Vacaciones en el extranjero

Hoy en día, ir de vacaciones al extranjero sigue siendo un poco como continuar en casa.

En primer lugar, porque, vayamos donde vayamos, encontramos siempre los mismos turistas que en Benidorm, Barcelona o Santa Cruz de Tenerife. Y, si me apuran, hasta los mismos compatriotas, ya que en nuestro afán viajero los españoles acabamos conociendo mejor Bangkok que Jerez de la Frontera, pongo por caso.

Además, gracias a las redes sociales seguimos recibiendo los mismos WhatsApp de esos grupos de chats perfectamente prescindibles y a los que les da igual que lo que nos cuentan sea verdad o mentira, ya que nadie comprueba la fiabilidad de las fuentes de las que proceden.

También, todo hay que decirlo, en esos viajes nos resulta muy cómodo tener un guía que se ocupe de nosotros y no tener que dar la cara constantemente en la escuela de nuestros hijos, la comunidad de vecinos, las cenas con nuestros yernos y otros eventos de los que inevitablemente alguien nos hace siempre responsables. En el extranjero, en cambio, por no saber, muchas veces hasta ignoramos el idioma, con lo que nos resulta facilísimo escaquearnos de cualquier problema que se presente.

Por lo demás, gracias a la dichosa globalización, acabamos consumiendo los mismos productos, viendo los mismos seriales en la tele del hotel y hasta comprando los mismos souvenirs que en Madrid o Santiago de Compostela.

Ya ven qué relax. Y lo mejor de todo es que, gracias a la lejanía, aunque nos enteremos de los sucesos importantes que nos afectan, nos ahorramos, en cambio, la murga cotidiana de las tertulias repetitivas, de las opiniones predecibles de nuestros políticos y de las discusiones interminables sobre auténticas banalidades.

O sea, una auténtica gozada.

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