Con la primavera recién estrenada, con la resaca tras la eclosión festiva de música y pólvora que concluyó con la fiesta del fuego, reduciendo a cenizas todo aquello que quisimos purificar en ese ritual mágico que da inicio a otro nuevo ejercicio cargado de ilusión, lo cotidiano vuelve a llenar nuestras vidas. La sociedad ha cargado las pilas tras unos días de asueto en los que el barroquismo valenciano ha dado rienda suelta a nuestros espíritus, y así, desde la alegoría y la sátira hemos puesto en solfa todo aquello que no nos gusta y, especialmente a una clase política que mayoritariamente ha sido castigada en la ceremonia del fuego con la esperanza de que resurja de las cenizas, cual Ave Fénix, estableciendo un nuevo tiempo que recomponga esa relación entre el ciudadano y sus representantes.
Para Aristóteles, el ejercicio de la Política es el distintivo del ciudadano, pero ese poder de participación está determinado por la calidad de ser ciudadano. El ciudadano era el hombre virtuoso en tanto la virtud del hombre de bien y la virtud del ciudadano eran idénticas. El ser animal político por naturaleza y por ser ciudadano es el título que “pertenece sólo al hombre político, que es o puede ser dueño de ocuparse, personal o colectivamente, de los intereses comunes” …. Virtud y ciudadanía son las premisas esenciales de la perfecta felicidad…. La ciudad debe reunir un conjunto de instancias y elementos materiales y humanos interactuantes que en su dinámica permitirán alcanzar el Estado más perfecto, es decir aquel Estado, en el que cada ciudadano, merced a las leyes y la virtud, asegura su felicidad…
Por ello, nos encontramos ante todo un reto. Unos hablan de cambio de paradigma, otros de cambio de ciclo o de nuevos tiempos para la Política. La Iglesia en ese sentido siempre ha sabido adelantarse a sus propias amenazas y todo un ejemplo de ello ha sido este año que nos ha deparado el Papa Francisco que no ha dejado a nadie indiferente, ofreciéndonos una hoja de ruta, un renacimiento que bien podría aplicarse para ese mundo “político” de tinieblas en el que todos estamos inmersos.
Un decálogo para una nueva primavera de la Política que bien podríamos resumirlo así:
1. Abrir nuevos espacios a la Política, desde la innovación y la creatividad. Sin miedos a lo nuevo y con la clase política al frente de esa renovación.
2. Centrarse en las personas. Que los políticos escuchen de verdad a todos en una búsqueda de aquello que nos une y no de lo que nos separa.
3. Potenciar las virtudes de los dirigentes para ensalzar y poner en práctica la verdadera esencia del servicio público.
4. Romper las barreras que nos separan de los ciudadanos, que nos ven más como sus señores que como sus servidores. Hay que oler a grey, a pueblo, a ciudadano, porque la sabiduría popular no es discutible.
5. Hay que desapalancar la Política, sacarla de su círculo cerrado, romper sus muros y abrirla a la sociedad.
6. Volver a su espíritu originario, la perfecta comunión de la ciudadanía y el Estado.
7. Reestablecer la pedagogía para transmitir esos valores cívicos que fortalezcan nuestras sociedades desde el respeto, la tolerancia y la Libertad.
8. Desarrollar modelos de acompañamiento del ciudadano que determinen su verdadero protagonismo y prioridad.
9. Establecer mecanismos que nos permitan seleccionar a los mejores para llevar a cabo la dirección de los asuntos públicos. Son nuestros representantes y deben ser ejemplares.
10. Y fundamentalmente, estar comprometidos con ese servicio por, para y con la sociedad, en esa búsqueda común de espacios de convivencia.
Juanvi Pérez