrar una vez más su capacidad creativa y emprendedora.

Cuando se ha formalizado la cesión de la dársena histórica del puerto y va a despegar la Marina Real Juan Carlos I, cuando los inversores locales, nacionales y extranjeros vuelven a apostar por las bondades valencianas, cuando el gobierno reconoce la importancia de la Camunidad Valenciana en el desarrollo económico de la nación (apenas hace unos días que siete ministros se daban cita en la Lonja para presentar la marca España) y cuando la ilusión y el optimismo parecen volver a instalarse en el imaginario de un pueblo que se ha caracterizado siempre por su hospitalidad, su simpatía y su capacidad productiva.

Se ha dicho –y así es- que resulta una apuesta por la sostenibilidad y el desarrollo urbano sensible con el medio ambiente y la calidad de vida del ciudadano. Y no cabe duda de que es una muestra del buen hacer y de la inteligencia de una voluntad política que mantiene, contra viento y marea, su firmeza en la defensa de la ciudad y en la mejora permanente de la misma.

Tras la cesión gratuita, libre de cargas y para el pleno dominio del uso público de un suelo que ha sido privado hasta el momento, el encuentro de la Gran Vía Fernando el Católico y el río pasará a ser, con la ampliación del Jardín Botánico uno de los espacios claves de la trama urbana histórica y, si el arquitecto Luis Sendra se esmera –que lo hará–, el perfil de la Avenida de Aragón ganará en atractivo y calidad arquitectónica.

Un “día feliz” que llegó a parecer inalcanzable.

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