Una ciudad “rarita”

Valencia se me figura en ocasiones una ciudad muy “rarita”. Una ciudad donde hay una parte de la sociedad, a veces nada pequeña, que parece estar jugando siempre a la contra y en otra liga. Basta ver la rueda de prensa que dio el lunes el alcalde en funciones: sale a informar sobre la positiva marcha del turismo en la ciudad y se le reprocha que el turismo que tenemos es de “low cost”. Informa que crecemos en turismo de cruceros y le responden con el temor del pueblo a un horrible pez raya.

De verdad que me pareció una rueda de prensa chunga cuando no estrambótica. Porque llama mucho la atención que cuando se está informando de que Valencia casi llegó a las trescientas mil pernoctaciones turísticas en el mes de junio, todo lo que la prensa tenía que preguntar al alcalde en funciones fue por ese pobrecito pez raya que ha llegado moribundo a la playa, sobre el que los diarios y las emisoras locales andan tocando el tambor, un día tras otro, con la sana intención de asustar al personal incauto que se quiere mojar la barriga a cuatro metros de la orilla.

Entran ganas de pedir un poquito de seriedad. Entran ganas de invitar a unos y a otros a mirarse al espejo de la profesionalidad porque el pescadito, de una especie que estamos consumiendo en nuestra cocina hace cientos de años, es más inofensivo que las palomas cagonas de la plaza de la Virgen. Pero Valencia es como es, hay muchos que parece que juegan en otro equipo y el bueno de Alfonso Grau se tuvo que contener y decir lo que en las escuelas y los periódicos no se explica: que el bicho “no se come a nadie, vive en aguas cálidas, y al aumentar la temperatura se acerca a la costa”.

Peores creo que las rayas son, al menos en cuanto a intención, algunos hosteleros valencianos, que están siempre a la que salta, con el pañuelo a punto de lágrima y la queja a flor de piel. Basta que se divulgue una noticia positiva para declinarla en condicional; basta que se facilite una estadística para decir que es muy dudosa; basta, en fin, que se diga que está siendo un año turístico razonable para exhibir el espantapájaros del “low cost” o para contrastar la noticia del creciente número de turistas con estadísticas sobre su bajo nivel de consumo.

Insisto en que configuramos una sociedad con matices muy raros: una sociedad con una autoestima muy baja, con una actitud siempre hipercrítica y con unos resabios tan grandes ante las noticias positivas que en ocasiones se confundirían con un deseo explícito, que algunos sin duda albergan, de que las cosas nos vayan decididamente mal. Como si Valencia estuviera a salvo de la tendencia general de un turismo europeo y universal que ha dado un bajón en sus exigencias, se ha hecho autodidacta, decide a última hora en qué compañía extraña quiere volar y selecciona la oferta de precio más barata para su billete o su estancia, los hosteleros valencianos parece que quieren tener garantizada por decreto la presencia de un turismo especial, de un turismo opulento que, de existir a estas alturas, se refugia en rincones que hoy por hoy, nos quedan lejos.

Pero en la observación de cuanto nos rodea hay una buena dosis de miopía interesada. Ayer, 6 de agosto, cuando se utilizó por vez primera el nuevo muelle de cruceros con la presencia del grandioso MSC Splendida, de casi 4.000 plazas, Valencia albergó otros dos buques de crucero menores: el Horizon de 1.572 pasajeros, y el Seabourn Quest, de solo 450 plazas. Este último está catalogado como uno de los más lujosos del mundo y en modo alguno puede ser incluido en el rango del “low cost”, sino todo lo contrario. Pero nadie ha puesto sobre él la mirada, ni ha preguntado en Porcelanas Lladró si ayer tuvieron autobús o no, y que consumo quisieron hacer en tierra sus pasajeros.

Lo siento, pero Valencia no se estima. Y para entender lo que yo no dudaría en calificar como “autoodio”, habría que ver los efectos informativos, políticos, económicos y sociales que esa misma rara concentración de buques tendría en cualquiera de las ciudades que –como Palma, Málaga, Santa Cruz de Tenerife o incluso Barcelona– están viendo con creciente interés el crecimiento del turismo de cruceros en Valencia. Para saberlo, me basta con haber visto, hace pocos días, en Vigo, en la ciudad y en los muelles, cómo se valora, cómo se jalea, cómo se informa anticipadamente, como se atiende y recibe la presencia de un buque –el Legend of the Seas– que pocos días después, en Valencia, tuvimos que enviar al muelle de Costa, literalmente entre los contenedores de Nazaret y La Punta, porque todavía no estaba lista una instalación que en Valencia se ha recibido con las reticencias del “low cost”.

Ya que de Galicia acabo de hablar, me permitiré también, en un rasgo de crítica constructiva, recomendar a los hosteleros valencianos que miren, observen, comparen y estudien con mucha atención la actividad y las prestaciones de sus colegas gallegos. Vean los muy razonables precios que se aplican en aquellos hoteles, vayan a comer a cualquier parte, a ver si encuentran una relación calidad precio mejor que la gallega. Y vean, sobre todo, la generosidad de las raciones que se sirven en aquellos manteles en comparación con las avarientas y carísimas raciones que ya se han establecido como norma en las mesas de los restaurantes valencianos. Piensen, si creen que sufrimos “low cost”, que la gente no es tonta y que si puede pagar se va a lugares donde realmente recibe más cantidad y mejor calidad.

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